Luis Andrés López Fernández · médico y profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública

El sida y nuestro tiempo

  • La corta historia de esta enfermedad es una muy buena expresión de los azarosos cambios de esta época que nos ha tocado vivir.

 

Soy médico y cuando acabé mi carrera no existía el sida. Hice mi especialidad y seguía sin existir esta enfermedad. El caso es que, de forma retrospectiva, si se supo que se había producido un primer caso en España a finales de 1981. Tampoco me pude formar en otras 40 nuevas enfermedades infecciosas que han aparecido o se han descubierto desde entonces. En mi programa de formación especializada me enseñaron que “la humanidad había vencido a las enfermedades infecciosas”…pero no era verdad. No fue verdad.

La corta historia de esta enfermedad es una muy buena expresión de los azarosos cambios de esta época que nos ha tocado vivir. Al principio pareció ser una afección vinculada con determinados grupos de riesgo y limitada a ellos, hubo protestas por dedicar tanta atención a la enfermedad teniendo en cuenta la importancia de otras. Pero al poco tiempo todos y todas teníamos amigos, familiares, conocidos afectados por la enfermedad o que habían tenido que pasar por la angustia de la espera de los resultados de una prueba del sida. La enfermad era una plaga, una peste…y lo sigue siendo, en África está causando sufrimiento y muerte a decenas de millones de personas. España tuvo la peor epidemia europea, que segó la vida de una parte de toda una generación que nació alrededor de los primeros años 60 y que en los 80 conoció la siniestra mezcla de la heroína pinchada con jeringuillas compartidas, una gran tasa de atracos de bancos (para conseguir comprarla droga) y la cárcel…que junto con el virus y la ausencia de una política valiente de facilitar jeringuillas y preservativos en las prisiones supuso la muerte de miles de jóvenes de los barrios periféricos de nuestras ciudades.

El miedo al contagio del sida cambió nuestras costumbres, la apertura que a nivel de valores y en relación con la sexualidad, había supuesto la cultura asociada al Mayo del 68 quedó truncada. Se reforzaron las opiniones conservadoras en relación con el sexo y las relaciones de pareja. Se produjo una fuerte marginación de las personas enfermas o contagiadas situación que, lamentablemente, se mantiene muy fuerte en nuestra sociedad igual que en otros países de nuestro entorno sociocultural.

El sida luego se convirtió en una enfermedad crónica. Su mortalidad ha bajado. La esperanza ha vuelto. Solo en los países desarrollados, eso sí, y para aquellas personas que pueden acceder al caro tratamiento combinado y una adecuada atención médica. En los países pobres la situación sigue siendo dramática y la defensa de los derechos de propiedad, de las patentes por parte de los laboratorios farmacéuticos del mundo occidental, está haciendo estragos al imposibilitar el acceso al tratamiento antiviral a los enfermos y personas contagiadas. Probablemente la vez que he percibido con carácter mas crudo la injusticia en relación con la salud fue en un país americano en el que trabajé durante años el ver que como mis amigos españoles podían disponer en España del tratamiento antiviral y ver como fallecían de la enfermedad y en lamentables condiciones de atención los que eran naturales del país…

La investigación sobre el sida avanza con fuerza, aunque con menos de la que quisieran los afectados y sus familiares. Al incidir sobre poblaciones que viven en países ricos hay fuentes financieras importantes para probar nuevas medicinas o nuevas estrategias como son las vacunas que se encuentran en estudio y que, de momento no han dado resultados definitivos. Una estrategia interesante en la investigación actual es la que se centra en los “pacientes controladores elite”, un escaso uno por ciento de los pacientes que, pese a estar infectados por el virus controlan a largo plazo la aparición de la enfermedad y se mantienen sanos. Quizá identificando los mecanismos que de forma natural utilizan estos pacientes avancemos en nuestros esfuerzos por vencer al sida.

Pero no serán los avances en la medicina biológica los que nos solucionarán nuestros problemas más graves. Necesitamos con urgencia enfrentar los aspectos de carácter social. Necesitamos vencer la marginación a la que sometemos a estos ciudadanos y ciudadanas. Necesitamos que nuestros hijos y nietos no nos puedan acusar de un nuevo “holocausto”, de una catástrofe humanitaria… de dejar morir a millones de personas pese a disponer de un tratamiento y todo a causa de defender unas patentes, unos “derechos de propiedad”, que es una idea más difícil todavía de explicar a nadie que la de morir por ser de un color, de un país. ¿qué les diremos cuando nos pregunten porqué no les dimos el tratamiento?.

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