Sociedad

Golpe de mano de la cúpula del Vaticano para acallar a los cardenales rebeldes

  • El camarlengo Tarcisio Bertone pone fin a las citas con la prensa de los purpurados estadounidenses, partidarios de ofrecer información "sobre lo que está ocurriendo".

"Hay un gran interés por lo que está ocurriendo y queremos ayudar a que la gente entienda este proceso". Son palabras pronunciadas por el cardenal estadounidense Daniel di Nardo, arzobispo de Houston, y es muy posible que sean las últimas que diga con tanta firmeza hasta que se elija nuevo papa. Di Nardo, junto con el también estadounidense, cardenal de Boston, Sean Patrick O'Malley, se habían acostumbrado desde que comenzaron las congregaciones generales el pasado lunes, de convocar a los medios de comunicación al más puro estilo Obama; esto es, subidos en un pequeño estrado, micrófono en mano, tono distendido y aceptando hasta la última pregunta planteada por los periodistas.

Terminadas las discusiones del pre cónclave, acudían puntuales a la sede del Pontificio Colegio Norteamericano en Roma y hasta allí se desplazaban buena parte de los informadores para conocer mejor lo sucedido durante la jornada. Pero anoche se cancelaba la convocatoria por orden de la jerarquía vaticana y se anunciaba desde la portavocía de prensa de la Conferencia Episcopal de EEUU que "no se diría más una palabra al respecto, ni habría más ruedas de prensa en lo sucesivo".

La prensa italiana publicó ayer el enfado que el secretario de Estado y actual camarlengo, cardenal Tarcisio Bertone, tenía con los dos clérigos estadounidenses. El diario La Stampa informó que ha sido Bertone quien ha dado una orden directa para que los cardenales estadounidenses no vuelvan a manifestarse más en público y den cuenta de los temas tratados durante el día en las reuniones de las congregaciones generales.

En el Vaticano las jerarquías y mandatos no se conducen según los criterios democráticos de una sociedad civil. La propia Santa Sede confirmó ayer que se ha tratado de una censura en toda regla y que la Iglesia tiene la potestad de mandar callar a sus miembros cuando lo considere oportuno. Lo hizo a través de su portavoz oficial, el padre Federico Lombardi: "Esto no es un convenio o un sínodo del que queremos dar la máxima información", dijo. "Esto es un camino en el que por tradición hay reserva, a fin de tutelar la libertad de cada miembro del Colegio Cardenalicio en un momento tan importante como éste".

Pese a esta reacción airada de la cúpula del Vaticano para acallar los comentarios e informaciones ofrecidas por algunos de los miembros del Colegio Cardenalicio, resulta ya imposible ocultar la fractura que existe en el seno de las congregaciones generales. No sólo los estadounidenses han incumplido la omertá (ley del silencio) que impone el Vaticano, también los cinco cardenales de Brasil y buena parte de los restantes latinoamericanos se han apartado del secretismo oficial y muestran sin tapujos la exigencia de conocer los detalles del informe secreto encargado por Benedicto XVI sobre el caso Vatileaks antes de empezar a elegir al próximo Papa.

Así las cosas, el Colegio Cardenalicio se encuentra dividido en tres bloques en estos momentos: los cardenales que desean echar tierra encima cuanto antes de este episodio oscuro y convocar el cónclave de inmediato; los llamados cardenales rebeldes, dispuestos a retrasar "todo lo que haga falta" la celebración del cónclave, argumentando que antes de elegir al sucesor de Benedicto XVI, se han de conocer en profundidad todos los males que padece a día de hoy la Iglesia y a los que se tendrá que enfrentar el nuevo papa; y un tercer grupo de purpurados que permanecen indecisos.

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