Toros

Festejo sin apenas brillo ni trofeos

Cielo límpido, de azul brillante. Sol y excelente temperatura. Tres promesas interesantes. La Maestranza, con la mitad de su aforo cubierto. Como el domingo pasado se preveía un espectáculo interesante. Y como hace una semana exactamente, las expectativas se fueron diluyendo a medida que el festejo no alcanzaba la intensidad deseada.

La novillada de Villamarta, en conjunto aceptablemente presentada, fue una materia prima muy válida para que los novilleros lograran mejores cotas en sus actuaciones.

Fernando Adrián, a punto de tomar la alternativa -próximo 15 de junio en Ávila, de manos de su maestro, El Juli- no estuvo ayer acertado en Sevilla ante su lote, ovacionado, el mejor del encierro. No aprovechó a su primer astado y se perdió en un larguísimo trasteo ante el cuarto. Adrián recibió a su cornigacho primero ganando terreno a la verónica. El animal dio un par de volteretas en el primer tercio, antes de que el torero madrileño realizara una faena que comenzó con buenos muletazos por ambos pitones. Bajo los sones de un pasodoble, el trasteo se partió en dos cuando el novillo, por el pitón izquierdo, desarmó al torero. Silencio por parte de la Banda de Tejera y labor en picado. Rubricó de estocada contundente, aunque caída.

Ante el cuarto, un novillo bien armado, mansote, pero con motor, Adrián, se perdió en un trasteo interminable, en el que los mejores muletazos los dibujó con la diestra. Por el pitón izquierdo fue cogido sin consecuencias. Acabó su labor en un arrimón, con un par de falleros incluidos. En esta ocasión se mostró desacertado con la espada.

Juan Leal, que se presentaba en la Maestranza, dejó la impronta de torero con una gran dosis de valor ante el peor lote. Leal es un torero que se mira en el espejo de su compatriota, el francés Sebastián Castella. Como contrapunto de su firmeza, todavía está verde en varios aspectos técnicos. En la suerte de matar se quedó vendido en un par de ocasiones ante su segundo. Se las vio en primer lugar con un cornigacho que estuvo a punto de causar una desgracia, cuando lanzó por los aires, de latiguillo, al picador Germán González. Todo quedó en un susto. Sin embargo, en la muleta duró un suspiro. Leal, en los medios, de largo, trazó un par de muletazos por la espada, enlazados con otros derechazos. El novillo se rajó de inmediato y el torero francés, en su salsa, se dio un valiente arrimón entre los pitones. Entró a morir a cambio de un espadazo muy tendido.

Con el quinto, un torete en presencia, apostó fuerte. Se fue frente a toriles para una larga cambiada de rodillas, en la que tuvo que echarse a tierra para no ser cogido. Brindó a su apoderado y fotógrafo taurino Maurice Berho. En las afueras, con la diestra, dibujó suaves muletazos. Sin embargo, con la izquierda, hubo varios enganchones. Acabó de nuevo en otro arrimón. A la hora de matar se quedó en dos ocasiones en la cara del novillo. En la primera, a cambio de un pinchazo salió enganchado sin mayores consecuencias. En la segunda, sufrió una tarascada tremebunda.

Álvaro Sanlúcar, con un gran número de paisanos que le alentaron constantemente, tampoco alcanzó el triunfo, pese a su concepto en el que prevalece la estética. Con el corniabierto tercero, un ejemplar manejable y a menos, que acabó en toriles, ganó terreno con bellas verónicas. Dos buenas series diestras, con muletazos con gusto, fueron muy ovacionadas; así como algunos naturales de preciosa composición, en los que alargó la embestida del animal. Música. Todo apuntaba alto, en los momentos de mayor emoción. Pero tras otra tanda en la que llegaron varios enganchones, el trasteo se diluyó.

Con el sexto, un sardo que era un toro en presentación, manso y aplomadísimo en la muleta, no tuvo opción para el lucimiento.

El festejo, sin apenas brillo ni trofeos, apenas caló en un público que parecía pedir la hora, cuando tras dos horas y media se arrastraba al sexto villamarta bajo la luz artificial que comenzaba a iluminar los bellos arcos de la plaza sevillana y su ruedo ovalado.

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