Entrevista | Andrés Vázquez de Sola

“Cuanto más viejo soy, más cabrón”

  • Crítico siempre. El artista sanroqueño inaugura exposición, dedicada a las mujeres. Esta es una entrevista improvisada que empieza hablando de arte y deriva en una charla sobre la vida

Andrés Vázquez de Sola, ante algunas de las obras de la exposición 'Andalucía es un nombre de mujer'

Andrés Vázquez de Sola, ante algunas de las obras de la exposición 'Andalucía es un nombre de mujer'

La primera sensación que causa Andrés Vázquez de Sola es la de una envidia no clasificable de sana del todo. Envidia por su apariencia increíble de 91 años bien cumplidos, asombro por su aspecto fino, espigado, por su andar nada vacilante y por la facilidad con la que se levanta del sillón para saludar al periodista. La otra impresión es más interna, personal, la de encontrarse delante de este sanroqueño, una figura capital del periodismo y la ilustración en España, una personalidad de las que marcaron la resistencia antifranquista, desde un París y una Europa en la que muchos veían la única esperanza para la democracia española. El dibujante, normalmente residente en Granada, ha visitado estos días Cádiz (“a mí, ya con volver a Cádiz se me alegra el cuerpo”, dice casi a modo de presentación) para asistir a la inauguración de una exposición de cuadros que retrata a 60 mujeres andaluzas de importancia histórica, la titulada Andalucía es un nombre de mujer, que se cuelga hasta marzo en las salas del Espacio de Cultura Contemporánea (ECCO) de Cádiz.

—¿Ha creído usted que ya le había llegado la hora de homenajear a la mujer?

—Creo que la mujer está tomando el papel que le corresponde, pero me gustaría señalar una equivocación, a mi parecer, y es que las mujeres que han alcanzado el poder se han empeñado en hacerlo al modo macho, ‘con cojones’ como para demostrar que pueden hacerlo, cuando yo creo que deben ejercerlo ‘con ovarios’...

—¿Con ovarios? ¿Eso qué quiere decir?

—Pues que no deben imitar los comportamientos más masculinos, que debe haber una forma de gobernar femenina, que tenga más en cuenta los valores que se atribuyen, y que yo creo que tienen, las mujeres: la humanidad, la comprensión, y menos testosterona. Deberíamos probar cómo marcha el mundo con esa forma de ejercer. Es que yo creo que hombre y mujer somos ‘bichos distintos’. Mira el caso del médico gran amigo mío, Leopoldo Martín, fallecido hace unos días, que era un gran profesional, era un hombre en toda la extensión de la palabra, un ‘macho’, pero precisamente fue un gran profesional porque aplicó esos valores femeninos en su trabajo, la humanidad, la cercanía...

—O sea, que si lo hacemos adecuadamente, no somos tan distintos.

—Sí, sí. Somos distintos pero complementarios. Mi mujer, por ejemplo, es economista, pero ella interviene mucho en mi trabajo, me da ideas, se fija en detalles en los que yo no reparo, ve cosas que yo no veo, me hace pensar. Obviamente, yo soy el que pinta, pero sin ella no sería lo mismo. De hecho, ha cursado además Historia del Arte y me ayuda, me aconseja aún más... cada uno en su papel. Ella es en la práctica una pre-crítica de mi obra. Por ejemplo, para figurar en esta exposición de retratos me ha sugerido algunas mujeres que a mí no se me habían ocurrido.

—Lo que a usted no le han limado, ni su mujer ni nadie, ha sido la visión crítica y ácida.

—Claro que no. Yo he sido siempre muy crítico, y lo sigo siendo. Cuanto más viejo, más cabrón, más incorrecto. Yo he sido crítico hasta con el secretario general del que era mi partido, Santiago Carrillo. Le advertía: “Te vas a enterar en la viñeta de mañana, te la voy a dar mortal...” Y él me decía “tú haz tu trabajo”.

—Pues está la cosa difícil ahora para hacer humor incorrecto.

—Sí, me resulta increíble lo que está pasando en este país: encarcelar o juzgar a cantantes o cómicos por hacer su trabajo... Hombre, yo a mis 91 años no me voy a atemorizar. Si no lo hacía antes, cuando todo estaba prohibido, mucho menos ahora.

—Es curioso lo que pasa, porque una de las bases del humor es precisamente su capacidad de ‘ofender’ a alguien.

—Claro. Recuerdo lo que me dijo un compañero mío en Le Canard Enchainé, periódico en el que trabajé en los 30 años en París, un dibujante italiano. Yo había hecho un dibujo como una especie de canción de amor a Vietnam, donde la guerra entonces estaba en su apogeo, y él me dijo, casi me advirtió: “Andrés, nosotros los dibujantes no debemos proclamar el amor al amor. El humorista debe practicar el odio al odio, debe ser agresivo contra lo malo, no alabar lo bueno”. Y eso es lo que yo pienso también.

—La clave está en el buen gusto, a lo mejor.

—A lo mejor. O tampoco. Yo hago chistes de maricones y no odio a los homosexuales. Es que ni siquiera sé si lo soy, puesto que no lo he probado ¿no? Y también he hecho cosas que podrían ser de mal gusto. Me quisieron procesar por supuestamente llamar ‘hijo de puta’ al presidente González en una viñeta, aunque no era así exactamente.

—Pues ahora quieren procesar al humorista Dani Mateo por un delito de odio...

—Sí, contra la bandera. Y yo me pregunto: se puede odiar a los homosexuales, o a los comunistas, pero ¿a la bandera? La bandera no deja de ser una tela con unos colores, que además se pueden cambiar, que se han cambiado continuamente a lo largo de la historia. No se puede odiar una tela. Recuerdo un mitin del partido comunista, en la que la Guardia Civil nos ordenó quitar la bandera republicana. Y una compañera le preguntó al guardia que si la plegaba de forma artística se podía quedar, y este le dijo que sí. Y ella la dobló de manera que sólo se quedó el rojo, ja ja, ya ves.

—Por cierto, usted es republicano, ¿cómo vive en un país que es una monarquía?

—Mira, yo no tengo ningún problema por hablar de España, por pronunciar el nombre de España. Y la monarquía... bueno, ahí está, ahí está el Rey, vale. Pero lo que sí me repatea, como republicano, es que se empeñen en llamarle Reino de España, que nunca se ha llamado así. Otra cosa, a mí, que soy de San Roque, me gustaría que Gibraltar fuera español, por cariño, pero no voy a matar ni dejarme matar por eso. Pasa como los que quieren la independencia de Cataluña, que yo no soy partidario, pero si ellos lo llegaran a decidir, pues bueno, que lo hagan. Es un poco absurdo, puesto que seguirán siendo España, península Ibérica. España, que por cierto, también ha cambiado mucho a lo largo de la Historia.

—¿La edad no lo ha hecho a usted más moderado políticamente?

—Yo sigo siendo revolucionario, no puedo dejar de serlo a mi edad. Sigo siendo comunista, me gusta la palabra, me gusta la idea que se basa en defender lo común, lo de todos, que lucha por los derechos de los trabajadores. De todas formas, mi mujer me dice, acertadamente, “no digas que eres comunista, sino di lo que piensas, cuenta tus ideas, no importa el nombre...”. Pero a mí me gusta lo de comunista.

—Pues la verdad es que hasta el partido parece querer camuflar el nombre, quitándolo de los carteles...

—Bueno, no sé, yo no entiendo de politiquerías. Yo soy político, me gusta la política, no la politiquería. Y los partidos, algunos por lo menos, parece que sólo están para mantenerse en el poder. Por ejemplo, con los escándalos, si llega a dimitir algún responsable, dicen que lo hacen ‘por el bien del partido’. ¿Cómo que por el partido? El partido no importa, o no debería, sino el país. Un partido no puede ser el fin, sino un instrumento. Y yo tengo y he tenido amigos de todas las ideas.

—¿También amigos muy de derechas?

—Claro, y familiares directos. Yo respeto las ideas, respeto a las personas. Yo tenía un tío falangista que, en tiempos duros, me insistía en que España era el único país donde no había presos políticos, y yo le respondía ¿cómo me dices eso a mí que acababa de salir de la cárcel? Pero lo creía realmente. Era una buena persona. Igual que lo era otro amigo que se empeñaba en afirmar que nos habíamos inventado lo de los campos de concentración nazis. A él no le entraba en la cabeza. Y siempre se puede y se debe hablar de todo. Lo intolerable es la violencia. Por eso tampoco entiendo que los que durante muchos años alardeaban de fascistas, y lucían con mucho orgullo la camisa azul, con el yugo y las flechas bordados, ahora les moleste que se les llame fascistas.

—¿La libertad de expresión no tiene límites, entonces?

—Podríamos decir que no. Yo siempre la he defendido. Te cuento otro caso que me pasó también a mí. Una vez en una exposición, unos ultraderechistas, me pintarraquearon encima de los dibujos (menos mal que los cuadros tenían un cristal). Los organizadores me dijeron rápidamente que los iban a limpiar, y yo les dije que no, que igual que yo decía con mi obra lo que me parecía, con total libertad, ellos también tenían derecho a expresar u opinión, y se quedaron así. Claro, repito, menos mal que tenían el cristal, jaja.

—Usted es un observador acreditado de la prensa ¿cómo ve la española?

—¡Bueno, bueno! Es preocupante lo que está pasando en la prensa española, que se lanza muchas veces a acusar e incluso insultar sin. Cuando veo a gente como ese Inda... Recuerdo que en París, en el periódico teníamos un equipo de investigación, y ahí tratamos muchos escándalos. Y cuando teníamos todas las pruebas reunidas llevábamos nuestros dossieres a los investigados, algunos de ellos ministros. Si en esa reunión, el ministro o quien fuera nos amenazaba con llevarnos a los tribunales... lo publicábamos sin duda. Pero si nos demostraba que nuestros papeles estaban equivocados o eran falsedades, justificaba su actuación, entonces los tirábamos a la basura.

—La absoluta libertad de la que hablábamos antes.

—Sí, trabajábamos en absoluta libertad, pero era curioso que, en cambio teníamos prohibido en nuestro libro de estilo usar expresiones como culo o mierda, ya ves. Podíamos contar todos los datos, decir que alguien había robado, pero no llamarle ladrón o chorizo o sinvergüenza...

—¿A sus 91 años sigue trabajando con la misma fuerza?

—Yo sigo trabajando igual. El periodismo lo dejé hace muchos años, pero no he dejado de trabajar en el dibujo y la pintura, sigo preparando exposiciones. Tengo 1.500 cuadros y nunca he vendido a ningún particular. Sí hay en Museos, como en Cádiz y en muchos países. Mi sueño es legar la obra a mi pueblo, San Roque. Y que hicieran por fin el Museo Vázquez de Sola, del que se habla hace años pero no se termina de concretar. No sé muy bien cómo va, no me consultan. Ya sabes, la palabra de un alcalde dura cuatro años, la mía dura sempre...

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