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Música y placer

¿Por qué te vienes arriba en el karaoke?

  • María Luz Montesinos Gutiérrez, Profesora Titular de la Universidad de Sevilla en el departamento de Fisiología Médica y Biofísica, explica el por qué sentimos placer al escuchar música.

La música es un placer al alcance de todos

La música es un placer al alcance de todos

Está claro que somos seres musicales, y esto (entre muchas otras cosas, claro está) nos hace diferentes al resto de animales.

El primer instrumento musical conocido es una flauta hecha con un hueso de pájaro que tiene unos 40.000 años. Y como curiosidad, la distancia entre agujeros de esa flauta es muy parecida a la de algunas flautas actuales, lo que podría significar que ya en esa época se tocaban los mismos intervalos que usamos ahora, aunque no necesariamente (nunca lo sabremos) con las mismas preferencias que las que tenemos hoy en día.

Un intervalo musical está formado por dos notas, una tocada después de otra. Y por supuesto, los intervalos son la base de la melodía en una canción, ya que cuando tocamos o cantamos cualquier melodía lo que hacemos es justo eso, producir una nota detrás de otra.

Antes que nada, hay que recordar que el sonido es la interpretación que hace nuestro sistema auditivo (y finalmente, nuestra corteza auditiva) de un fenómeno físico, que es la oscilación de la presión del aire. Esas oscilaciones tienen su frecuencia característica, que se mide en hertzios (ondas por segundo, Hz). Y la frecuencia de una onda sonora tiene que ver con que la percibamos como un sonido agudo (alta frecuencia) o grave (baja frecuencia). Las notas musicales tienen, pues, una frecuencia principal característica.

El sonido es la interpretación que hace nuestro sistema auditivo (y finalmente, nuestra corteza auditiva) de un fenómeno físico

Volvemos a los intervalos: si tocamos una nota cualquiera de la flauta, digamos “La” (880 Hz) y otra a continuación, por ejemplo “Mi” (1318 Hz) ya hemos tocado un intervalo, que en este caso se llama “quinta perfecta”.

No todos los intervalos nos suenan igual de bien. Los que suelen “sonar bien” se llaman consonantes, y los que nos “suenan mal” son disonantes. Casi todo el mundo está de acuerdo en que los intervalos que suenan mejor son los que se llaman “octava”, “quinta perfecta” y “cuarta perfecta”. Y, por ejemplo, el “tritono” (que es una “quinta disminuida” o “cuarta aumentada”) suele “chirriar” en nuestro cerebro, y sonarnos mal.

Si nos fijamos en las frecuencias de las notas que forman una octava, una quinta perfecta o una cuarta perfecta, veríamos que la relación entre ellas es 1:2, 2:3 y 3:4, respectivamente. Números sencillos y ordenaditos… Y este descubrimiento se lo debemos a Pitágoras, que estudió precisamente las frecuencias de las notas musicales utilizando un monocordio (un instrumento de una sola cuerda cuya longitud podía variar, y ver así la relación que esto tenía con la frecuencia de la nota que sonaba). 

Pero… ¡un momento!, vamos a dar un salto espacio-temporal desde la Grecia antigua hasta la Amazonia boliviana actual. Allí, en Santa María, viven los Tsimanes, de forma bastante aislada: sin televisión, sin electricidad, sin agua corriente. Sólo se llega por canoa, y el acceso a la música es muy limitado.

Un grupo de científicos se fue hasta allí, a averiguar cuáles eran los intervalos musicales que les sonaban bien y mal a los Tsimanes. Y, ¡oh sorpresa!, resultó que les gustaban todos por igual. Sin embargo, unos kilómetros más allá, en San Borja, una población rural, pero con televisión, radio, etc., las preferencias eran similares a las que tenemos en la cultura occidental.

¿Entonces qué? Pues una de dos, o los Tsimanes se pusieron de acuerdo para gastar una broma a los investigadores (que publicaron este estudio en Nature), o la historia es más bien al revés de lo que puede parecer. Es decir, que a fuerza de tocar octavas, cuartas y quintas toda la vida, pues te suenan bien.

Sea como sea, y aunque nos gusten los tritonos o los intervalos perfectos, el rock, metal, pop, hip-hop, jazz o la música clásica, la electrónica o hasta la música microtonal (o nos guste todo), la cuestión es que en general sentimos placer escuchando música (a excepción de las personas con ahedonia musical). ¿Por qué? Pues parece que esto tiene que ver con el sistema mesolímbico, y también con la capacidad de predicción del cerebro (y esto, a su vez, con la memoria y el aprendizaje).

El sistema mesolímbico está relacionado con el placer, y refuerza, mediante la liberación de dopamina, los comportamientos adaptativos como el sexo o comer, por ejemplo. Mediante estudios de imagen funcional se ha demostrado que cuando escuchamos nuestra música favorita se libera dopamina que activa al núcleo accumbens (una región del sistema límbico), y eso nos da placer.

Por otra parte, a lo largo de nuestra vida escuchamos mucha música, y nuestro cerebro extrae patrones que se repiten con mayor o menor probabilidad, así que, mediante aprendizaje estadístico, de alguna forma se crean “moldes musicales” en nuestra memoria (esto es muy parecido a la manera en la que aprendemos a hablar, ya que también lo hacemos por aprendizaje estadístico).

Los intervalos que suenan mejor son los que se llaman octava, quinta perfecta y cuarta perfecta. Los intervalos que suenan mejor son los que se llaman octava, quinta perfecta y cuarta perfecta.

Los intervalos que suenan mejor son los que se llaman octava, quinta perfecta y cuarta perfecta.

Además, cuando hemos escuchado una canción o una pieza musical muchas veces (porque nos gusta y nos la ponemos en bucle en Spotify) la hemos memorizado y aprendido, y podemos predecir (“escuchar en nuestra mente”) qué viene a continuación con bastante exactitud.

Pues bien, esa predicción o capacidad de anticipación también nos da placer, y justo antes de nuestros pasajes preferidos se libera dopamina que activa al núcleo caudado. Es decir, que disfrutamos y sentimos como recompensa el anticipar “lo que viene”, y cuando por fin llega es como “la explosión final y la fiesta de la dopamina en nuestro cerebro”.

Y ¿qué pasa cuando escuchamos un tema por primera vez y nos mola? Pues parece ser que es muy probable que se parezca a otro tema favorito nuestro anterior, porque en este caso, además del núcleo accumbens, se activan también regiones de la corteza cerebral que tienen que ver con memoria auditiva, esas regiones donde “guardamos nuestros moldes musicales”.

Esa conexión funcional entre la corteza auditiva y el sistema límbico se pierde en las personas con ahedonia musical, que disfrutan del sexo y la comida (menos mal…) pero no de la música.

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