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Provincia de Cádiz

Un corazón que acabó desguazado

  • El motor del barco fue vendido como chatarra tras pasar tres años en los talleres Tamarco de El Puerto

La motonave Adriano III en el momento de su hundimiento en el muelle de Cádiz.

La motonave Adriano III en el momento de su hundimiento en el muelle de Cádiz. / JULIO GONZÁLEZ

El sonido del motor del vapor Adriano III era un latido reconfortante que acompañaba al viajero durante toda la travesía. Al igual que los tres bocinazos largos que profería el barco antes de salir del muelle, formaban parte de la personalidad de esta nave singular, símbolo de la Bahía, donde navegar era un rito de iniciación marinera para todos los gaditanos de nacimiento o de adopción. El motor era el corazón del Adriano III, cuyo casco y armazón eran y siguen siendo de madera. Era un motor del mismo modelo que los utilizados por la antigua flota de pesca, y quizás por eso los gaditanos se identifican tanto con esta nave, que sigue estando tan viva en la memoria.

El Adriano III tenía un motor del año 1983, una máquina de cuatro tiempos de la firma Guascor, que acabó siendo vendido como chatarra hace dos años. La empresa que siempre tuvo encomendada la puesta a punto del corazón del Vaporcito era Tamarco Talleres Marinos, una empresa con una amplia trayectoria, que tuvo su primer taller en la calle Cañas, pegada a la muralla del castillo de San Marcos, y que posteriormente se trasladó al polígono de las Salinas, donde ha crecido hasta ampliar su actividad a otros campos además de la mecánica de motores navales.

Según recuerda el mecánico jefe de Tamarco, Antonio Velázquez, El Cuco, a los pocos días de llegar el barco al Varadero Guadalete, el actual propietario les encomendó desmontar el motor para repararlo, al igual que el motor auxiliar y otras piezas del herraje, como la chimenea o unas placas de metal que se habían incorporado a la cabina como aislante. La empresa Tamarco trasladó la máquina y el resto de elementos a sus instalaciones del polígono industrial. El viejo motor había sufrido en el naufragio de la nave: estaba oxidado y dañado por el salitre, ya que había permanecido más de un mes bajo el agua, pero volver a ponerlo en marcha no era difícil, sobre todo porque había sido reparado pocos meses antes del hundimiento. Sin embargo, pese a la intención inicial de arreglar la maquinaria, pasaron los años y Tamarco no recibió instrucciones del propietario para su reparación. El viejo corazón del Adriano III languidecía en un rincón del taller, cayendo en un deterioro que iba en aumento.

Así pasaron tres años, acumulando óxido y déficit, hasta que finalmente fue vendido al peso como chatarra, perdiéndose uno de los elementos más singulares de la nave, aquel corazón cuyo latido pop-pop-pop-pop, acompañó a tantos viajeros durante la plácida travesía.

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