Galería del crimen

Las flores del mal

  • Doce años separan las muertes de 'El Jipi' y de Juan José Pérez: son los años del azote de la heroína l Jerez fue bautizada a principios de la década de los 90 como "la ciudad del caballo"

"El demonio se agita a mi lado sin cesar; flota a mi alrededor cual aire impalpable; lo respiro, siento cómo quema mi pulmón y lo llena de un deseo eterno y culpable..." Es La destrucción, el primer poema de Las flores del mal, de Charles Baudelaire, el libro que siempre acompañaba a José Esteban Monge, 'El Jipi'. Estaba cerca el manoseado ejemplar de la zanja donde fue arrojado su cadáver, en la carretera de Jerez a Trebujena. El hecho fue conocido en Jerez a través de este titular del 2 de marzo de 1987: "Aparece el cadáver de un anciano sin identificar en la carretera de Trebujena". 'El Jipi' tenía 34 años. De su cara apenas quedaba rastro. El Jipi tuvo una muerte horrible. Murió porque perdió en un viaje desde la India 400 gramos de heroína. 'El Gordo', su jefe, el hombre que introdujo la heroína a gran escala en la provincia, el que inició el azote del 'caballo', le sometió a un interrogatorio de cinco horas hasta que le destrozó la cara con un azadón. "Está muerto", dijeron observando la pulpa de su cara los socios de 'El Gordo'. "Por supuesto que está muerto", contestó 'El Gordo' cansado de hacerle las mismas preguntas y que 'El Jipi' diera las mismas evasivas. A 'El Gordo' le había costado caro el viaje de 'El Jipi' a la India y la inversión quedaba en nada. 36 millones de pesetas era la previsible ganancia. La real, cero. Y le dio con el azadón. Atrás cuatro horas con el Jipi atado en una silla recibiendo golpes, una bolsa en la cabeza, los huesos rotos. "Canta, Jipi, canta. ¿Dónde está la droga?" Y otra lluvia de golpes. Trasladaron tres kilómetros hacia Trebujena el cuerpo maniatado y lo semienterraron en una cuneta. La lluvia de los días reveló el cadáver bañado en lodo. Un anciano sin cara atrapado en un plástico hecho jirones. Los bomberos utilizaron mascarillas y oxígeno autónomo para levantar el cuerpo.

"Era un tipo callado, no se relacionaba. Llegó a Jerez con un aire místico. Estaba enganchado hasta las trancas cuando en Jerez todavía no habían empezado a desfilar los zombis", cuenta uno de la época que le conoció. Sí, fue eso 'El Jipi'. El primer yonqui de Jerez. Venía de Madrid, donde ya había zombis, sombras de Malasaña.

En realidad, sí que se relacionaba. José María tendría 16 años cuando le conoció y se convirtió, de algún modo, en su discípulo, "su pequeño saltamontes". 'El Jipi' hablaba con él de literatura, le descubrió Los cantos de Maldoror, una narración en verso del siglo XIX de un arcángel de la muerte cargado de sadismo y dolor. Y le dijo que ni tocara la aguja. José María estuvo enganchado cinco años, en lo peor del azote, entre el 90 y el 95. Quiso descubrir los cantos de Maldoror desde dentro. Hoy no sólo no guarda rencor al Jipi, sino que le venera. "Era un hombre atormentado".

En un impactante artículo en El País de 1993 se podía leer este titular: "Jerez, ciudad del 'caballo'". El 'jaco' golpeó Jerez con una saña salvaje. La crisis de los 90 dio alas a las amapolas. En barrios como Rompechapines, San Telmo o Casitas Bajas el mercado era imparable, había filas de esqueletos esperando sus dosis. Un 30% del paro en una crisis nacional que se sobrealimentaba con la crisis bodeguera, iniciada en el 83 con la expropiación de Rumasa. El demonio, tal cual, se agitaba sin cesar. En cierto modo, los inicios de una ciudad chapoteando en heroína están en ese crimen del año 87.

'El Jipi' dejó en Madrid, en casa de sus padres, a un hijo de 9 años. Acompañado de Baudelaire, este hombre de pocas palabras tuvo sueños indios que luego serían una epidemia. Vacaciones en la miseria de los demás. Y encontró quien le pagara un viaje más allá de sus rutinarios puentes aéreos en vena. Se encontró con sus asesinos.

La banda de 'El Gordo', que por entonces contaba con 30 años, había encontrado un inmenso nicho de mercado. Con buenas relaciones, habían pasado del hachís a la heroína a través de traficantes de Madrid. Luego la banda pudo volar sola y dio con el proveedor en origen. Heroína de la India recién traída de Afganistán. Sólo necesitaba un correo, un pequeño laboratorio de transformación y se ahorraría costes de intermediación. Jugaba fuerte 'El Gordo'. Su detención, apenas dos meses después del crimen, diversificó la distribución. Aparecieron nuevos traficantes, algunos de ellos provenientes de Córdoba, otros de Sevilla y alguna otra banda autóctona. Todos sus 'capos' luciendo oro en el pecho. Policías de estupefacientes de la época explican que "en Jerez se creó un mercado de droga muy sólido que controlaba buena parte de la provincia".

Jerez estalló. Los vecinos salieron a la calle, pedían que se reventaran los 'bunkers' de los narcos. En el barrio de San Juan de Dios, hoy un barrio fantasma por la herida de aquella época, hubo patrullas nocturnas. La gente se enfrentaba a los clanes, que seguían vendiendo pese a que sus hijos caían uno tras otro en el tumor de la jeringa.

Muchos muertos después, sobre el año 96, cuando en la ciudad empezaron a erigirse las grúas como el paisaje de hierro de la prosperidad, la heroína empezó a retroceder. Se tapiaban a diario chutaderos y, poco después, llegaba la piqueta para levantar nuevas construcciones. Los jóvenes de los suburbios cambiaron hábitos. La jeringuilla desapareció por completo y siguió durante un tiempo el negocio a través de la nariz. Los narcos de heroína se modernizaron y hallaron más beneficios en la cocaína, una droga limpia que no deja cadáveres en la calle.

En 1999, de madrugada, hay un escándalo en la calle Salas, muy cerca de la peña flamenca Antonio Chacón y de un centro llamado del Culto donde desintoxican a los intoxicados a golpes de salmos bíblicos. Todo el mundo sabe que ese solar del centro histórico, entre palacios, es un chutadero a cielo abierto. Se escuchan gritos y un "ah... por una papela, me has pinchado por una papela". Caía al suelo Juan José Pérez, de una sola puñalada que no buscaba la muerte. Así, y de manera mucho más laxa incluso, lo interpretó el jurado popular en su debut en Jerez. El autor fue condenado a sólo cuatro años de cárcel. Aquellos jurados reconocieron que habían recibido amenazas de muerte de la familia del criminal. 'El Jipi' cayó, doce años antes y tras cinco horas de tortura, por 400 gramos de heroína pura de Afganistán, Juan José cayó por una papela adulterada en un 96% que costaba mil pelas.

Muertos, muchos más de cien, por el sida, la sobredosis, la adulteración, el suicidio, el pinchazo... Nadie puede cifrar los muertos que dejó la heroína en la provincia. 'El Jipi' y Juan Carlos fueron dos de ellos. Descansen en paz.

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