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Francisco González · Socorrista

"El gaditano tiene confianza en el mar y piensa que siempre es igual"

El trabajo de socorrista en las playas es un oficio sacrificado. Es necesario cumplir con una serie de aptitudes físicas y técnicas para velar por la seguridad de los bañistas. Sin embargo, y a pesar de trabajar en un lugar en el que el resto de personas está disfrutando de las vacaciones, esta labor se vuelve estimulante en el momento en el que se salva una vida.

Francisco González Oslé lleva 12 temporadas trabajando en las playas de Cádiz. Licenciado en Historia, decidió hacerse socorrista porque “mientras hacía el CAP y el Doctorado, necesitaba trabajar y a mí siempre me ha gustado el mar”. Por ello, con el hecho de estar en la playa “ya estás en contacto con el medio ambiente y lo vi como una oportunidad mientras que seguía con mi proyecto de la carrera”. Y así ha seguido durante estos 12 años, en los que ha compaginado este empleo con el de monitor de natación en invierno, a la vez que está estudiando para presentarse a las oposiciones de Secundaria. González Oslé señala la dificultad que supone la temporalidad de esta profesión al afirmar que “la mayoría de la gente tiene otros proyectos porque es como mucho para seis meses”, por lo que, aunque este oficio “resulta gratificante”, no se puede mantener porque “no deja de estar lo suficientemente bien pagado como para buscarte la vida ni tienes trabajo todo el año para poder vivir de esto. Hace falta siempre otro trabajo en invierno”.

Por su conocimiento del medio en el que trabaja, este socorrista señala que el mar en Cádiz capital es “tranquilo” en comparación con Conil o Tarifa, lo que no quita que haya que tener en cuenta los peligros de los días en los que hace viento de levante, ya que “arrastra para dentro” a los bañistas, o “los 10 o 12 días en los que tenemos un mar de fondo fuerte”, por lo que en esas jornadas sí hay que extremar las precauciones. Respecto a las diferentes playas de la ciudad, González Oslé diferencia el trabajo de los socorristas entre las intervenciones en tierra y las que se hacen en el mar. Respecto a la labor terrestre, apunta que “donde hay más asistencias, según las estadísticas que se recogen al final de la temporada, es en La Caleta y en Santa María del Mar”. Esto se debe a que “suele aglomerarse una población más envejecida, por lo que hay más posibilidades de que tengan lipotimias o infartos”. A esto se une que “en estas playas hay rocas y espigones. Además, es típico saltar del Puente Canal o del Puente Hierro y eso también conlleva más riesgo de golpes y traumatismos”.

Por su parte, en el apartado marítimo, indica que Santa María del Mar “es peligrosa porque en los espigones se forman corrientes”, incidiendo también “la forma que tiene la arena”. Igualmente, también destaca los problemas que se originan en la playa de Cortadura y en la zona de Los Delfines en La Victoria, en donde “el oleaje es mucho más fuerte”.

Teniendo en cuenta todas estas dificultades, una parte de las intervenciones se producen por la imprudencia de los bañistas. Uno de los motivos, según el socorrista, es la confianza que tiene el gaditano del medio marítimo, ya que “se piensa que las condiciones siempre van a ser las mismas y no es así,”. Por su parte, otro problema es la falta de conocimiento que tienen los visitantes de las playas con actitudes como “tirarse de cabeza sin mirar primero si hay rocas o no”. Otra acción típica que también genera rescates cada verano es “irse a nadar para alcanzar la boya que delimita la zona de baño, que está a 200 metros, y volver”, por lo que, al no medir la capacidad física, “hay que ir a ayudarles porque están cansados”.

Entre las intervenciones más complicadas, González Oslé recuerda una del pasado verano en Cortadura durante los días en los que se tuvo que izar la bandera roja por las fuertes corrientes. Lo peculiar de aquel rescate fue que esta persona “se quedó atrapada en donde se montaba la ola, a unos 70 metros de la orilla, por lo que la ola ni lo llegaba a sacar ni lo metía hacia dentro, y cuando la ola se formaba, él se quedaba arriba”. Ante esta situación, el socorrista, al no poder acercarse la embarcación de rescate por el riesgo de que volcara, tuvo que “remolcarlo un poco hacia mar adentro para salirnos de la rompiente de la ola y ya subirlo a la embarcación”.

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