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San Fernando

Medio siglo en la sencillez de la clausura

  • Sor Aurora Fernández cumplirá mañana su cincuenta aniversario como religiosa en el convento de las Capuchinas

Tomó los hábitos el 2 de mayo de 1959, cuando el país estaba a punto de despertar a la modernidad que trajo la década de los 60. Ajena a los cambios vertiginosos y apabullantes que la sociedad ha experimentado hasta entrar de lleno en el siglo XXI, su vida ha discurrido en la apacible quietud y serenidad que se respira dentro de los muros encalados del convento de las Reverendas Madres Clarisas Capuchinas, en la calle Constructora Naval.

De maitines a completas, su vida ha discurrido entre oficios y meditaciones, viendo la vida a través de la reja y el torno, entregada a la comunidad y, sobre todo, a Dios. Una vida completa, plena, en la que no ha echado nada en falta.

Mañana, sor Aurora Fernández cumplirá cincuenta años de clausura, medio siglo con el hábito puesto. Sus bodas de oro se han convertido incluso en toda una celebración, que el convento y su gente, sus allegados y colaboradores viven con entusiasmo y alegría. Habrá incluso una misa de acción de gracias que oficiará a las cinco de la tarde el sacerdote Rafael Vez Palomino, párroco de la cercana iglesia de San José Artesano y canónigo maestro de ceremonias de la catedral de Cádiz.

Sor Aurora, que tiene ya 77 años, es una monja humilde, modesta y sencilla. Bromea con sus achaques de salud. "Le pido a Dios que me deje vivir mis bodas de oro", decía ayer mismo, tras regresar de la consulta del médico. Y resume en apenas unas pocas palabras su medio siglo de clausura: "Dios siempre ha estado conmigo".

Su vocación despertó temprano. Desde muy joven, la vida religiosa le atraía enormemente. Pero las obligaciones familiares, por un lado, y el fuerte apego a los suyos, por otro, la retenían. Hasta que un día dio el paso. "Comprendí que la mejor manera de poderme dar a los míos, a mi familia y a todos los demás era vivir para Dios", cuenta.

No fue una decisión fácil. La clausura le costó bastante al principio. Sobre todo porque siempre ha estado muy ligada a su familia, a su padre y a sus tres hermanos. Su madre falleció a temprana edad y ella, desde muy pronto, tuvo que convertirse en la mujer de la casa. La separación fue dura. Para unos y para otros. Pero terminaron acostumbrándose. "Todo lo que es de Dios nos viene bien", dice.

Curiosamente, el convento de las Capuchinas, en el que ingresó después de pasar el noviciado en un convento de Granada, quedaba a apenas unos metros de la tienda que su padre, montañés, tenía en la calle González Hontoria. Y aquello, en cierto modo, la reconfortaba. "Estábamos tan cerca", recuerda. Y hoy la recompensa una gran familia con 16 sobrinos y 20 sobrinos nietos, además de varios primos que -asegura- son como hermanos.

La austeridad, el recogimiento, el sacrificio y la oración que imperan en el convento han sido su vida diaria. "Hace cincuenta años vine del noviciado, donde había muchas jóvenes, y entré en el convento en un momento en el que casi todas las hermanas eran bastante mayores, pero comprendí que aquello era la voluntad de Dios y tenía que aceptarla", recuerda. Hoy es ella la decana de una comunidad en la que, realmente, muy pocas cosas han cambiado a lo largo de medio siglo.

"Ahora hemos tenido que adelantar los maitines porque hay varias hermanas enfermas", explica aludiendo a una de las pocas modificaciones que ha sufrido la estricta regla de la clausura a lo largo de cinco décadas.

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