A vueltas con la noche electoral, el impulso truncado de Vox vino a calmar los ánimos de la pantalla y las redes (y en estos días posteriores al Financial Times). Entre la movilización de los votantes de izquierda y la monotonía de un discurso que no era más que cuatro tópicos y un par de patriotismos los de Santiago Abascal perdieron fuelle y parte de su decepción anticipada estribó en no haber aportado ideas útiles y algo de calma a los indecisos templados. Por el veneno de su extremismo no supieron rebatir las antipatías que despertaban y siempre quedará feo en una campaña esgrimir venganzas como cerrar medios de comunicación. La Sexta seguirá. Como Canal Sur.

La nueva legislatura arrancará desde el punto en que se quedó la moción de censura, lo que debería permitir resolver de una vez una RTVE en manos interesadas. Este paréntesis con Rosa María Mateo y un equipo nefasto tiene que terminar cuanto antes. Y ante un PP hundido, lo de su Canal Sur es un naufragio por anticipado, vista la caída de audiencia que sigue y sigue. Y seguirá.

El clima político se pone intrigante, lleno de encrucijadas, pero parece alejarse la crispación insidiosa que llegamos a alcanzar un par de años atrás. Incluso a La Sexta no le importaría perder alguna décima si a cambio se sosiega el cotarro ha llegado a admitir en otras ocasiones García Ferreras, campeón de recuentos y pactómetros.

La TVE que ha de llegar algún día tiene que parecerse más a La Sexta (y no necesariamente por los enfoques y obsesiones de sus temas) que a la Antena 3 de serie B que es actualmente.

Lo que está claro es que tratando con interés la actualidad (como dieron ejemplo todas las cadenas, públicas y privadas, este domingo) pese a los Netflix, los Amazon y los HBO que surjan ante nuestra pantalla, la televisión convencional tiene mucho que contar e influir.

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