tribuna de opinión

La Marina y la batalla de Chiclana

  • En el 207 aniversario del enfrentamiento contra las tropas francesas

La Marina y la batalla de Chiclana

La Marina y la batalla de Chiclana

Cuando el mariscal Soult empezó a retirar efectivos del ejército que bloqueaba la Isla de León para trasladarlos a Extremadura en apoyo del mariscal Masséna, los aliados españoles y británicos diseñaron un plan muy complejo con el fin de obligar a los franceses a levantar el sitio.

Para actuar contra la vanguardia, la Marina española construyó bajo la dirección de Timoteo Roch, comandante de ingenieros del arsenal de La Carraca, un puente flotante capaz de soportar el paso de infantería, caballería y artillería por el canal de Santi Petri, así como otros puentes más pequeños y transportables para superar los caños menores.

Con las primeras luces del 2 de marzo de 1811, las fuerzas sutiles de Marina que se hallaban repartidas en diferentes apostaderos comenzaron a moverse y a hostilizar las posiciones francesas. Desde el caño Carbonero sostuvieron a la tropa de desembarco que pasó a territorio enemigo con el fin de construir una batería en el cotillo de la Grana, que impidiese el paso de los franceses desde los reductos y la villa de Chiclana al molino de Almansa. Asimismo, otras cañoneras situadas en el caño del Alcornocal batieron las posiciones de las Flechas.

Durante la noche quedó levantada la batería y el parapeto de arena sujeto con barricas y salchichones para la defensa del referido puente, que fue situado el día 3. Los trabajos pudieron llevarse a cabo por el incesante apoyo de las fuerzas sutiles del Santi Petri, mientras que las del caño Zurraque avanzaron y mantuvieron un fuego muy vivo contra las baterías de San Diego y Belluno.

Para atacar la retaguardia francesa, los aliados organizaron una expedición comandada por el teniente general español Manuel de La Peña, figurando como subordinado el teniente general británico Thomas Graham.

No fue hasta el 26 de febrero cuando en la bahía de Cádiz, al caer el viento y la mar, pudo zarpar un gran convoy de embarcaciones menores compuesto de más de doscientos buques que, con un bonancible noroeste, arrumbó hacia el Estrecho de Gibraltar transportando el ejército español escoltado por la corbeta de guerra 'Diana', varias barcas y faluchos cañoneros. Correspondió la dirección de la expedición a Juan María de Villavicencio, comandante general de la escuadra del Océano, y el mando al capitán de navío Francisco Antonio Mourelle.

El embarque y acomodo de las fuerzas de infantería, caballería, artillería, trenes, municiones, víveres, equipajes y todo lo demás concerniente a un ejército, revistió grandísimas dificultades por no coadyuvar al mejor éxito de la empresa los diferentes tamaños y características de las embarcaciones. Tampoco fue fácil la navegación, que se mantuvo con el mejor orden posible no obstante la calidad y diferencia de los barcos.

Superados todos los inconvenientes, al día siguiente se efectuó el desembarco en Tarifa de más de 9.000 hombres y 800 caballos, de manera rápida y ordenada. Allí se encontraron con las fuerzas británicas que habían salido días antes del puerto gaditano con buques todos de cruz.

El real y supremo Consejo de Regencia de España e Indias dejó más tarde constancia pública e impresa de los servicios que prestó la Marina española, y su influencia en "la victoria ganada por los ejércitos aliados el 5 de marzo", si bien no acabaron sus actuaciones en tan memorable jornada.

El día 6 ocurrieron sucesos importantísimos, poco o nada conocidos. Desde el amanecer, los habitantes de Chiclana vieron cómo entraban en la población las tropas francesas de las divisiones 1.ª (general Ruffin) y 2,ª (general Leval) enteramente diezmadas, y que con la mayor premura se trasladaban los heridos graves hacia los hospitales de El Puerto de Santa María y Jerez. El desconcierto fue enorme.

Antes del mediodía, se recibió la orden de retirada. Para protegerla, fueron reforzadas con artillería gruesa las lunetas que defendían los caminos de Medina Sidonia y Jerez, y se colocaron alrededor de 800 hombres en el cerro de la Esparraguera y sus obras de fortificación. La idea del mariscal Victor era recomponer sus fuerzas y ofrecer batalla en una posición más favorable detrás de Chiclana y hacia Puerto Real.

Mas, para sorpresa del ejército napoleónico, los aliados no se presentaron. El motivo radicó en la decisión que tomó por su cuenta Graham la misma noche del día 5, abandonando el campo de batalla con los suyos y regresando a la Isla de León sin permiso del general en jefe.

Tan indigno comportamiento no fue novedoso, pues los británicos ya habían dejado solos a los españoles frente al enemigo en las batallas de La Coruña y Talavera. En Chiclana lo hicieron por tercera vez.

De ahí que no pudiera alcanzarse el objetivo final de tan compleja operación militar, y que los franceses lograsen mantener sus posiciones del bloqueo, en las que continuaron hasta el 25 de agosto de 1812 cuando se retiraron.

La historiografía probritánica ha ocultado hábilmente la deplorable retirada de Graham y ha reducido los combates del 5 de marzo de 1811 a la acción del cerro de la Cabeza del Puerco, denominándola "Batalla de la Barrosa", para hacer creer que existió en la lucha un solo escenario.

Sin embargo, la derrota francesa de aquel día no hubiera sido posible sin la actuación en el campo de la Bermeja de las fuerzas españolas que compusieron la división de vanguardia, mandada por el brigadier Lardizábal, que atacó y ocupó los atrincheramientos de las Flechas; obligó a los enemigos a abandonarlos; abrió la comunicación con la Isla de León; y contuvo a la 3.ª división francesa (general Villatte), que fue rechazada en sus repetidos intentos de efectuar la maniobra de envolvimiento que Victor había proyectado, cuyos efectos hubieran sido fatales para los aliados.

Complementario, pues, al relevante suceso del cerro de la Cabeza del Puerco, se encontró el del campo de la Bermeja, tan injusta e intencionadamente olvidado, donde el combate tuvo una dificultad extraordinaria por la naturaleza y desigualdades del terreno, así como por el denso bosque de pinos que se extendía hasta Chiclana.

En consecuencia y para mayor precisión, debe utilizarse la expresión 'Batalla de Chiclana', advirtiéndose que fue una batalla inconclusa por faltarle la segunda y definitiva parte, a la que no pudo llegarse por el desleal y deshonroso proceder de Graham.

Al anochecer del día 5, antes de la retirada de los británicos, Lapeña dio parte al jefe del estado mayor general desde el campo de la Bermeja, informándole que quedaba dueño de la posición del enemigo, de tanto interés para las "sucesivas operaciones".

Tan convencidos estaban los españoles de proseguir la lucha que, en la mañana del 6 de marzo, las fuerzas sutiles de Gallineras, al mando del capitán de fragata José Lobatón, se internaron por los caños que llevaban a Chiclana para proteger con sus fuegos al ejército aliado que debía perseguir y atacar al enemigo. Simultáneamente, las fuerzas sutiles del Zurraque entraron por el caño Rubial y dirigieron sus fuegos contra diversas columnas de caballería e infantería francesas que pasaban de Chiclana a Puerto Real, protegiendo al mismo tiempo a las guerrillas españolas que habían desembarcado.

Lapeña juzgó la conducta de Graham en términos durísimos, que no precisan comentario alguno: "Sepa el mundo entero, por más que se sorprenda, que en un ejército combinado, un general que manda una de sus divisiones y recibía diariamente la orden, hallándose vivaqueando en segunda línea, esperando todo el resto del ejército con ansia el día para llevar adelante las victorias conseguidas el anterior, a media noche manda repasar el río a sus tropas, y entrar en sus cuarteles, sin enviar un mero recado al general en jefe que estaba al frente de su ejército, y que a pesar de que este hecho produjo más súplicas y ruegos que reconvenciones, insistió abiertamente en negarse a seguir cooperando en la ocasión más importante y ventajosa que puede presentarse á los interesados en nuestra causa".

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