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Redes sociales y coronavirus: Desapareció la solidaridad y volvió la bronca

  • Las redes sociales han vuelto ya a ser el espejo donde se reflejan y sustancian el odio y las disputas; canalizaron toda la solidaridad que afloró en los momentos más severos de la pandemia y hoy vuelven a canalizar las concentraciones, los escraches, las caceroladas y los insultos.

Aplicaciones en un 'smartphone'

Aplicaciones en un 'smartphone' / Thomas Ulrich, Pixabay

Los aplausos solidarios, los agradecimientos de ida y vuelta o las microhistorias de personas anónimas que rápidamente se hacían virales inundaron las redes y las convirtieron durante semanas en un muro de solidaridad. Fue un espejismo.

Las redes sociales han vuelto ya a ser el espejo donde se reflejan y sustancian el odio y las disputas; canalizaron de forma casi espontánea toda la solidaridad que afloró en los momentos más severos de la pandemia y el confinamiento y hoy vuelven a canalizar, como antes de la crisis, las concentraciones, los escraches, las caceroladas y los insultos. Han recuperado la normalidad, pero esa no es "nueva".

Cuesta ya encontrar mensajes bajo el paraguas de las etiquetas que se convirtieron en tendencia durante varias semanas: #TodoVaASalirBien, #YoMeQuedoEnCasa, #losmayoresloprimero o #aplausosanitario. Hoy abundan #coronapijos, #stopfascismo, #GobiernoAprision, #cacerolada, #Gobiernodeinutiles, #covidiotas o #elvirussoisvosotros.

Bajó la curva de los contagiados y algunos claman ahora por aplanar la del odio. Y son los mayores, precisamente los más vulnerables frente al virus, pero también los que han demostrado una mayor resiliencia, los que levantan la voz y alertan contra las "dos Españas".

Alguien ha escrito en las redes que en su comunidad, los mismos vecinos que compartieron aplausos y emociones, un día comenzaron a cruzarse insultos, y que fue una mujer octogenaria la que gritó y levantó la voz para pedir que pararan. El aplauso fue para ella.

Pero la sociedad española pivota, y así se refleja de forma nítida en las redes sociales, entre quienes reclaman el derecho a manifestarse libremente y expresar su malestar por la gestión que el Gobierno ha hecho de la crisis, y quienes reprochan que las concentraciones que están proliferando puedan echar por tierra el esfuerzo colectivo de las últimas semanas.

Entre quienes respaldan los escraches que antes repudiaron y quienes los condenan cuando antes los aplaudieron. Son las redes sociales, el espejo de la sociedad.

"Manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o la administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba acudir"; es la definición de "escrache" en el diccionario de la RAE y así lo ha recordado en su cuenta el escritor y académico Arturo Pérez Reverte.

Sus amigos tuiteros le preguntaron por esa definición y ha aprovechado para decir que los detesta "los haga quien los haga", que los detestaba antes y los detesta ahora; y que miente y manipula quien diga que hay escraches buenos y malos. Más de dos millones de seguidores acumula el escritor en su cuenta de Twitter, cuyo mensaje acumula una cadena de comentarios que reflejan la polaridad de la sociedad: los reproches y los insultos, la normalidad de siempre.

Las historias de héroes anónimos, de ancianas que cosen, las campañas de micromecenazgo, los homenajes de las comunidades a sus vecinos, el aplauso en el rellano a ese trabajador esencial cuando regresa a casa o el pasillo de los sanitarios a los pacientes cuando reciben el alta ya no inundan las redes.

Pero están, aunque hay que rebuscar para encontrar sus historias y sus mensajes, eclipsados ahora por el ruido, por los insultos y por el odio; casi silenciados.

Porque @Annimarpor apenas tiene 600 seguidores en la red pero no rebla (es enfermera y corredora) en su empeño por poner en valor el trabajo de los sanitarios durante la actual crisis ni en el llamamiento a sus conciudadanos para que mantengan la responsabilidad durante la desescalada.

Hace ya más de un mes, en uno de los momentos más críticos de la escalada, escribió: "A pie de cama y dejándonos la piel trabajando. Aquí seguimos y aquí vamos a estar. Sin especialidades, sin descanso y sin material... pero todos a una".

Ahora ha escrito: "Fui asintomática y lo puedo ser de nuevo. Me pongo la mascarilla por ti. A mi me agobia mucho y me impide correr como me gustaría. Pero tu vida me importa mucho más que mi carrera"; y vuelve a sumar aplausos, besos, agradecimientos y calificativos hermosos.

Juzbado es un pequeño municipio salamantino, pero presenta desde hace varias años una galería de arte rural al aire libre que se ha hecho muy popular en la comarca y atrae a muchos visitantes, y entre sus obras destaca el mural sobre el que se plasmó un gigantesco beso.

Los retoques fotográficos permiten hoy ver en las redes ese beso y a sus protagonistas cubiertos con la mascarilla. "Mascarillas para el beso más grande" han escrito en su mensaje, en el que todavía sobreviven dos etiquetas: #todosjuntos y #todovaasalirbien.

"¡Qué maravilla!", ha respondido alguien en las redes, pero resulta casi imposible llegar hasta ahí; las redes ya no están inundadas de solidaridad. La sociedad, la que hace ruido, y las redes, espejo de la sociedad que hace ruido, pivotan entre #Gobiernocriminal y #CayeBorroka.

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