Toros

Pablo Aguado resuelve con gusto y temple una corrida abocada al fracaso

  • Paseó la única oreja de una tarde en la que Morante de la Puebla y Juan Ortega se marcharon de vacío

Pablo Aguado luce la única oreja cortada de la tarde.

Pablo Aguado luce la única oreja cortada de la tarde. / Juan Carlos Cárdenas (EFE)

El diestro sevillano Pablo Aguado, que paseó la única oreja de la tarde, resolvió ante el último toro la corrida de hoy en Valencia, un festejo que parecía abocado al más absoluto fracaso por las malas condiciones climatológicas y el descastado juego de los astados de Juan Pedro Domecq. De hecho, hasta que salió ese sexto el festejo transcurrió entre grises: el del cielo y el del nulo lucimiento de una terna - Morante de la Puebla, Juan Ortega y Pablo Aguado- que, a tenor de lo atisbado, no tenía mucho empeño en hacer el paseíllo sobre el bien recompuesto ruedo, dado el vendaval que soplaba y las previsiones de lluvia que se tenían a la hora señalada. Pero, tras veinte largos minutos de deliberaciones, entre las protestas de un público al que no se le informó en ningún momento del retraso, por fin salieron a la arena las cuadrillas para estrellarse, no tanto contra los elementos, como con una "juanpedrada" vacía de raza, con el mínimo fondo para aguantar apenas los dos primeros tercios de su lidia.

Los tres primeros llegaron a la muleta parados e impotentes para seguirla, y la terna de toreros sevillanos tuvo al menos el detalle y el acierto de no demorarse más de la cuenta para mandarlos al desolladero.

Fue ya con el cuarto cuando la tarde pareció cobrar otro cariz gracias a Morante de la Puebla, que se lució al recibirlo de capa con unas verónicas de auténtico mérito, surgidas a costa de esperar con sereno valor a que el animal, que humillaba pero no quería desplazarse, metiera la cara en cada una de ellas y así mecerlo despacio hasta más allá de las rayas de picadores. Cuando tocaron a matar, Morante se desprendió de las zapatillas para no resbalar en el barro y se dispuso a aplicar la misma medicina con la muleta, con la que logró, llevando la muleta a media altura, dominando al mansito sin contrariarlo, un par de tandas de derechazos de mucho compás. Pero su alarde de inteligencia y técnica se quedó muy atrás en el momento en que decidió por error cambiar de terrenos al de Domecq y llevarlo cerca de la querencia que venía apuntando, lo que el toro aprovechó para rajarse definitivamente.

Juan Ortega se mostró después poco resolutivo con el quinto, en un esfuerzo forzoso y plagado de enganchones y desarmes frente a un astado que además de falto de raza estuvo también ayuno de clase, soltando muchos cabezazos. La tarde, pues, se perdía por la sima del desencanto cuando Pablo Aguado ya le sacó alguna verónica esperanzadora a un sexto con casi 600 kilos que, dado el tono del encierro, tampoco hacían presagiar ningún cambio.

Afortunadamente, y contra pronóstico, el toro duró y se movió más que sus hermanos, sin emplearse casi en la embestida pero al menos sacando una nobleza que el joven sevillano supo aprovechar inteligentemente con la muleta: sin forzarle, como correspondía, y envolviendo la simple técnica con mucho gusto y ajuste, moviendo con fluidez y temple los vuelos de la tela. Dos tandas de derechazos y una de naturales, dando tiempo y espacio al "juanpedro", tuvieron el sello y el sabor añejo con el que Aguado, citando casi frontal y sin abrir mucho el compás, recuerda a los viejos maestros del toreo sevillano. Ese color especial con el que hoy salvó una tarde oscurecida de grises.

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