Provincia de Cádiz

"Reconozco que la joven violada es una víctima pero yo también lo soy"

  • El portuense condenado por una agresión que no cometió sigue asustado. De momento, se conforma con poco, con descubrir el mundo junto a su hija y con que le pidan perdón

Un ligero temblor en la barbilla y debajo de la mesa, un movimiento incesante de los pies, enfundados en unas sandalias, delatan su nerviosismo. Ha llegado pronto a la sede de la asociación de la Prensa, en la calle Ancha, en Cádiz, donde se va enfrentar a su primera rueda de prensa, casi 13 años después de vivir detrás de barrotes por una violación que no cometió, y cuatro días después de haber recuperado la libertad que le arrebataron por error. Sigue asustado, y no lo disimula.

A medida que van llegando los periodistas y le van colocando micrófonos delante, los pies se le mueven más. Le piden permiso para poner otro micro más y asiente con gesto amable. No dice nada y aguanta.

Su hija, Macarena, sentada a su derecha, consciente del mal rato que está pasando su padre, le tranquiliza, le cuchichea cariñosas palabras al oído. Siguen acumulándose los micrófonos y se revuelve incómodo. Le entran ganas de toser. Se vuelve de lado y se coloca la mano delante para acallar esa tos repentina, seca, que le hace removerse otra vez en la silla.

Los nervios van en aumento y Juan Domingo Valderrama, abogado del Área de Cárceles de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, sentado a su vera, bromea para romper el hielo. "No se le va a ver entre tanto micrófono", dice. "Te vamos a tener que poner un cojín", le suelta de sopetón desde un poco más allá Antonia Alba, su abogada. A Rafael la ocurrencia le hace gracia y sonríe por primera vez. Como un niño. Hasta los ojos se le iluminan.

Asiste después con cara de póker a la retahíla de los letrados, que comienzan a enumerar el cúmulo de despropósitos que han jalonado su historial carcelario, a arremeter con dureza contra un sistema que le ha tomado como cabeza de turco.

Él, curiosamente, dice que no se siente así, que no cree que haya sido cabeza de turco. Es una de las primeras preguntas de la batería que los periodistas le formulamos cuando por fin le toca a él el turno de hablar. De antemano, ya dicen que a Ricardi le ha costado mucho acceder a esa comparecencia pública. Que él no quería, no se siente aún con fuerzas. Sus pies siguen revolviéndose debajo de la mesa y poco a poco, empieza a animarse. Se arranca, con monosílabos al principio, con frases más largas después, más sentidas, más amargas, como cuando le tocan a su familia. "Yo lo he pasado muy mal y mi familia también lo ha pasado muy mal porque han sido señalados con el dedo cuando no debería haber sido así", dice enfadado.

Primero ha confesado que apenas ha podido descansar desde que se enteró de que lo iban a excarcelar y por fin cuando ya vio el cielo abierto, a su salida de la cárcel de Topas, el pasado viernes. "He dormido un par de horas", dice. Y reconoce que se asustó ante el maremágnum de cámaras que le aguardaban a su salida de prisión. Tanta expectación le cogió desprevenido.

Rápidamente contesta que no es cierto, que "no estaba tan mal" cuando fue detenido, tan enganchado como sostiene la Policía como para haber acabado muerto en la calle si no llega a ser detenido y encarcelado por una violación que no cometió. Después, su abogada se apresuraría a dejarlo claro: "Era su vida, si él quería vivir debajo de un puente ... ".

Al salir de la cárcel, le preguntaron si creía en la Justicia y dijo que sí. Ahora, dice lo mismo. Con la boca llena: "Creo en la justicia". E incluso asegura que estaba convencido de que algún día se demostraría su inocencia. "Yo sabía que algún día este caso se podía solucionar".

A mantener la esperanza sin duda le han ayudado sus fuertes creencias religiosas, una de las pocas cosas que se le atribuyeron durante la investigación, y que, paradójicamente, sirvieron para condenarle (uno de los dos jerezanos hoy imputados por la violación que el portuense aún sigue penando, ahora en libertad condicional, Fernando P. , el dueño del ADN que inicialmente se le atribuyó a Ricardi, hablaba de Dios con las víctimas de la oleada de violaciones) y que resulta ser cierta en la leyenda negra que se ha forjado en torno al portuense. "Sí, creo en Dios", dice con convicción. ¿Y sigues creyendo? "Sí".

Se emociona al recordar las "dos lágrimas" que le cayeron cuando por fin pudo abrazar a su hija Macarena, al llegar a El Puerto tras salir de la cárcel. Espera poder hacer lo mismo con su otro hijo, de 17 años, al que no ha visto aún pero espera hacerlo "pronto".

Asegura que no conoce de nada a los dos jerezanos (además de Fernando, Juan B.), a los que ahora se les imputa, no sólo la violación por la que fue condenado, sino las otras nueve cometidas en municipios de la Bahía entre 1995 y 2000. Tampoco conocía de nada a la víctima de la violación por la que aún pena él. "Reconozco que ella es una víctima pero yo también", suelta sin rencor. Sí reconoce sin embargo que duele y "jode" que nadie le haya pedido aún perdón, "después de tantos años".

No quiere hablar ni de la dura vida que ha tenido en prisión (con los "códigos de conducta" que rigen en el chabolo para los violadores, como dice eufemísticamente Valderrama) ni de los motivos por los que acabó autoinculpándose de un delito que unas nuevas pruebas ya han demostrado que él no cometió. Aunque hace ya ocho años que un informe descartó su ADN.

Ahora, sólo espera que le arreglen "una paguita". Lo de la indemnización no lo ve algo cercano. Aunque, como ya hiciera el viernes, se apresura a dejar claro que "el error que han cometido, no se paga con nada". Con poco más se conforma. Porque lo único que desea ahora es recuperar el tiempo perdido junto a los suyos,. Y sobre todo, junto a su hija, a la que mira embelesado.

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