Tribuna

Fernando castillo

Escritor

El cantor de la ciudad austral

Es Coppola el cantor del Buenos Aires de la modernidad, la ciudad del tango que ha escrito Blas Matamoro, de la principal urbe del cono sur, con permiso del gran Sao Paulo

El cantor de la ciudad austral El cantor de la ciudad austral

El cantor de la ciudad austral / rosell

La convocatoria de PhotoEspaña de este año singular, epidémico y de limitaciones impensables, en el que las reuniones públicas parecen traer consecuencias complejas, ha permitido volver a ver a un fotógrafo siempre interesante como el argentino Horacio Coppola, cuya biografía afortunada coincide con el siglo XX. Una larga vida de 106 años que recorrió en su mayor parte con la Leica comprada en Alemania, la principal etapa de su grand tour europeo realizado en los años treinta, antes de dedicarse a fotografiar su Buenos Aires natal.

La materia prima de la que se nutren las fotografías de Coppola es la ciudad, la baudelariana y "hormigueante ciudad llena de sueños", pero sin ser ni un fotógrafo exclusivo de arquitecturas como Berenice Abbott, Charles Sheeeler, Andreas Feininger o Paul Strand, ni un paisajista urbano a lo Atget, ni un documentalista dedicado a los personajes citadinos como Brassaï o Walker Evans, ni tampoco un entregado a la modernidad y a la técnica como Germaine Krull o Geza Vandor. Coppola, siendo todo ello, retrata una urbe tan personal como poética, racional y meditada, en la que todos sus elementos están presentes, desde la arquitectura -la que Walter Benjamin llama las "configuraciones grandiosas"- hasta los tipos sociales como los retratados en su estancia en el Londres anterior al Blitz del We'll Meet Again de Vera Lynn. Coppola recoge el cielo cambiante de la ciudad austral, el suburbio porteño recién inventado por Evaristo Carriego que anuncia un campo pampero y eterno a dos pasos de la avenida Corrientes, tanguera y siempre del número 348. Retrata los escaparates de maniquíes que entusiasmaban a los surrealistas, los anuncios de tipografía moderna, los siempre atractivos automóviles -grandes como casas rodantes en medio de avenidas que se quieren cosmopolitas-, las sombras alargadas de media tarde reflejadas en el pavimento oscuro y matérico de las calles y avenidas bonaerenses, o los neones de las fachadas. Pero sobre todo recoge las que todavía se denominaban multitudes, un término que en los treinta será sustituido por el de masas, más spengleriano, orteguiano y militante. Como se ve, un repertorio que coincide con el propio de la Nueva Fotografía de entreguerras, expresado por medio de un lenguaje -coctel de Rodchenko y Moholy-Nagy, rebajado con algo de poesía- de picados y contrapicados de vértigo que expresan vocación por la geometría y que Coppola practicaba antes de conocer la vanguardia.

Es Coppola el cantor del Buenos Aires de la modernidad, la ciudad del tango que ha escrito Blas Matamoro, de la principal urbe del cono sur, con permiso del gran Sao Paulo, un paisaje que sabe abstracto y cambiante pero al mismo tiempo permanente. De la Europa tensa de los treinta vuelve el fotógrafo a las latitudes australes con el ojo preparado para recoger la vida en las que Baudelaire llama "calles aturdidoras", que son un escaparate de la modernidad y que, como proclama Walker Evans, permiten educar y nutrir la vista. Sabe que el ruido urbano es, como dice su compatriota Oliverio Girondo, el estremecimiento de la ciudad y él está dispuesto a recoger el pulso bonaerense.

El muestrario de imágenes de la ciudad que ofrece Coppola desde la publicación de su fotolibro Buenos Aires 1936 -sombras, arquitecturas, multitudes…- tiene en las vistas nocturnas su lado más atractivo. Cae el fotógrafo en la tentación de la noche pues sabe de la cualidad artística de la oscuridad, de la especial visión que ofrece la ciudad iluminada con su propia luz: farolas, ventanas misteriosas, puertas y portales, escaparates y, por encima de todo, los neones que iluminan con modernidad la ciudad nocturna. Es la noche el momento en el que Coppola mejor desarrolla su actividad y cuando aparece su obra más innovadora al recoger los elementos de lo nuevo que caracterizan a la urbe oscurecida y al desdeñar la luz natural por el brillo artificial de los deslumbrantes anuncios y de los faroles "enfermos de ictericia" que, de nuevo Girondo, "fuman un cigarrillo en las esquinas". Maravillosos neones bonaerenses que nos atraen y emboban como las tangueras luciérnagas, que muestran el cosmopolitismo de la ciudad pero también las misteriosas calles de brillante pavimento en la noche porteña, en las que hay cafés con puertas abiertas donde quizás algún personaje borgiano clama desafiante a la parroquia. Un cantor con cámara de una ciudad que ha tenido la suerte de contar con otras miradas como las de Sameer Makarius, Juan Di Sandro o Grete Stern, la chica de la Bauhaus que se fue con Coppola a Buenos Aires.

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