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El Rey abdica

La Monarquía que viene

NUNCA he sido monárquico, empiezo por afirmarlo. Pero aunque siempre me he inclinado idealmente por el sistema republicano, en cuanto a la forma de Estado para España, la verdad es que he sido y soy un "posibilista". Desde joven empecé a pensar que si en Suecia, por ejemplo, la socialdemocracia podía implantar un sistema político-social como el que implantó, con una monarquía constitucional ejerciente, la monarquía, tras el franquismo, no tenía por qué ser una mala solución para garantizar la democracia y hacer posible el progreso en España. Seguramente por eso, en pleno verano de 1969, el 22 de julio, mientras transcurría mi primer verano de las Milicias Universitarias en el Campamento de Montejaque, me pareció bien la designación de Juan Carlos como sucesor de Franco, "a título de Rey".

Quedaba un camino para recorrer, pero pensé, como otros, que una vez que el sucesor accediera al trono nada sería igual. Visto retrospectivamente, el invento funcionó: se produjo una transición pacífica, se instauró la democracia, se ajustó el papel de la monarquía en la Constitución, y España se integró en el conjunto de los países tolerantes y progresistas del mundo. No ha sido poco. Con una aclaración adicional: en España hay una monarquía porque los españoles lo quisieron así, en 1978, votando la Constitución. Ningún partido mínimamente solvente y representativo, en la época, planteó el modelo republicano. El PCE, incluso, había asumido la bandera roja y gualda con anterioridad a su legalización como partido. Había renunciado a la bandera, a la república y a todos sus avíos. El PSOE, por su parte, se hizo realmente "posibilista" en julio de 1976, cuando, tras el nombramiento de Adolfo Suárez, aunque sin renunciar explícitamente a nada, ligó públicamente la continuidad de la Corona con la aceptación de la "Reforma Democrática" o "Ruptura Negociada".

Así fueron las cosas: la monarquía española de 1978 fue el fruto de la transacción de la Transición. En la España de entonces no se sabe cuántos monárquicos, de razón o de corazón, habría. La historia de la institución, desde Carlos IV hasta 1931, no ayudaba a ello, ya que habían predominado los comportamientos torcidos y los reyes arbitrarios y arbitristas, con alguno verdaderamente despreciable. Pero, entonces, se pensó que lo importante era garantizar un paso sereno y acordado a un régimen democrático.

Nunca he sido monárquico, insisto, pero pienso que Juan Carlos I ha cumplido perfectamente con su papel institucional a lo largo del tiempo. Y pienso que, en los tiempos difíciles, tomó decisiones arrojadas y atrevidas, que iban mucho más allá del afán de garantizar su estatus para él y para sus descendientes. Pienso que ha sido el Rey que necesitaba la España de su tiempo. Y pienso que ha sido el Rey que le ha dado un papel a la Corona en la moderna sociedad democrática española.

No obstante todo lo anterior, en los momentos actuales, existe división de opiniones en torno a la Monarquía en España. No voy a detenerme en el posible debate. En aras de la brevedad, señalaré tres cuestiones a considerar: la relación entre Monarquía y Democracia en una sociedad moderna; el papel a desempeñar por los monarcas constitucionales; y los hábitos y comportamientos -privados, sociales y públicos- de los monarcas y de su entorno.

En cuanto al primer punto, creo que una monarquía parlamentaria no tiene que ser considerada como un freno o límite para la democracia parlamentaria, en la sociedad actual. La prueba está en lo que sucede en países de nuestro entorno. En relación con el papel de los monarcas, éste está regulado por la Constitución, y pocos riesgos se derivan del respeto a las normas en ella contenidas. Es en el tercer punto donde pueden darse, y de hecho se han dado en España, algunos hábitos equívocos o comportamientos no apreciables, y especialmente en el entorno de la Corona. Con eso, creo, es con lo que tendrá que tener más cuidado la monarquía que viene.

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