Semana Santa

Con la cabeza bien alta

  • Un grupo de mujeres que se ha propuesto potenciar el uso de la mantilla el Jueves Santo, quedó ayer para ayudarse con el tocado y visitar luego los sagrarios

Vuelve la cabeza hacia atrás y fija su mirada en el recuerdo de la Semana Santa gaditana de 1968. En ese marco, se descubre a sí misma, con 16 años, contemplando cómo su madre y su tía se colocan la mantilla en la mañana del Jueves Santo, antes de ir a visitar los sagrarios. Ahora, cuatro décadas más tarde y también un Jueves Santo, María de los Ángeles Zaragoza vuelve a centrar su mirada en sí misma con ayuda de un espejo, y esta vez es ella quien asume, con la cabeza bien alta, el peso de la tradición de la mantilla.

Una prenda ésta que ha caído en desuso con el paso de los abriles. Pero este abril es diferente. Este abril de 2009 marca en la capital gaditana un antes y un después gracias a un grupo de mujeres que ha decidido unirse para potenciar el uso de este tocado.

María de los Ángeles Zaragoza, vocal de Cultura de la hermandad de Las Penas y una de las impulsoras de esta iniciativa, congregó en la mañana de ayer a otras 14 mujeres vestidas de riguroso luto en la casa de su hermandad. Allí, con ayuda de la peluquera Yolanda Beardo, y entre ráfagas de laca y una siembra de horquillas en el cabello, coronaron sus cabezas con la peina.

“En Cádiz ya apenas se ven mantillas por la calle el Jueves Santo y sería una pena que se perdiera esa costumbre que tanto mimaron nuestras madres y abuelas. Por eso estamos hoy aquí, y ahora saldremos a la calle para reforzarla”, sonríe Zaragoza con sus hombros ya cubiertos por unas negras blondas que decidió lucir por primera vez en 2006. Sara Blandino, atenta a sus palabras, completa su comentario: “Mucha gente no entiende el sentido de la mantilla. Es una prenda elegante y que luce, en eso estamos de acuerdo. Pero no nos la ponemos para lucirnos nosotras, sino por luto por la muerte de Cristo. Ése es su verdadero sentido, no hay otro”.

Un luto que Rosario Carnota decidió vestir, por tradición familiar, hace ya 45 años, y que desde entonces la acompaña cada Jueves Santo. Tiempo atrás, ella misma se las apañaba para colocarse la peina, pero ya le cuesta, le duelen los brazos. Por eso, tras ser informada días atrás por el hermano mayor de Las Penas de esta iniciativa abanderada por Zaragoza, decidió acudir ayer a la casa de la hermandad y solicitar ayuda. Su mantilla, heredada de su abuela, suma unos doscientos años y no sólo se ha paseado por la Semana Santa gaditana, sino también por la sevillana y la malagueña. Engaña esa prenda. Parece nueva una vez extendida, y es porque Carnota la guarda no como oro en paño, sino como oro en un papel de seda oscuro para así impedir que la luz le llegue directamente.

Ella es la mujer con más edad  —“tengo 15 años metidos en algodones”, bromeó— de las 15 que ayer se dieron cita en la sede de la calle Fernández Shaw. La más joven, Auxiliadora Castellano, suma sólo 22 años y fue con  18 la primera vez que, animada por su madre, cubrió su cuerpo de riguroso luto. Ella también aboga por la permanencia de esta tradición austera que cualquier mujer, independientemente de su edad, puede llevar sobre sus hombros.

María José Novo, de 29 años, considera que si en la ciudad existiesen más tiendas especializadas en mantillas, sería más fácil verlas por las calles y visitando los sagrarios un día como el de ayer. “Aquí sólo hay una o dos tiendas que trabajan con esta prenda. Así que si quieres variedad, tienes que ir a buscarla a otros sitios. Yo quería una mantilla de chantilly y he tenido que ir a Sevilla a comprármela”. 

La de Maribel Pérez Chulián es de blonda, “la típica española”, indica. Perteneció a su suegra y la luce orgullosa desde hace cinco años: “Siempre quise ponerme una mantilla. Mi madre me animaba, pero me dada vergüenza ir sola vestida así. Y mi suegra, que conocía cuánto me gustaba esta prenda, me dejó la suya cuando falleció. Por ella me animé a ponérmela. Se lo prometí”. 

Rosario Marchante también le debe a su suegra la suya. Ayer era la segunda vez que se engalanaba con ella, aunque la primera en lucirla durante la Semana Santa: “La llevé en la última procesión de la Divina Pastora y me di cuenta de que me gustaba vestirme con ella, pero no me atrevía a llevarla en Semana Santa. Me animé cuando el pasado mes leí en Diario de Cádiz que un grupo de mujeres se habían unido para potenciar su uso. Y aquí estoy”.

Los minutos avanzaban hacia las doce del mediodía y sólo quedaba ya una cabeza descubierta, la de Yolanda Beardo. Mientras dos jóvenes se encargaban de su tocado, los guantes fueron cubriendo las manos, y de ellas se derramaron rosarios. 

Había nervios. Nervios que confesó la voz de Zaragoza. Nerviosa pero a la vez satisfecha por la respuesta de esas mujeres, desconocidas algunas pero aliadas todas. Quince mujeres que se reencontraron ayer con la tradición, y están convencidas de que el próximo año serán más las que el Jueves Santo saldrán a la calle a predicar con el ejemplo.

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