La Casa Consistorial abierta de par en par, decenas de niños corriendo para entrar en el Colegio Juan Pablo II, las terrazas del Calvo, el Delfín o el Bar Arca llenas de puertorrealeños desayunando y un continuo trasiego de camiones y furgonetas descargando mercancía en la calle Soledad para abastecer a los comercios del centro. Esa es la imagen habitual en la calle De la Plaza y la Plaza de Jesús un día cualquiera. Pero no la de este lunes. Nadie paseaba ni probaba suerte en las administraciones de loterías. Tampoco los vendedores de la ONCE estaban apostados en la calle.
El lunes amanecía con una imagen desértica y con apenas tres colas, muy ordenadas, manteniendo distancias de seguridad en cajeros, panaderías o en el Estanco de Chelo. Primer día laborable desde que se declarase el estado de alarma en una ciudad bulliciosa apagada por el temor al COVID-19.
Quienes salían a la calle lo hacían con su carro de la compra destino al Mercado de Abastos. Allí los lunes son atípicos. El cierre de los puestos de pescado deja al mercado desangelado, pero no tanto como ahora. Pese a que todos los detallistas de la Plaza intentaban dar lo mejor de sí y bromeaban, como siempre, con sus clientes, era difícil encontrar la normalidad ante una clientela protegida con guantes y mascarillas.
"Mira como vengo yo", decía Loli Navarro sacándose las manos de los bolsillos y mostrando sus manos cubiertas con unos guantes de latex. "¿Qué hago? Tengo que comprar y me da mucho miedo", apostillaba. Enseguida se paraba en uno de los puestos de verdura, mirando al suelo como si contase a ojo la distancia de seguridad que quería mantener con quienes le precedían en la cola.
Al igual que Loli, Ángeles Bermúdez entraba en el Mercado junto a su hermana. A ellas les costaba mantener la separación "después 20 años viniendo así a comprar". Ella no llevaba guantes pero sí una mascarilla. "Mis hijos me han dicho que me la ponga porque yo soy propensa a cogerlo todo. Compro rápido y me voy para casa y ya no salgo más porque vengo nerviosa", aseguraba. "Eso, que hoy no podemos ni tomarnos el cafelito porque está todo cerrado. Eso es lo que más echamos de menos. Pero qué vamos a hacer, es lo que toca. A ver si pronto pasa todo y podemos darnos besos, abrazos y lo que haga falta", sonreía. "Porque hay que ver que días más sosos sin tocarnos para nada". Quienes salieron a primera hora sí vieron el Mercado ambientado, porque poco después se vació y apenas tuvo movimiento.
Una imagen llamativa era la Plaza Blas Infante. Allí están las oficinas de Correos que a primera hora de la mañana ya registran largas colas. Hoy también había bullicio, pero en colas. Todo el público repartido por la Plaza a la espera de que abriesen las oficinas. "He venido porque tenía que hacer una gestión urgente si no me quedo en casa. Imagino que como todos los que estamos aquí", decía uno de los hombres que esperaban la apertura.
Donde se vivía mas ambiente era en los alrededores de los grandes supermercados que ahora controlan las entradas de una forma más ordenadas. Alguno incluso han pintado lineas de separación en las puertas de acceso, para evitar aglomeraciones.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios