No me gustan los cortes que se realizan en los conciertos de música clásica entre pieza y pieza, que nos privan de escuchar los aplausos del público. La cuestión parece baladí, pero tiene su intríngulis. Cuanto asistimos a un evento musical televisado, queremos imbuirnos de la atmósfera que se respira en ese entorno. Entrar en el auditorio y quedarnos allí.

Las pausas también forman parte del conjunto. Son necesarias. Dan aire. Amén de que los aplausos del público sirven de termómetro para apreciar hasta qué punto la pieza ha sido bien acogida, pero sobre todo para entrar en comunión desde casa con dicho público. El corte abrupto de esos aplausos nos saca del contexto. Cuando de repente pasamos del plano en que los espectadores prorrumpen en una ovación al del director batuta en alto a punto de iniciar el primer compás, estamos subvirtiendo la narrativa del propio evento. No sólo en el relato de la imagen, sino en el audio. Sobre todo en el audio. De verdad que no hay nada más desagradable que asistir a un concierto 'a trompicones', cuando desde su mesa el editor nos está privando de esos segundos en apariencia inservibles que tan bien sientan a la transmisión.

Si de lo que se trata es de ganar tiempo la medida no tiene sentido alguno. La duración de contenedor de conciertos en TVE es completamente arbitraria, asignando 90 minutos los sábados y 45 los domingos. En numerosas ocasiones para cuadrar este minutado se echa mano de apéndices de otros conciertos, de piezas sueltas extraídas de aquí y de allá.

Pero lo grave es que parece que nos hemos inmunizado ante esos trasquilones, tremendamente antinaturales. Hay que volver al deleite de la completud. Y eso sí, cuando una coral incluye 20 piezas en un programa, convendría señalar al público en vivo que no aplaudiera entre ellas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios