Tribuna

ESTEBAN FERNÁNDEZ-HINOJOSA

Médico

El demonio meridiano

El demonio meridiano El demonio meridiano

El demonio meridiano / rosell

Las grandes desgracias de la historia, guerras, epidemias o hambrunas, no dejaban lugar al aburrimiento; todas las energías humanas se movilizaban para superar la adversidad. Sorprende que en esta pandemia el aburrimiento -y sus consecuencias- se haya manifestado con su confinamiento. Mientras en unos ha cobrado un potencial revolucionario como motor de cambio, otros lo han vivido como un mal existencial, un fatal letargo. Más allá de soñar con el regreso a la normalidad, la parada ha ofrecido una oportunidad para pensar, replantear cosas, leer o escribir, como hizo el autor del libro que más abajo se reseña.

Cuando se formaron las primeras comunidades anacoretas del siglo IV en la Tebaida, los monjes descubrieron que al mediodía, después de largas horas de ayuno, cuando el sol aprieta desde lo más alto del horizonte, experimentaban lo que creían argucias del demonio: una falta de empuje para continuar sus rezos. Así, durante el canto del oficio divino, se apoderaba de ellos la tristeza, un fallo de voluntad por el que sentían infiltrarse las tentaciones. Al maléfico influjo se denominó demonio meridiano, expresión introducida en el siglo V con la traducción de la Biblia al latín. El monje sentía, al invocar sus alabanzas, lo que hoy llamamos aburrimiento. En la Edad Media -salvo estos monjes- nadie lo conocía; apareció en la Edad Moderna. Si para el monje el aburrimiento o la incapacidad para meditar, para permanecer a solas consigo mismo, era causa de dispersión (fuente de pecado), para el moderno lo es el silencio, la atención, la ausencia de dispersión, de diversión, no sentirse entre-tenido o entre las cosas.

El mediodía se ha identificado en la literatura con la plenitud de la vida humana, que Aristóteles sitúa en torno a los cuarenta años, y el escritor J. Gomá retrasa, siguiendo el testimonio de don Quijote, "a la edad que frisa con los cincuenta", etapa de la existencia en la que no es raro que surjan tanto el tedio ante la perspectiva de permanecer en las rutinas, como el ansia por satisfacer inmoderados deseos de novedad. R. Alvira lo vió claro: "Vivir no llega a ser problema más que cuando ya no es problemático vivir". En realidad, la experiencia enseña que el aburrimiento más profundo aparece con el agotamiento de toda diversión. Hemos demostrado fortaleza ante las calamidades de la historia, y también una extrema fragilidad en el aburrimiento. Si bien la presente desgracia histórica ha herido, entre otras cosas, el humano afán de inmortalidad, queda por aclarar nuestra responsabilidad en su estallido.

No caeré en filípicas, no en el fácil recurso de arremeter contra el ser humano. Pues ha llegado a mis manos un hermoso libro del escritor F. Rodríguez Valls publicado en la recién nacida editorial sevillana Senderos, y en cuya introducción confiesa que destinó el confinamiento a su familia y a escribirlo. No es una reflexión de actualidad sociopolítica o económica. En tiempo de penumbras ¿Qué es la antropología?, lejos de ser un mero estado de la cuestión, es un ensayo luminoso que ofrece las posibilidades de grandeza y miseria del ser humano y, ante todo, una exploración fascinante de las dimensiones de la subjetividad humana, categorías desde las que el autor percibe, sin artificios retóricos, las posibilidades de una "existencia auténtica", sin ocultar que la vida pueda ser una experiencia problemática: "Cuando el tedio se apodera del alma, la inmoviliza".

Parece que nuestro filósofo, apartado en aquellos meses de los muros de la Academia, en el silencio de su estudio, escuchó el misterioso murmullo de los manantiales interiores y ha logrado comunicar verdades profundas del ser humano, sin acusar a éste por sus errores, y sin poner en conflicto las verdades de su sangre, y al mismo tiempo sin faltar al rigor, la precisión y la galanura literaria. Aunque en su limitada libertad, uno puede renunciar al mal innecesario, nada garantiza la fortaleza ante el aburrimiento o la mediocridad de la vida, ya sea la falta de belleza de la última estación de cada destino humano, ya la amistad traicionada, el amor no correspondido… Sin embargo, el libro propone fabular un futuro con los mimbres de la estructura antropológica, y descubre la posibilidad -ontológica, sí- con la que realizar el proyecto. Su deliciosa lectura me ha recordado aquel fragmento del capítulo XVIII del Quijote, que mi padre nos recitaba de memoria, en el que el hidalgo, después de renunciar a su triste existencia para correr mundo, dice a Sancho: "Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca". Así sea.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios