El Viernes Santo amanecía en la Villa con un cielo encapotado que hacía presagiar el fin de la semana de esplendor en la Villa. Pese a que el cielo decía lo contrario, las previsiones meteorológicas no pronosticaban lluvia y a las 20:00 horas el muñidor de la Hermandad hacía sonar la campana anunciando que la salida procesional ya era una realidad. En la Plaza Madre Loreto y alrededores de la Victoria se concentraban, como es habitual, un gran número de personas para ver la salida del Cristo Yacente en su Santo Entierro, que se produjo en el más absoluto de los silencios. Luto y solemnidad en el único desfile del Viernes Santo en Puerto Real. 

Tras la salida del Cristo todas las miradas se dirigían a la Señora de la Villa, la Virgen de la Soledad, única dolorosa documentada de la genial artista Luisa Roldán, La Roldana. La banda de música Pedro Álvarez Hidalgo, acompañaba a la Virgen, entonando Tus dolores son mis penas, mientras se dirigía la emotivo encuentro con los ancianos de Vedruna. A las puertas de la residencia de mayores, los ancianos esperaban ansiosos el paso de la Virgen, que durante mucho tiempo, antes de que la residencia se trasladase de lugar, compartieron plaza y muchas vivencias.

La perfecta saeta de María José Vadillo hizo el encuentro mucho más especial, si cabe. Unas gotas de lluvia tensó por unos minutos el desfile procesional. “El cielo también llora acompañando a la Soledad en su pena”, decía un cofrade, pero no fue a más y continuaron su recorrido. Primero, por carrera oficial, donde de nuevo se concentró mucha gente. Luego, hasta la Prioral de San Sebastián para hacer su estación de penitencia.

Unos minutos antes de lo previsto, el Santo Entierro y la Virgen de la Soledad regresaban a Madre Loreto, donde se producía la recogida más singular y tradicional de la Villa. Un año más, se recrearon los tres portazos de la Virgen, recordando a aquellos que diera la Madre Loreto a los exaltados que en 1936 intentaron acceder al templo para incendiarlo.