Toros

Buenos novillos y frío en la apertura de la Feria de Otoño

La Feria de Otoño de Madrid se abrió con una buena novillada del hierro de El Ventorrillo a la que no se cortaron orejas y que fue lidiada ante un público frío y distante con los tres novilleros del cartel. Así fue cómo casi todo lo que sucedió en esta novillada que abría la feria otoñal pasó prácticamente desapercibido para la mayoría del público, sin una respuesta negativa o positiva, salvo alguno de los habituales gritos a destiempo que surgen desde el tendido siete.

Pero, con todo, hubo motivos para el entretenimiento, principalmente por el buen juego que ofreció una novillada de El Ventorrillo con una presentación acorde a un coso como el de Madrid pero sin los excesos de trapío de otras tardes.

Fue el del hierro toledano un encierro bien hechurado, sin exageraciones de pitones y con mucho cuello para descolgarlo en sus embestidas. Salvo el tercero, el único deslucido y a la defensiva, los otros cinco ofrecieron, por su nobleza o su vivacidad, bastantes opciones de lucimiento a los novilleros.

El lote más dulce, el de más nobleza y clase, le correspondió al novillero Diego Fernández, espada palentino que sustituía al convaleciente Sergio Felipe y que demostró con ambos astados que tiene muy buen gusto a la hora de ejecutar el toreo clásico.

El novillero castellano, que saludó al quinto con dos largas cambiadas de rodillas que sólo provocaron la indiferencia del público, salpicó detalles de calidad a lo largo de dos trasteos que no redondeó por su tendencia a recrearse demasiado en la estética, dejando de lado el mando sobre las embestidas.

También tuvo nobleza, aunque un tanto apagada, el primero de la tarde, con el que el sevillano Javier Jiménez dejó ver la solidez del oficio de quien lleva ya tres temporadas como novillero.

El cuarto, en cambio, al que se dejó crudo en varas, tuvo una vibrante movilidad que Jiménez no siempre llegó a atemperar. Ligó el novillero de Espartinas series compactas con la mano derecha pero, pese a su esfuerzo, sin coger ni reducir el ritmo de las repetitivas arrancadas del de El Ventorrilo.

Al tercero, el garbanzo negro de la novillada, le faltó raza y no paró de cabecear y de cortar terreno. Juan Ortega lo lidió visiblemente incómodo y con escasa convicción, al igual que le sucedió con el sexto, un novillo temperamental al que hizo un buen quite por chicuelinas pero con el que no logró hacerse con la muleta en mano.

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