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Tribuna

RAFAEL rODRÍGUEZ PRIETO

Pofesor de Filosofía del Derecho y Política de la UPO

¿No tengo miedo?

¿No tengo miedo? ¿No tengo miedo?

¿No tengo miedo? / rosell

El miedo ha sido un factor decisivo en la supervivencia de la especie humana. Está inscrito en el ADN desde tiempos ancestrales y es producto del aprendizaje evolutivo vinculado a peligros externos. No tener miedo puede ser un producto de la locura o de una ingenuidad supina. Algo muy distinto es enfrentarnos a los miedos y trabajar para hacerles frente. Esto último requiere tanto realismo como esfuerzo, dos ingredientes de los que nuestro mundo adolece. Estamos anclados en una sociedad de la autosatisfacción que lleva años erosionando la cultura del esfuerzo. Todo ello tiene consecuencias observables en nuestras escuelas. Pero también chapoteamos en una banalidad que agradece la repetición de la consigna fácil. Con su uso, se arrincona la reflexión, además de ser un potente lenitivo contra el pensamiento crítico.

Los luctuosos y terribles atentados terroristas de Barcelona y Cambrils nos han situado frente a este problema. "No tengo miedo", se gritaba, se tuiteaba. Demasiado bonito para ser verdad. Probablemente, esa consigna se manufacturó por un grupo de expertos en publicidad y estrategia. Un equipo de alto nivel que nunca sale en los medios. Si existe un plan de secesión articulado, obviamente cualquier acontecimiento excepcional debe ser evaluado y analizado a la luz del mismo. De hecho, la respuesta y el comportamiento ante la opinión pública de un Gobierno cuyo fin es la destrucción del Estado ha sido muy eficientemente manufacturada. La apariencia de unidad institucional no ha estado reñida con un despliegue propagandístico inteligente y una voluntad clara de condicionar la respuesta estatal para que fuera siempre a remolque. Los fanáticos sólo se han pronunciado puntualmente, a fin de tratar de arañar apoyos para el separatismo, que es una de las obsesiones principales de los golpistas. La manifestación contra España, que no contra el terror, es sólo la consecuencia lógica.

No tenemos miedo es un acierto publicitario sin igual que conecta con la parte de la sociedad más amodorrada y autocomplaciente. Los ciudadanos que aspiran a controlar sus miedos y a tomar sus decisiones son refractarios a esta estética de rebaño compungido. No obstante, un lema de estas características puede actuar como catalizador de un proceso separatista irreal y destructivo. Sustituir a los terroristas de Daesh por la palabra España no será un problema. Sólo es cuestión de tiempo, mientras el Gobierno central continúe orgullosamente domiciliado en Babia. Las consecuencias que se pueden extraer del plan separatista son tanto la enorme capacidad publicitaria y doctrinaria de los nacionalistas, como su absoluta falta de escrúpulos para usar todos los medios a su alcance. Desde las escuelas a la financiación de sus altavoces mediáticos y asociativos.

El gran problema de los atentados para la construcción nacionalista ha sido, entre otros, la ola de solidaridad y afecto desplegada en el conjunto de España. Salvo excepciones muy minoritarias -por supuesto, corregidas y aumentadas por los medios subvencionados por el separatismo-, la abrumadora mayoría de los ciudadanos han sentido como propio el dolor de los barceloneses. Las presuntas e insalvables diferencias entre catalanes y el resto de españoles han sido desmentidas, una vez más, pero en esta ocasión en circunstancias trágicas. Un ejemplo: miles de ciudadanos y colectivos del resto del Estado han leído y difundido mensajes en catalán, un idioma tan español como el castellano y viceversa. La verdadera unión ha sido forjada por los ciudadanos de a pie. Cargarse los lazos afectivos -e incluso familiares- y una historia compartida de siglos no es tan sencillo. Desgraciadamente, la unidad institucional ha sido más impostada que real, pero es sólo la consecuencia del clima de enfrentamiento que precisa el nacionalismo para subsistir.

¿No tenemos miedo? Claro que sí. En España tenemos mucha experiencia reciente. ¿O es que acaso los conciudadanos vascos no lo tenían? Aquellos que observaban la barbarie de ETA y callaban. Sin embargo, y a pesar del miedo, otros actuaron y perdieron su vida. También los hubo que resistieron y fueron expulsados por el nacionalismo de su propia tierra. Ellos convivieron con el miedo. El miedo puede dignificar a los que lo sufren, a la vez que retrata a los cómplices. Siempre recordaré la foto de los compañeros de partida de un asesinado por ETA al día siguiente del atentado. Se reunieron a jugar como si nada hubiera sucedido. Su miedo era su complicidad. Cuando un destacado miembro de ERC se reunió en Perpiñán con ETA hizo posible que algunos en Cataluña perdieran el miedo al terrorismo vasco nacionalista, pero a cambio dejó cualquier mínimo atisbo de dignidad por el camino.

Quizá no podamos reclamar heroicidades y menos en una sociedad como la actual. Pero sí se ha de exigir a los ciudadanos tanto responsabilidad como sentido cívico o, lo que es igual, que aspiren a controlar su miedo ante los fanáticos y el terror. Esa es nuestra esperanza.

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