San Fernando

Cirios contra el viento

  • La Isla vivió su primera tarde de procesiones pendiente del fuerte viento de Levante aunque las tres primeras hermandades de la Semana Santa contaron con una cálida y multitudinaria acogida

Sopló, sopló y sopló. Como en el cuento de  los tres cerditos, el Levante fue ayer el lobo al que las tres cofradías del Domingo de Ramos tuvieron que plantar cara para cumplir con su misión de estrenar la primera tarde de procesiones, de abrir la Semana Santa en La Isla.

Cierto es que las fuertes rachas de viento que se registraron en la víspera del Sábado de Pasión amainaron un poco y que, a la tarde, el temporal no parecía tan grave como se temía en un principio. Pero nadie pudo evitar que el esplendoroso y radiante comienzo que acompaña el estreno de una Semana Santa se viera empañado, envuelto y azuzado por la fuerza del viento.

La jornada no pudo sino verse impregnada de ese característico estado de ánimo que implica siempre un temporal de Levante y que los isleños conocen tan bien y tan a menudo sufren. El Domingo de Ramos fue así de una tensión constante, que oscilaba entre el alborozo típico de la primera jornada de la Semana Santa y el entusiasta reencuentro de las cofradías con su ciudad y la desilusión, la frustración provocada por una desapacible tarde de cirios y candelerías apagados, de capas al vuelo  y de levantás suaves para aguantar las fuertes rachas de viento que se colaban por la calle Real sin que nadie las hubiese invitado.

Pero si el tiempo y los pronósticos meteorológicos defraudaron a La Isla en este primer Domingo de Ramos de la era 'post-Magna', no lo hicieron sus cofradías. Las tres más esperadas a lo largo del año por aquello de ser las tres primeras, las responsables de abrir cada año una nueva Semana Santa. Borriquita, Humildad y Paciencia y Columna afrontaron sus salidas procesionales en una tarde que ganó con el adelanto de los horarios acordado y que los isleños pudieron aprovechar mejor.

Una tarde que volvió a ser multitudinaria y en la que La Isla estrenó con éxito su Carrera Oficial ampliada. Una tarde, en definitiva, en la que miles de isleños se olvidaron del Levante -o por lo menos lo intentaron- para cumplir con el ritual cofrade de estrenar cada Domingo de Ramos y salir a la calle para reencontrarse con La Isla de las cofradías.

Con sabor a despedida

Generaciones de isleños han sabido que quedaba poco para el Domingo de Ramos cuando al salir del colegio de La Salle veían entreabierta la puerta del antiguo almacén que la Borriquita tenía junto a la calle Tomás del Valle y la orfebrería del paso de Cristo Rey se desbordaba a primera hora de la tarde por ese pequeño hueco mientras el mayordomo se afanaba en los preparativos, bayeta en mano. Para un niño, que fácilmente quedaba deslumbrado por esa alegre mezcla de canasto y respiraderos dorados y plateados en cuya cartela sobresalía la estrella del signum fidei lasaliano, no había mejor pregón de la Semana Santa que aquél que anunciaba ese paso setentón salido de los talleres de Angulo (Lucena, Córdoba), tan del gusto de la gloriosa Isla cofrade de la época.

Hoy, esos niños que son adultos y que hace ya bastantes años que abandonaron las aulas de La Sa- lle saben que hay -siempre los hubo- pasos mejores, prodigios de la talla y la exquisitez del dorado y policromado e incluso también de la más fina y delicada orfebrería que se completan con una cuidadísima imaginería. Hay auténticas obras de arte del neobarroco más cofradiero, producto de sesudos estudios para que todo encaje con la forma de ser de la hermandad, con sus señas de identidad, con las armónicas proporciones del misterio. Todo según los cánones, claro.

Todo eso se sabe y es verdad. Otra cosa son los sentimientos, la nostalgia de los tiempos pasados que fueron mejores, de las Semanas Santas de la infancia que vienen a la memoria cada  tarde de Domingo de Ramos. Pero la Semana Santa, ya se sabe, tiene mucho de emociones. Y ayer, al saber que ese paso, dado su mal estado, procesionaba por última vez, en su último Domingo de Ramos, la nostalgia -seguro- llamó al corazón de todos aquellos antiguos alumnos del colegio La Salle cuando por delante suya, en plena calle Real, vieron pasar por última vez esas antiguas andas -aquellas que llevaban al morenísimo Cristo del olvidado Salvador García Piñero Boro con sus curiosos pantaloncillos blancos a lomos de un pollino- en su última misión anunciadora de la llegada de la Semana Santa a La Isla. Porque hay pasos que mueren andando.

El reloj cofrade

Hay un clásico almanaque cofradiero que lleva la cuenta de los días que faltan para la Semana Santa. Todo buen capillita tiene uno en su escritorio o en el rincón de su casa que reserva a los detalles de sus hermandades. Y hay un reloj cofrade que no se ve, que se lleva por dentro, y que lleva la cuenta de las horas y minutos que faltan para las cuatro de la tarde del Domingo de Ramos. La hora de la Semana Santa. La hora en la que cada año, las puertas de la capilla lasaliana de la Estrella se abren de par en par cuando el pregonero -esta vez, un hermano, Juan José Carrera Rojas- descorre el cerrojo que abre la Semana Santa.

Ayer, a esa hora, parecía que el Levante no arreciaba con el ímpetu de la mañana. Pero se notaba. La capa del primer penitente de la Semana Santa -que, como siempre, lleva un niño de hebreo de la mano- ondeaba al enfilar la calle Tomás del Valle, por la que hacían su entrada los hermanos para enfilar el cortejo. Real comenzaba a llenarse de público -incluso los ancianitos de la residencia de San José ocupaban ya  su sitio- cuando las bandas -Nazareno y Virgen de la Oliva- hicieron el preceptivo pasacalle, tan alegre y jubiloso, que precede a la salida de la cruz de guía.

Todo estaba a punto para dar  una cálida acogida a la primera hermandad de la Semana Santa. Y a las cuatro de la tarde, como manda la tradición, el cortejo de los pequeños niños hebreos inició su andadura por la calle Real. Sonaba la marcha Costalero en Real y el público aplaudía.  Todo había comenzado. Otra vez.

Cambio de imagen

Mas de una hora tarda la Borriquita en salir. Cuando el palio de la Estrella enfila la calle Real tras el correspondiente giro que hace al salir de la capilla  -acaba de sonar Aires de Triana-  son cerca de las cinco y cuarto de la tarde y entre el público se cuela ya algún hermano de Columna revestido ya de la hermosa túnica nazarena de antifaz de terciopelo morado y capa blanca. Elegante. Ayer, esta hermandad del Domingo de Ramos cambio por completo su estética en la calle. Para mejor, claro.

Fue una de esas imágenes cofrades que quedan para el recuerdo y que regaló la primera jornada de esta Semana Santa. La Estrella, pasadas ya las seis y media de la tarde, enfilaba ya la tribuna de las autoridades de la Carrera Oficial, a punto de perderse luego por la esquina de Tomás del Valle a la búsqueda de las Siete Revueltas. A escasos metros del palio, la sección juvenil de la agrupación musical Virgen de las Lágrimas se estrenaba en la calle con un respetuoso silencio hacia la dolorosa lasaliana. Y detrás, la clásica cruz de guía de madera de Columna se abría paso por la calle Real seguida de los hermanos de fila. El diseño que Rodríguez Ojeda ideara para la Macarena a principios del siglo pasado y que tantas hermandades han adoptado -aunque en La Isla, ésta ha sido la primera- enamora. No puede ser de otra forma, tan cofrade como resulta. El terciopelo morado brilla al sol de la tarde y las capas blancas -con el amplio escudo de la hermandad en el hombro- ondean cada vez que rachea el viento. Sobre ellos, al fondo se vislumbra el clásico canasto del paso de Manuel Casana al que ayer se le añadió un acertado y perfectísimo friso de rosas de tonos malva, el color de la hermandad.

La mezcla no deja de ser curiosa. La Semana Santa tiene esas contradicciones. Por un lado, lo nuevo, las túnicas que estrena  la hermandad para todos sus hermanos de fila, las capas y el terciopelo morado, la renovación.

Y, por otro, la señera y serena belleza del que, quizá, sea el misterio más clásico de toda la Semana Santa isleña. Un misterio que permanece prácticamente inalterable con el paso de los años, un Domingo de Ramos tras otro y que, por eso mismo, conquista a todo el mundo. Ahí reside todo el encanto.

mucho ambiente

Los más puristas dicen que en La Isla es Domingo de Ramos cuando Columna está en la calle Real, cuando ha afrontado el momento casi mágico que es su salida de la Iglesia Mayor, que por cierto ayer mostró por primera vez en Semana Santa su fachaz almagra remozada con el Bicentenario. El año pasado -recuerden- estaba repleta de andamios.

Lo cierto es que a esa hora, aunque todavía la hermandad de La Ardila no había llegado al centro, la calle estaba en plena ebullición. Los palcos estaban al completo. Prácticamente no se veían sillas vacías y entre la plaza del Rey y la Iglesia Mayor no cabía un alfiler. El Domingo de Ramos, la primera jornada de la Semana Santa, es siempre una de las que las que más público atrae y ayer, a pesar de la desapacible tarde que provocó el viento de Levante, también lo fue. Había ambiente. Y mucho.

De aniversario

Poco antes de las ocho, el palio de las Lágrimas abandonaba la Carrera Oficial y giraba por la plaza del Rey. Atrás, por General Valdés se vislumbran ya los capirotes blancos que llegaban de La Ardila en esta primera tarde de procesiones.

La tercera hermandad del día, que había salido dos horas antes de la parroquia de San Servando y San Germán, ya se había colado en el centro con su característica agilidad y los andares tan particulares de esta cuadrilla de los Jóvenes Cargadores Cofrades. El círculo cofrade del Domingo de Ramos se completaba en el centro de una ciudad que apuraba ya las últimas horas de la tarde. Hay momentos en los que, con tanta gente, ni siquiera se llega a notar el viento.

Ayer, Humildad y Paciencia estaba de aniversario. Recordaba los 25 años que hacen ya de su fundación, lo que hizo que la salida penitencial que realizó esta hermandad desde la parroquia de La Ardila se revistiera de un caracter muy especial. La salida tuvo momentos realmente memorables. Especialmente, el recuerdo a los hermanos fallecidos que precedió a la apertura de las puertas del templo. En su recorrido hacia el centro de la ciudad, que les llevó por toda la zona de Hornos Púnicos, los hermanos tuvieron que hacer frente a las intensas rachas de viento que por allí se notaban mucho más.

A las nueve, la cruz de guía hizo se entrada en la Carrera Oficial. Fue un momento clave en esta  primera jornada porque supuso también el tránsito de la tarde a la noche, a la primera noche de la Semana Santa.

Al abrigo de los palcos, los hermanos de Humildad y Paciencia intentabann mantener los cirios encendidos mientras el Santísimo Cristo de Humildad y Paciencia, sobre su monte de claveles rojos, pasaba ante unos palcos de nuevo repletos de públicos.

La hermandad, que ha llegado rápidamente al centro, se dispone a emprender su regreso hacia su barrio de La Ardila y su parroquia de San Servando y San Germán. Sus momentos más emotivos e intensos -especialmente en el callejón Manuel de Arriaga, junto a la Compañía- le aguardan.  El palio de las Penas lleva la candelería apagada cuando llega a la esquina de Isaac Peral. Una imagen que resume lo que ayer fue esta primera jornada de la Semana Santa de 2011 que, sin embargo, los isleños vivieron con intensidad. A esa hora, la cruz de guía de Borriquita, a tan sólo unos metros de distancia, ha entrado ya en la capilla de La Salle y la primera hermandad del día inicia ya su recogida. El Domingo de Ramos se apura.

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