Toros

Miguel Abellán cumple su gesta con solvencia, pero sin brillo

El diestro madrileño Miguel Abellán cumplió el gesto de encerrarse en solitario con seis toros en la plaza de Las Ventas, en un compromiso que resolvió con solvencia y eficacia lidiadora pero sin brillo ni corte de trofeos.

La gesta en solitario de Miguel Abellán en Las Ventas tuvo un claro punto de inflexión en los tres pinchazos que necesitó antes de la estocada con que dio en tierra con el tercer toro de la tarde.

En esos tres fallos con la espada, que evitaron que su faena más lucida tuviera una merecida recompensa, estuvo la clave para que la tarde tomara el camino de la decepción en vez de la senda del triunfo.

Hasta ese momento, Abellán se había mostrado muy por encima de un primer toro que defendió con temperamento su falta de fuerzas en los cuartos traseros.

Muy seguro, bien plantado sobre la arena, el torero del barrio de Usera cabó atemperando al animal hasta llegar a sacarle cuatro soberbios naturales de frente y con los pies juntos, como premio a su paciencia y a su derroche de entrega ya desde el primer momento.

Ese alarde de valor y de solidez fue la mejor manera de meter al público en la corrida y de mostrar su absoluta disposición, a pesar de que llegaba a Madrid sin recuperarse aún de la fractura del pulgar izquierdo sufrida a mediados de septiembre.

La lidia del segundo toro, que como la de los otros cinco estuvo marcada por el orden y la profesionalidad tanto de Abellán como de todos sus picadores y banderilleros, no tuvo mayor historia, en tanto que el de Puerto de San Lorenzo tuvo una embestida rebrincada por su falta de bríos.

En cambio, ese tercero fue el toro de la corrida. Su buena conformación física, esas hechuras tan típicas de su encaste, ya prometían que dentro también tenía las virtudes de comportamiento de esta sangre brava. Y el astado ya las dejó ver de salida, por mucho que marcara querencia hacia tablas.

Abellán le hizo por buenas chicuelinas uno de los pocos quites artísticos que pudo hacer en toda la corrida, y justo cuando ya se había cambiado el tercio de banderillas y tocaban a matar. Pero ese mismo detalle, por inusual, fue la evidencia de que el toro se había quedado en óptimas condiciones para el lucimiento.

Muleta en mano, le dio aire y distancia Abellán al toro, que comenzó a venirse con alegría y a seguir con entrega los vuelos de un engaño que tiraba de él a ras de arena. Dos series con la mano derecha, a las que como único pero les faltó un tanto de frontalidad, y una de naturales largos y de cierta ansiedad fueron la cumbre de una faena que removió los tendidos y que continuó con circulares y adornos.

Sin ser maciza, a falta de mayor contundencia, sí que hubiera sido faena de premio de no haberse producido esos tres citados fallos con la espada que metieron a la corrida en un bucle de latente decepción.

Después de los pinchazos, Abellán pareció perder parte del alto nivel de concentración con que había iniciado la corrida, a lo que se sumó probablemente el lógico desgaste físico de la lidia.

Un cuarto toro que manseó desde la salida y se terminó rajando tras lastimarse la mano izquierda, otro quinto reservón y sin clase y un sexto que fue empeorando sus cortas embestidas no fueron óbice para que Abellán resolviera la tarde con un sobrado oficio. Pero sí que supusieron una pesada losa que, pese a su empeño, impidió que la rematara con el éxito que buscaba.

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