GRÁFICO INTERACTIVO

Dios no usa pañuelos reciclables

  • El índice de compromiso medioambiental de las universidades estadounidenses de Yale y Columbia otorga a España el puesto 30 de una lista de 149 países

Walt Whitman comparaba en Hojas de Hierba la inmensidad de las praderas norteamericanas con el pañuelo de Dios. Hoy, del mar verde que un día inspiró a Whitman, una parte es cultivable y se dedica al trigo, a la soja y al maíz; el resto de esa tierra sucumbe agrietada como resultado de una política del agua basada en los embalses, que ha convertido para buena parte de la sociedad norteamericana el concepto de biodiversidad en una rareza de documental de tele de pago. Hoy, el pañuelo de Dios –no sólo en América– está hecho unos zorros.

Gráfico: GRÁFICO: Servicio Telegráfico. Fuente: Índice de desempeño Ambiental (EPI) 2008, Universidad de Yale y Columbia.

La cuestión medioambiental –que se presenta ahora tan grave, con o sin crisis, como lo fue la cuestión social en el siglo XIX, cuando los obreros europeos aprendieron a usar una herramienta de combate llamada marxismo– ya es un elemento incuestionado en las agendas políticas. Y ahora, como en otros tiempos, se hacen necesarios instrumentos, si no para cambiar el mundo, al menos para preservar lo que queda de él. La herramienta de cambio ya no es hoy aquel manifiesto comunista que, dicen, redactaron Marx y Engels sobre una mesa de roble de la Casa del Cisne –el viejo restaurante de Bruselas hoy frecuentado por lo más chic de la burocracia y el lobbismo de la Unión Europea. Ahora la realidad se transforma por el conocimiento. Los optimates del mundo lo saben. Por eso, en su última reunión en ese pequeño pueblo de montaña suizo llamado Davos, tan encantador y tan alejado de las rutas frecuentadas por los activistas antisistema, los tribunos de la economía internacional prestaron especial atención (aunque eso no salió en la prensa) a un informe elaborado por un grupo de expertos de las universidades estadounidenses de Yale y Columbia, que habían elaborado el denominado Índice de Desempeño Ambiental (EPI, por sus siglas en inglés). Una suerte de destilado final procedente del alambique de comparaciones conceptuales relativas y algoritmos referentes a 149 países que, conforme a 25 indicadores medioambientales, establece quién es quién, de verdad, en materia de medio ambiente, en el mundo. Aquí se ofrece ahora un resumen, centrado en el caso español. A la gente que se reúne en Davos no le gusta perder el tiempo. Escuchar a los expertos de aquel informe medioambiental fue una buena inversión. Porque conocer lo que piensa sobre sostenibilidad gente como Daniel C. Esty, director del Centro de Legislación y Política Ambiental de Yale, o Marc Levy, director adjunto del Centro para la Red de Información Internacional sobre Ciencias de la Tierra de Columbia, coordinadores del informe, no es cualquier cosa; por lo que saben y por su capacidad de influencia:las universidades de Columbia y Yale están entre las 15 primeras del mundo (ninguna española está incluida ni siquiera en la lista de las 150 primeras). El EPI apuesta por una conclusión, que refuerza los pilares de la denominada nueva economía: la riqueza ayuda a gestionar mejor el medio ambiente. Aunque no todo es cuestión de tirar de tiza para separar a ricos y pobres a uno y otro lado de la sostenibilidad de los modelos de desarrollo. Uno de los hallazgos del informe es que no todos los países con un mismo nivel de renta se implican igual en la lucha por mejorar su eficiencia energética, la conservación de sus bosques o la calidad de sus aguas territoriales:existe un amplio espacio de mejora en el que la voluntad política es esencial. Y este sistema de análisis aporta, precisamente, información detallada sobre indicadores concretos respecto a los que la sociedad civil puede, si quiere, demandar intervenciones y estrategias a las diferentes instancias de gobernanza locales, regionales, nacionales o supranacionales. Los datos del EPI son coherentes con el comportamiento de los sistemas biológicos:todo está interconectado, las intervenciones parciales tienen un límite de eficacia infranqueable. En casos tan a la vista como el de la relación entre la calidad del agua de los ríos de un país y su exigencia en el tratamiento de los residuos urbanos e industriales o menos evidentes, como la interrelación entre la esperanza de vida y los niveles de ozono atmosférico. De ahí que, quienes conocen de primera mano este tipo de informes sigan insistiendo en la necesidad de un acuerdo global efectivo. Porque el compromiso de reducir un 80% las emisiones de CO2 en las próximas cuatro décadas no es sólo un reto medioambiental: es un desafío económico ineludible.

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