Toros

Destacan Robleño y ‘Mosquero’ y petardo de Victorino en Madrid

Fernando Robleño, en un derechazo a un 'victorino' en Las Ventas.

Fernando Robleño, en un derechazo a un 'victorino' en Las Ventas.

Una faena de fogonazos de exquisita torería a cargo de Fernando Robleño y el temple en las embestidas del quinto toro, Mosquero, no fueron más que dos oasis en la decepcionante corrida que lidió en Madrid el afamado hierro de Victorino Martín, a caballo entre el peligro y la falta de casta. Más de 15.000 almas en los tendidos, o, lo que es lo mismo, casi tres cuartos del aforo de la Monumental madrileña.

Y es que los “albaserradas”, que cumplen su centenario lidiando en Madrid, siguen teniendo su predicamento en una afición que, año tras año, los espera como los adalides de la bravura perdida. Esos supuestos salvadores de la casta, representados en el hierro de la “A coronada” no vinieron a Madrid. Y es que la corrida fue mala sin paliativos, pues los hubo que fueron auténticos marrajos, y otros que, precisamente por su descastamiento, no aportaron absolutamente nada. Solo hubo uno que se salvó, el reseñado como sexto, que fue lidiado finalmente en quinto lugar al tenerse de correr turno por encontrarse en ese momento Octavio Chacón en la enfermería.

Ese toro, Mosquero, sin ser un dechado de bravura, al menos tuvo calidad y, sobre todo, un extraordinario temple en sus embestidas. Lástima que para su desgracia, y para la de todos los asistentes, fuera a parar a manos de Pepe Moral, que posiblemente ofreció una de sus tardes más grises en Madrid.

El de Los Palacios no se entendió con él. Muy despegado, demasiado encimista, sin sitio, ni pulso, Moral fue viendo como los olés de sus primeras dos tandas a derechas se iban tornando en gestos de desaprobación según avanzaba la faena. Sólo había que esperarlo. Pero cuando un toro embiste tan despacio es cuando realmente se ve el valor de verdad. Para más inri no anduvo nada fino con los aceros y la gente le acabó pitando, el mismo balance que cosechó tras quitarse de encima a su primero, con la única diferencia de que éste, el más vareado de los seis, fue también uno de los más complejos por lo que midió, se defendió y el sentido que desarrolló.

Otro difícil de verdad fue el que abrió plaza, de imponente trapío y dos velas de aúpa. Un barrabás, que fue también orientándose desde el primer muletazo de Robleño, que, tras jugarse el cuello por los dos pitones, no le quedó otra que quitarle las moscas y a otra cosa. El cuarto, de bastas y feas hechuras, fue un toro de medias e insulsas arrancadas, mas fueron suficiente para que Robleño, en un alarde de fe, se confiara pronto y dejara destellos de tremenda torería sobre todo al natural. Esa manera de echarle los vuelos para engancharlo y vaciar los muletazos por abajo fue primorosa. Fueron medios pases, sí, pero qué sabor tuvieron. A derechas también dejó dos tandas muy de verdad. Lástima que al conjunto le faltara continuidad y, sobre todo, unidad. Pero sin duda fueron los pasajes más artísticos de la función.

Chacón anduvo por encima de las circunstancias pero sin lograr el lucimiento deseado ni con un segundo frenado y muy quedado, al que se impuso por la vía de la sinceridad; ni con un sexto al que trató de lucir en varas y que se vino muy abajo en el último tercio.

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