Toros

Ponce no cede su bastón de mando

  • José María Manzanares se 'emborracha' de toreo con buen gusto · Julián López 'El Juli' se estrella con un lote muy deslucido · Encierro de El Ventorrillo bien presentado y de juego desigual

De nuevo, duelo en las alturas en la Feria de Bilbao. Nada más y nada menos que Enrique Ponce, Julián López El Juli y José María Manzanares se enfrentaron en la cenicienta arena de Vista Alegre a un desigual encierro de El Ventorrillo. Ponce, en tarde histórica para su palmarés, se proclamó el triunfador de la tarde en la que brilló ante su segundo toro y abrió la Puerta Grande.

Enrique Ponce, tras 18 años de alternativa, no cede su bastón de mando. Desde el 91, en que cortó dos orejas a un Torrestrella, no ha faltado a la gran y durísima prueba del algodón de Bilbao, donde el toro suele salir en todo su esplendor. Ya ha llovido desde entonces, pero el viejo profesor no se cansa. Ayer dictó lección lidiadora en el ruedo y demostró que pese a esas casi dos décadas en primera línea su ambición es descomunal. Casi dos décadas, hambre novilleril y magisterio de catedrático. El volcán estalló ante el serio cuarto, un toro a medio gas en cualidades, con el que el valenciano consiguió que aflorara la suavona nobleza del animal para una faena en la que brilló en una serie con la diestra y en los forzados de pecho. Inteligencia para dar los tiempos precisos al toro, para encelarle, aunque el animal no llegaba a humillar. Muletazos marcados por la plasticiad. Y un epílogo que fue muy aplaudido con toreo semigenuflexo, con semicirculares continuados con cambios de mano. Faltaba la rúbrica y la firma fue tan templada, firme y segura como el mejor acero toledano. Gran estocada y... dos orejas para un torero con una capacidad para hacer al toro increíble, una capacidad lidiadora que no tiene techo.

Ponce, con anterioridad, apostó y tragó con el musculado y bien armado colorao que abrió plaza y que buscó en todo momento ventajas para coger al torero de Chiva, que no pudo lucirse artísticamente. Trasteo en el que prevaleció la dureza del astado, mansote y con peligro.

José María Manzanares destapó su tarro de torería y se embarrochó con un toreo de buen gusto, de corte caro y artista excelente con el mejor lote. El alicantino, pletórico en sensibilidad, se sintió con su primer toro, noble, que tuvo como defecto la flojedad. Faena impregnada de elegancia, en la que destacó con la diestra en el toreo en redondo, con muletazos muy templados. Las series, por la falta de poder del animal, fueron de tres pases y el de pecho. El sentimiento y la expresividad estuvieron presentes también en un par de cambios de mano o un ayudado por alto con enjundia. Pinchó antes de una estocada y el premio quedó en una gran ovación.

El sexto toro hizo una salida muy extraña. De moribundo. La más curiosa que he vivido. El animal dio una carrerita y acabó echándose. Pañuelo verde. Salió la parada de cabestros. El astado hasta intentó entrar de rodillas a los corrales y no pudo, en lo que fue un espectáculo bochornoso. Fue apuntillado en el ruedo. Es preciso un análisis post-morten para conocer públicamente las causas de tan extraño comportamiento. Con el sobrero, noble y de escaso poder, Manzanares volvió a derrochar gusto, sabiendo administrar al toro los tiempos para sacar muletazos con ritmo y temple por ambos pitones. Faena a más para acabar con una serie con la diestra excelente, con mucha cadencia. No acertó al primer envite con la espada y el premio quedó en otra gran ovación.

El Juli tuvo en mala suerte un lote infumable. Porfió, sin obtener frutos, con el manso y muy deslucido segundo, un colorao de respetables petacos. Salió con rabia tras el gran éxito de Ponce. Pero se estrelló con otro toro muy deslucido, sin un pase, que acudía a la muleta topando. Nada que rascar. Para colmo, enfadó al público al estar desacertado con los aceros.

La tarde, en la que Manzanares bordó el toreo, pero se quedó sin premio, tuvo nombre propio, el de Enrique Ponce, que hizo historia al abrir la Puerta Grande del coso de Vista Alegre. Es lo que tienen los más grandes: el don de la oportunidad. Quizás, por ello, la fortuna les acompaña.

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