Visto y Oído

Antonio Sempere

Lo banal

El concierto de Año Nuevo ha batido récord de audiencia. Se ha puesto de moda

Cuando Mario Vargas Llosa publicó a principios de la década La civilización del espectáculo hacía tiempo que la situación era irreversible. La banalización del arte y la cultura aumenta de modo exponencial. Todo es espectáculo. Porque si no es espectáculo, si no entretiene, no se consume. Y por lo tanto, no sirve.

El concierto de Año Nuevo de 2018 ha batido récord de audiencia en nuestro país. Se ha puesto de moda. Y qué quieren que les diga, es una situación que no deja de chocarme. Sobre gustos no hay nada escrito, y les confieso que a mí nunca me ha gustado el repertorio de polkas y valses del que se nutre. Jamás de los jamases osaré quitar mérito a los Strauss. Solamente digo que entre mis músicos preferidos cuento con decenas de autores que me interesan, me emocionan, me tocan, me mueven o me inspiran infinitamente más que los protagonistas del repertorio de cada 1 de enero.

Uno de ellos es Maurice Ravel, del que precisamente Joaquín Achúcarro interpretó dos conciertos que se emitieron el sábado 30 de diciembre a las 8 de la mañana, y que están alojados en la web para el que los quiera degustar. La cuestión no va de horarios intempestivos ni de mis gustos personales, sino de lo descacharrante que resulta que el 99% de quienes sintonizan con el concierto canónico por excelencia serían incapaces de emocionarse con Ravel y Achúcarro. Por desconocimiento. Por falta de empatía. Porque no te puede remover lo que nunca te ha movido una primera vez. Y porque las primeras veces, hoy por hoy, son cada vez más improbables. A pesar de que tenemos todo a un golpe de clic. No como cuando comencé a ver el concierto de Año Nuevo, en los 70, en blanco y negro, y comentado por Fernando Pieri.

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