83º aniversario de los sucesos de casas viejas | el mito anarquista sigue triunfando

Los Seisdedos mataron primero

  • El contenido del Espacio Conmemorativo Casas Viejas 1933 (ECCV), inaugurado el año pasado, escamotea detalles esenciales y contribuye así a sostener la versión mitificada de los Sucesos que los recuerda como un crimen cometido por la República

El año pasado llegó a las librerías el primer tomo de una novela gráfica sobre la revolución de 1934 en Asturias que atrajo enseguida a quienes buscan un relato riguroso e interesante sobre aquella explosión de ira que dejó tantos muertos durante y después de esa revuelta armada. El autor, Alfonso Zapico (Premio Nacional de Cómic en 2012), avivaba las expectativas al explicar en una entrevista que le ayudó mucho residir en Francia, vivir lejos de su tierra, para afrontar ese trabajo, para contar sin prejuicios lo que sucedió. "Para mí habría sido muy difícil hacerla en Asturias. Todo el mundo quería que yo dibujara su versión de la historia cuando empecé a hablar con gente", comentaba Zapico el pasado abril.

La obra no defraudará salvo a quienes prefieren el cliché y el mito. Eso sí, y es a lo que vamos, en las primeras páginas encontrará el lector una explicación del contexto histórico en el que se desarrolla la historia que relata la novela. Y ahí mismo, en ese resumen, aparece una viñeta (un médico agachado junto a unos cadáveres) con un texto que rompe con la pana al expresar lo sucedido en Casas Viejas: "Pero la República hacía muchos méritos para derribarse a sí misma, y en enero de 1933 acontece la tragedia de Casas Viejas, donde las fuerzas del Gobierno asesinan a veintidós personas a sangre fría".

No es cierto que las fuerzas del Gobierno que presidía Manuel Azaña, formado por una coalición de izquierdas, asesinasen en Casas Viejas a 22 personas a sangre fría. Pero el franquismo, los antirrepublicanos y los anarquistas tergiversaron tanto y tan machaconamente lo ocurrido, y lo siguen haciendo, que hasta un autor que aborda otro episodio histórico con rigor ayuda a mantener el mito y la infamia.

No es extraño. Porque no ayuda precisamente a derrotar a esa falsa versión lo que encuentra el visitante de Benalup-Casas Viejas en el ECCV, el espacio conmemorativo que homenajea a las víctimas de la matanza de 1933, inaugurado hace un año. Lejos de mostrar un relato fiel a lo ocurrido, el contenido del ECCV contribuye a fomentar la tergiversación histórica y transmite a quien lo visita esa idea central que pervive: la de que los Sucesos de Casas Viejas fueron un crimen cometido por la República, un crimen de Estado, el aplastamiento brutal de una revuelta, el asesinato sin más de unos campesinos que reclamaban pan y justicia. Esa es al fin la versión que continúa triunfando, alimentada por los propagandistas que emulan a la anarquista Federica Montseny en su desprecio a los hechos y a la verdad, en su preferencia por el mito y en su inclinación a lanzar acusaciones sin pruebas.

El primer episodio sangriento de los Sucesos de Casas Viejas se produjo el 11 de enero, cuando los anarquistas iniciaron una insurrección armada, pidieron a los cuatro guardias civiles destacados en el pueblo que se rindiesen y estos se negaron. Los anarquistas rodearon el cuartel, donde estaban los cuatro guardias y sus familias (con niños), y empezaron a disparar. Los agentes se defendieron con sus armas y los atacantes hirieron mortalmente a dos de ellos (Román García Chueca y Manuel García Álvarez, que fallecieron posteriormente). El cerco fue desbaratado con la llegada al pueblo de un grupo de guardias. Entraron disparando y en ese tiroteo mataron a un vecino (Rafael Mateo).

Fue horas después, tras la llegada del teniente Artal con más guardias, cuando se produjo el episodio de la choza de Seisdedos. Artal detuvo a Quijada, uno de los asaltantes del cuartel, y con él se dirigió hacia la casa de otros participantes en el ataque para detenerlos: los hermanos Francisco y Perico Seisdedos. A Quijada lo llevaban esposado y dándole golpes y patadas. Cuando llegaron junto a la choza, huyó: corrió hacia la puerta entornada y entró.

El teniente Artal cometió entonces un error fatal. Envió a dos guardias en busca de Quijada. Cuando los dos agentes asomaron por la puerta de la choza, sorpresivamente, Perico Seisdedos, desde dentro, disparó. Fue el primer disparo. Y no falló. Un guardia quedó muerto, tendido a la entrada de la casa. El otro, herido levemente, reculó y se parapetó en el corral, en silencio para que los de la choza pensaran que también había muerto. Los guardias comenzaron entonces a disparar. Ya era de noche. A los de la choza pronto empezaron a ayudarlos otros anarquistas que, protegidos por la oscuridad, disparaban a los guardias. Hirieron a varios.

Artal también creía que el segundo guardia había muerto. Hacia las ocho envió un mensaje telefónico a Cádiz en el que explicaba que había perdido a dos hombres pero que el pueblo estaba tranquilo, que no necesitaba refuerzos y sí una ametralladora y granadas para reducir a los que se habían hecho fuertes en la choza. También decía que esperaría al amanecer para atacar. Desconocía quiénes y cuántos había en la choza.

La llegada al pueblo del capitán de la Guardia de Asalto Manuel Rojas con más guardias cambió los planes de Artal. Rojas tomó el mando, desautorizó al teniente, su amigo, y decidió asaltar la choza y quemarla si era necesario. Así lo hizo. Los de dentro fueron muriendo durante el asalto. Los que ayudaban desde fuera se retiraron ante las demoledoras ráfagas de una ametralladora. Más adelante, Rojas ordenó quemar la choza. De la casa salieron Manuel y María, la Libertaria, ambos nietos del anciano Seisdedos. El guardia que estaba escondido en el corral gritó a sus compañeros: no disparéis, que es un niño. María y Manuel lograron así huir de la choza en llamas, se salvaron. Luego salieron la joven Manuela Lago y Francisco, otro nieto de Seisdedos. Artal estaba al frente de la ametralladora, disparó y los mató. Más adelante explicó que disparó porque ignoraba que se trataba de una mujer y un joven: pensaba que eran hombres armados. Dentro de la choza habían muerto, además, el anciano Seisdedos, su nuera Josefa Franco, su yerno Jerónimo Silva, sus hijos Perico y Francisco, y Quijada, el vecino que escapó de los guardias. El guardia escondido fue rescatado y enviado a Cádiz, al hospital.

Al amanecer del 12 de enero, el capitán Rojas decidió dar un "escarmiento ejemplar" en el pueblo. Él mismo se lo contó al juez más adelante con absoluta claridad (cuando fue juzgado cambió su versión). Ordenó a sus guardias que registrasen casas y que detuviesen a todos los hombres que hallasen. Una patrulla llegó a una en la que residía el anciano Barberán, le pidieron que saliese, él se negó, dispararon contra la puerta y una bala le perforó el corazón. Tras lo ocurrido en la de Seisdedos, ningún guardia se atrevía ya a entrar en una casa. Gritaban desde la calle que saliesen afuera todos y se llevaban a los hombres. Así fueron las patrullas deteniendo a vecinos del pueblo que eran conducidos al corral de la arrasada choza de los Seisdedos. Allí, sin más, Rojas disparó y ordenó disparar contra doce vecinos. Fueron asesinados a sangre fría. La escena sorprendió a muchos: un guardia civil, Juan Gutiérrez, dejó escapar a dos hombres que llevaba detenidos cuando se dio cuenta de que iban a matarlos.

Tras esa matanza, Rojas quiso borrar las huellas de la masacre: le dio su mechero al teniente Artal y le dijo que pegase fuego a las chozas del pueblo. Artal alegó que allí sólo quedaban ancianos, mujeres y niños. Pero a Rojas eso no le frenaba y reiteró su orden. El teniente Artal se negó a cumplirla. Luego, con ayuda del delegado del gobernador, convenció a Rojas y éste la revocó. Camino de Medina, Rojas ya le dijo a Artal que advirtiese a sus hombres de que no debían contar nada sobre los asesinatos. Días después, cuando el Gobierno le reclamó un informe sobre lo sucedido en Casas Viejas, escribió una sarta de mentiras y ocultó la matanza de la corraleta de Seisdedos.

El Gobierno desoyó las informaciones publicadas por periodistas proanarquistas y propagandistas anarquistas que denunciaban los asesinatos. No las consideraba fiables sino retórica antigubernamental. Ni el médico ni el cura de Casas Viejas, ni el juez de Medina, ni mandos de la Guardia Civil de Cádiz ni de la Guardia de Asalto, que sabían lo ocurrido, ninguna autoridad se dirigió al Gobierno para denunciar la matanza. Mal informado y engañado, el jefe del Gobierno, Manuel Azaña defendió en las Cortes la actuación de los guardias en Casas Viejas sin saber de los asesinatos. Luego, reclamó e impulsó la investigación judicial y pronto supo que había cometido un gran error: el juez de Medina recogió testimonios que hablaban de fusilamientos.

Para entonces, Rojas seguía negándolos y se los negó personalmente a Azaña cuando éste lo citó en su despacho y le preguntó directamente si había fusilado a detenidos.

En lugar de dimitir y asumir responsabilidades por su equivocada defensa de la actuación policial, Azaña cometió un segundo error (y más grave): se conformó con la dimisión del director general de Seguridad, Arturo Menéndez.

Trascendió lo ocurrido y entonces Rojas se escudó en que había hecho lo que el Gobierno le había ordenado. Fue una versión a la que se sumaron con entusiasmo los anarquistas, los monárquicos y antirrepublicanos y también los republicanos de Lerroux. Azaña admitió que ante la insurrección anarquista, había ordenado disparar sin duelo contra los insurrectos porque estos no se andaban con miramientos: habían matado a soldados que hacían guardia en los cuarteles, a los que se habían acercado con la excusa de pedir fuego para un cigarrillo. Pero Azaña negó haber ordenado los asesinatos de Casas Viejas. Nada sustentó esa acusación sin pruebas, que no obstante fue repetida y aireada hasta la saciedad, con mucho éxito, por anarquistas y franquistas.

La República llevó al banquillo al capitán Rojas. Fue juzgado y condenado en Cádiz a 21 años de prisión. Pero finalmente, en 1936, fue auxiliado en el Tribunal Supremo por magistrados antirrepublicanos que rebajaron la condena a tres años con una sentencia tramposa. El Gobierno de izquierdas que presidía Azaña jamás respaldó la actuación criminal de Rojas en Casas Viejas. En los dos juicios a los que fue sometido (en 1934 y 1935), Rojas ya no presumía de haber dado un escarmiento en Casas Viejas (como había hecho ante el juez instructor) sino que aseguraba que sus hombres habían disparado contra doce vecinos indefensos sin que él lo hubiese ordenado. Rojas contaba también, en los juicios, que tras esos asesinatos, él, como todos los demás, se quedó anonadado y se lamentó sinceramente ante lo que había sucedido. Se pintaba bien distinto de la realidad, del jefe que tras la matanza entrega el mechero a su subordinado y le ordena rematar la faena: quemar casas con ancianos, mujeres y niños dentro.

Rojas mentía más que hablaba pero anarquistas y antirrepublicanos soslayaban ese detalle. Se emplearon a fondo en una campaña contra Azaña y contra el que denominaban "el Gobierno de Casas Viejas". No les convenía el personaje Rojas porque oírlo y analizarlo echaba por tierra lo único que les interesaba: transmitir que Casas Viejas era un crimen ordenado por el Gobierno republicano, por la República misma. Meses después de los Sucesos, unas elecciones marcadas por la matanza de Casas Viejas, dieron la victoria a la derecha antirrepublicana. Los anarquistas también habían ganado: pidieron la abstención y lograron la derrota de los partidos de la izquierda, de "los culpables del crimen de Casas Viejas".

El papel fundamental desempeñado por el capitán Rojas (sin Rojas, sin ese psicópata, no hay Casas Viejas) no está en el relato de los Sucesos que el visitante encuentra en el ECCV. Tampoco hallará el visitante nada que le explique el papel esencial que tuvieron los anarquistas en alimentar la confusión y la tergiversación que siguió a la matanza y en la utilización infame de los Sucesos contra la República. De lo que hallará el visitante le avisará el panel que le recibe a la entrada al ECCV. En él hay un resumen de los Sucesos que al referir el asalto al cuartel de la Guardia Civil dice que allí "cayeron abatidos" dos agentes. Es un modo especial de mencionar lo que ocurrió, teniendo en cuenta que cuatro guardias, en ese momento representantes de la República, no de una dictadura, se negaron a rendirse, que fueron los asaltantes los que empezaron a disparar contra ellos y que mataron a dos (fueron heridos de gravedad y fallecieron después).

El texto explica también que en la choza de Seisdedos "se refugiaron y amotinaron algunos de los revolucionarios", que allí "se defendieron del asalto" del contingente de guardias "enviado por el Gobierno a reprimir la revuelta", que la choza fue incendiada y destruida y que murieron carbonizados los que allí se encontraban. Nada dice el panel sobre cómo y por qué empezó el asedio a la choza ni acerca del disparo con el que fueron recibidos los guardias. Nada señala que los Seisdedos dispararon y mataron primero y que ese momento fue crucial. El panel menciona a continuación que horas después hubo una represión que tuvo como consecuencia la matanza indiscriminada de 12 campesinos. Nada dice sobre quién ordenó esos asesinatos (el capitán Rojas) ni que luego fue juzgado y condenado por ello, ni que el Gobierno republicano no respaldó esa matanza.

El final del panel es aún peor. Hay una lista de nombres de víctimas. De ocho víctimas. No aparecen en ella ni siquiera los doce asesinados en la corraleta. Tampoco los dos guardias civiles a los que mataron los anarquistas en el asalto al cuartel: los dos agentes que cumplieron con su deber y no se rindieron ante quienes se levantaban contra la República. La lista la forman ocho personas que murieron en la choza de Seisdedos "como consecuencia del enfrentamiento": las que estaban dentro. Es una lista muy llamativa porque en ella tampoco está un noveno fallecido en la choza: no está el guardia de asalto Martín Díaz, el que mató Perico Seisdedos (que sí aparece).

Jerome Mintz explica en su libro Los anarquistas de Casas Viejas que se propuso desmitificar los acontecimientos al investigar sobre los Sucesos. El contenido del ECCV va en la dirección contraria. Dentro le espera al visitante un audiovisual que relata los Sucesos (en un tono Cuarto Milenio de primera época) de manera sectaria, de un modo que nada ayuda a comprender lo que sucedió. Hay inexactitudes y faltan datos esenciales. "La inevitable lucha enfrentaba" a cuatro guardias civiles que "defendían a la República contra cerca de veinte hombres que luchaban por su dignidad", dice la voz en off al contar el asalto al cuartel, tras explicar que "el silencio se rompió con los primeros tiros" y sin anotar que esos primeros disparos los hicieron los anarquistas contra los asediados agentes.

El audiovisual disfraza el inicio del asedio a la choza de los Seisdedos. El guardia Martín Díaz "fue abatido por un disparo que salió de la choza", dice la voz en off. De esa manera esquiva que Perico Seisdedos dispara a los guardias y mata a uno cuando van a entrar en la choza y que no hay disparos de los guardias antes de ese recibimiento. El relato continúa con una versión tramposa que obvia detalles importantes y que consigue centrar un mensaje: el de la República cruel masacrando a campesinos. Ni rastro del verdadero papel del capitán Rojas, ni de cómo le mintió al Gobierno, ni de la ausencia total de apoyo del Gobierno a Rojas, ni de la lamentable campaña anarquista contra Azaña y la República, ni de la autocrítica que después hicieron los anarquistas sobre sus fracasadas insurrecciones, ni de su rectificación (acabaron pidiendo el voto en febrero del 36 para Azaña). Ni rastro de todo aquello que ayuda a entender lo que pasó.

Durante su elaboración, la Fundación Casas Viejas planteó hacer modificaciones en el contenido inicial del ECCV. Hubo cambios y frases eliminadas. Pero el ECCV fue inaugurado y ahí está ese memorial esperado y necesario, pero con un contenido que en lugar de enseñar, mitifica.

El ECCV se alza así como un símbolo. En una provincia en la que los golpistas del 36 suscribieron grandes matanzas en los pueblos y ciudades (una historia ocultada de la que muchos no quieren que se hable), el único memorial que encuentra ahora un visitante es uno, con una versión proanarquista y sectaria, sobre un crimen cometido durante la Segunda República.

Un crimen cometido por un psicópata (que en el 36 se unió inmediatamente a los golpistas y participó activamente en la represión en Granada) sobre el que franquistas y anarquistas coincidieron durante años en airear una infamia: la de señalar como culpables a Manuel Azaña y a la República.

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