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Tribuna

Pablo gutiérrez-alviz

La salsa de la memoria

La salsa de la memoria La salsa de la memoria

La salsa de la memoria / rosell

Cuando llegué a eso de las tres de la tarde al vestíbulo de entrada del hotel Santa Clara de Cartagena de Indias solo había una persona. Aparentaba tener setenta y tantos años, lucía una agradable sonrisa, iba vestido de blanco (lo que contrastaba con su piel muy negra) y cubría su cabeza con una gorra en la que se podía leer, "Guía". Me acerqué con mi familia, para indicarle que eramos los Gutiérrez, y que teníamos contratada la visita de la ciudad, "tour de paseo urbano", según la publicidad de la agencia de viajes. Él se presentó como Jairo y, con una extraña reverencia, nos rogó que lo siguiéramos.

En la puerta del hotel nos comentó que él había nacido allí mismo, porque el edificio (inicialmente convento de clarisas) fue durante buena parte del siglo XX un reputado hospital, en donde vieron su primera luz los principales prohombres de esta bella ciudad caribeña. Para empezar, nos condujo a la casa del difunto Gabriel García Márquez, su entrañable amigo con el que llegó a jugar al fútbol en Barranquilla aunque, por la edad, coincidía más con sus hermanos menores Eligio y Jaime.

-Gabito era un pésimo futbolista y lo poníamos de portero. Una vez le di un pelotazo tan fuerte, que abandonó el deporte para siempre. Y eso le dejó más tiempo para escribir.

Jairo recalcó que el traje Liquiliqui que el creador del realismo mágico exhibió al recoger el Premio Nobel se lo había prestado él y que, por cierto, nunca se lo devolvió: "Gabo era muy despistado para esas cosas, al final no pude acompañarlo a Estocolmo porque me coincidió con el sesenta cumpleaños de mi suegra. La pobre amaneció ayer bastante enfermita".

A continuación, nos llevó a la casa de san Pedro Claver, el jesuita español protector de los esclavos africanos que llegaban a las costas cartageneras como objetos de compraventa. Resaltó con orgullo que su primer antepasado esclavo fue liberado y convertido al catolicismo por el citado santo.

En la plaza de santo Domingo nos topamos con la estatua de una mujer tumbada de costado, desnuda y muy gorda. Nos confirmó que era una obra del famoso artista Fernando Botero; curiosamente, también amigo de su juventud. Y en la misma plaza, al escuchar música salsa, se puso a bailar mientras nos explicaba, con graciosos movimientos, la clara diferencia de contoneo (de caderas o de hombros) entre los naturales de Cartagena y de Barranquilla.

Al pasar por la antigua universidad reseñó que estuvo a punto de ser el primer médico negro de Colombia y que lo discriminaron por su color ofreciéndole como compensación la oportunidad de ser solo enfermero. No lo aceptó y se hizo profesor de idiomas. Tras jubilarse se convirtió en guía turístico. Al parecer, no guarda rencor racial por una triple razón familiar: suegra, esposa e hijas son blancas.

Por su faceta de excelso políglota, la DEA (Agencia de EEUU contra la droga) lo contrató como traductor y espía contra el narcotráfico. Se arrogó el mérito del asedio y muerte de Pablo Escobar, en detrimento del famoso sargento Peña. Nos aseguró que hace unos años Obama lo convocó personalmente para solucionar el "desacuerdo" entre sus guardaespaldas y unas chicas traviesas que querían cobrar por ciertos servicios de "acompañamiento".

De vez en cuando, el guía se apartaba de nosotros alegando que recibía repetidas llamadas a su "celular" del Presidente de la República y del líder de las FARC para que mediara en el renacido conflicto terrorista.

Apabullado por sus relaciones, mencioné de pasada a Putin. Y Jairo, en su propia salsa, manifestó con naturalidad: "Precisamente conozco tanto a Vladimir, el Presidente, quien fue joven espía del KGB en Colombia, como a Antoni, el agente secreto excedente en España y que estuvo por aquí de vacaciones la semana pasada".

Muy cerca del hotel le pregunté si nos guiaría en la visita del día siguiente al castillo de San Felipe. En ese instante, miró el "celular", se alejó, y volvió compungido contando que acababa de leer dos mensajes urgentes: uno, que su "chévere" suegra estaba casi agonizando y dos, que tenía una cita preferente ya comprometida con la cantante Shakira, sobrina de su mujer. Acto seguido se evaporó con una acelerada reverencia como despedida.

Poco después, en la habitación del hotel, pude leer la siguiente nota de la agencia de viajes: "Lamentamos que no se presentaran al tour de hoy. No obstante, los recogeremos para el de mañana a las 9 a.m. Un saludo".

Todo cuadraba: Jairo no era el guía contratado pero este personaje, con su sorprendente imaginación (salsa de la memoria), nos había regalado un mágico e inolvidable paseo por Cartagena de Indias.

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