Historia taurina

Calerito, contra los elementos en su confirmación

Chaquetilla de la alternativa de Calerito perteneciente a la colección permanente del Museo taurino de València (Diputación de València).

Chaquetilla de la alternativa de Calerito perteneciente a la colección permanente del Museo taurino de València (Diputación de València). / Museo taurino de València

Las mañanas de corrida son para los toreros horas de recuerdos. La desazón, los temores, la responsabilidad y, por qué no decirlo, el miedo, atenazan el ánimo de todos aquellos que, vestidos de luces, se van a jugar la vida por la tarde. Por la memoria de cada uno pasa la película de todo lo vivido hasta el día de la fecha. La nostalgia, hasta que llega la cuadrilla tras el sorteo, es una forma de evasión.

Es 29 de junio de 1952. España celebra la festividad de San Pedro y San Pablo. Es festivo y además es domingo, por lo que la Monumental de Las Ventas de Madrid abrirá sus puertas. En una habitación de un hotel taurino por excelencia, un hombre vela sus armas ante el traje de luces que vestirá por la tarde. Es una fecha importante para él. Esa tarde se presentará como matador de toros en la capital del reino y ante su exigente afición.

Es Manuel Calero, Calerito en los carteles, quien no para, a través del visillo del balcón de la habitación, de asomarse. Está preocupado por el viento. Demasiado para el recién estrenado verano. En una tarde tan importante de su carrera que luchar contra él y contra el toro no es nada agradable. Sobre la silla está dispuesto un flamante vestido rosa pétalo y oro en el que se enfundará en pocas horas para cumplir una etapa más de su incipiente carrera como matador de toros.

El viento, ay, el viento. El peor enemigo de los toreros. Cuando se rebela es imposible mandar en los vuelos de los trebejos de torear. Pero no es solo eso; una puntual ráfaga puede dejar al descubierto al torero. De ahí su peligro.

Es la gran preocupación de Calerito, quien de vez en cuando, para tratar de eludir el problema, evoca su pasado, su largo camino hasta llegar donde ha llegado. Recuerda los primeros años de su vida en su Villaviciosa de Córdoba. Sus juegos, sus sueños y anhelos. La muerte de su padre, en plena adolescencia, le lleva a la capital del Turia.

Sus sueños toreros no se han marchitado. Todo al contrario, allí en Valencia fue donde comenzó a cumplirlos. Allí vistió su primer traje de torear, también allí mató su primer novillo, y también en Valencia comenzó su carrera como novillero. También Valencia fue testigo de su desánimo y de su marcha a su Córdoba natal.

Es aquí donde, de manos de Diego Martínez, recupera la ilusión y su marcha es imparable hasta la tarde de su alternativa. Parrita, en presencia de José María Martorell, le doctora como matador de toros en el recordado Coso de Los Tejares, cediéndole el toro Noquerillo, de la vacada charra de Galache.

Todo es pasado. Ahora toca vivir el presente. Los recuerdos se disipan. Escucha atentamente a su cuadrilla la minuciosa descripción del lote sorteado. Un tentempié ligero, descanso y el aviso del mozo de espadas. La hora ha llegado. Poco a poco comienza a vestir las ropas toreras.

Todo ha pasado tan rápido... La responsabilidad es mucha y el viento no cesa. Llega al patio de cuadrillas de la plaza. Allí le esperan sus compañeros de cartel. Fermín Rivera, valeroso espada mexicano, ejercerá de padrino, mientras que Antonio Caro será el testigo del ceremonial. Como preludio, la rejoneadora argentino-portuguesa Marimén Ciamar lidiará un novillo al estilo de Marialva. Las cuadrillas parten plaza y al romperse las filas toreras, comienza la fiesta.

Marimén Ciamar está correcta y valiente ante un novillo de Alipio Pérez-Tabernero. Tras la actuación de la dama, el sobresaliente, de nombre Melitón Pérez, tiene que dar muerte al novillo. Es cogido de mala manera y, tras varios intentos fallidos, acaba con la vida del novillete de don Alipio. Entre barreras, el espigado aspirante, dolorido y vencido, piensa que su destino no es ser torero.

Se da suelta al toro de la ceremonia. Atiende por el nombre de Soberbio, tiene el número 23 en el costillar y pertenece a la ganadería de Hoyo de la Gitana. El animal es bronco. Calerito recibe los trastos de matar del espada azteca y cuaja una labor meritoria y poderosa. Su tesón y su oficio han domeñado la aspereza del toro. Lo torea a placer con la muleta en una faena jaleada y valorada por el público. Media estocada en lo alto y aplaudida vuelta al ruedo.

El viento no se quiere perder el festejo y aparece con toda su plenitud. La corrida no resulta lúcida; es espesa y pesada. Los espadas no pueden dominar percales y franelas. Todo resulta muy deslucido. Se da suelta al sexto. Pertenece a la ganadería de Alipio Pérez-Tabernero.

Calerito, el Lobo Feroz como lo llamaron, está de nuevo en liza. Tiene que pelear además de con el toro, con el viento que levanta remolinos de arena. Vivillo, que así se llama el toro, resulta bravo con los montados, llegando a tomar cuatro varas.

Con la muleta, el torero cordobés cuaja un trasteo de menos a más. Tras un vistoso y dominador inicio por bajo, cuaja tandas de naturales sublimes, de siete u ocho muletazos antes de rematar con el de pecho. El cónclave Venteño está con el torero. Termina su faena con adornos evocadores del toreo de Manolete y una certera estocada. Las dos orejas, dos vueltas a hombros antes de salir de igual guisa por la Puerta Grande, han sido un nuevo sueño cumplido.

Lástima que su prematura muerte privara a Córdoba de disfrutar de un gran torero en aquella difícil y oscura etapa post-Manolete. Calerito fue otro grande y su figura, hoy olvidada en exceso, debe de ser reconocida y valorada por los nuevos aficionados.

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