Recuperación de especies El ave que volvió a la Janda

Pasión de ibis eremita

  • Un pollo adoptivo de la primera pareja que nidifica en la Península levanta el vuelo, adiestrado por su padre, tras la muerte de sus dos hermanos de nido

Un culebrón con todos sus ingredientes, una peliculilla de la factoría Disney o una fábula que contar a los más pequeños. A cualquiera de esas cosas se parece el destino de la primera pareja de Ibis eremita (Geronticus eremita) que después de más de 500 años de ausencia de la Península Ibérica, nidificó en libertad en El Retín, en Barbate. Tras unos rituales de cortejo, apareamiento y construcción del nido de los que tuvieron constancia revistas especializadas, prensa nacional e internacional y televisiones autonómicas, la familia ha pasado por un cúmulo de vicisitudes. Su relato se construye a partir de las anotaciones del diario que escribe, día a día, la Consejería de Medio Ambiente.

Para empezar, es necesario recordar que tanto el macho como la hembra son fruto de un programa experimental de cría en cautividad que se desarrolla con éxito desde hace años en el Zoobotánico de Jerez. Y que fueron trasladados a aquel rincón de la Janda antes de alcanzar su madurez sexual. Bajo los atentos cuidados de un grupo de expertos, allí se aparearon y construyeron un nido -el nido fundacional- que les procuró tanta relevancia mediática.

Sin embargo, poco después, en plena incubación de los tres huevos de su primera puesta, la hembra cayó gravemente enferma. Y tuvo que ser evacuada al lugar donde nació. Una vez recuperada del mal que le aquejaba -cuya naturaleza no ha trascendido- fue devuelta a El Retín. Allí intentó reencontrarse con el macho y volver a su nido. Pero fue imposible. Su lugar ya lo había ocupado otra hembra.

Algo no marchaba bien. Los biólogos estimaron oportuno esperar la eclosión de los tres huevos hasta el día 35, pese a que el tiempo normal de incubación es de 27 o 28 días. Al final resultó que estaban hueros. Para evitar que la nueva pareja abandonase el nido, se sustituyeron por un pollo de tan sólo un día que aún conservaba restos de cáscaras pegados a su cuerpo, un huevo en el inicio de la eclosión y otro a punto de romper, todos también procedentes del zoo de Jerez.

Los tres polluelos nacieron sanos y fuertes en el nido del acantilado de Barbate. Bueno, todos menos uno. A los pocos días, el más débil de los tres murió: los otros, más corpulentos, le quitaban la comida. Pero no acabarían ahí las desgracias. Con más comida disponible, los supervivientes se estaban criando saludables y vigorosos. Mas no tanto como para escabullirse de una culebra -probablemente bastarda o de herradura- que se zampó y engulló lentamente a uno de ellos. Sólo tenía entre 10 y 15 días de vida.

El final feliz -o moderadamente feliz, según se mire- lo protagoniza el único pollo superviviente. Con una talla similar a la de su padre adoptivo, emprendió el vuelo y abandonó el nido. Hoy campea junto a su progenitor, que le enseña el territorio y a cazar las sabandijas que le sirven de alimento.

Mientras tanto, por los alrededores del nido sigue merodeando aún la primera pareja del macho. Además de otras más jóvenes que se han acercado a curiosear. Los ornitólogos lo interpretan como una buena noticia porque puede animarles a convertir el acantilado en un buen lugar para procrear. Habrá que esperar a finales de febrero para ver si se reproduce de nuevo el rito del apareamiento. Y a abril, para comprobar si hay una segunda pareja que se decida a nidificar. Continuará.

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