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Tribuna

Luis chacón

Experto financiero

La burbuja del emprendimiento

La burbuja del emprendimiento La burbuja del emprendimiento

La burbuja del emprendimiento / rosell

El emprendimiento se ha convertido en el conjuro mágico para acabar con todos los males económicos de España. Raro es el ministro que no anima a emprender. Sobre todo, a los jóvenes. Se publicita a las universidades como cantera de emprendedores y a la vez, en una contradicción muy española, se clama por la ampliación de las ofertas públicas de empleo. Vivimos una auténtica burbuja del emprendimiento. Burbuja que estallará y dejará demasiados damnificados. Jóvenes a los que se ha convencido de que sus ideas les harán millonarios y también, trabajadores experimentados, expulsados del mercado laboral por la crisis, a los que no se les ha dejado más salida que ésta y que han acabado perdiendo el patrimonio acumulado durante años de trabajo.

En ocasiones, la irresponsabilidad e inconsciencia de muchos políticos supera todo cinismo. Recuerdan aquel Go West, young man! con el que el político y periodista Horace Greeley animaba a los jóvenes estadounidenses -en frase al parecer apócrifa- a lanzarse a la aventura de colonizar las inmensas llanuras del oeste americano y hacer América más grande. Al igual que Mr. Greeley, nuestros políticos cantan las glorias de ser empresario mientras siguen viviendo del Presupuesto. Lo que raya la indecencia es convencer a un joven ilusionado de que le van a llover inversores, business angels, deducciones fiscales y subvenciones a fondo perdido para hacer realidad su sueño, cuando no es cierto. Los inversores quizá lleguen si el proyecto es serio y solvente; las deducciones fiscales suelen ser el chocolate del loro; las subvenciones, si se consiguen, se cobrarán tarde y mal y los business angels, pertenecen al reino de los negocios más que al de los cielos.

Este tipo de campañas no son nuevas. Reflejan la incapacidad política para afrontar las reformas necesarias que den lugar a un mercado de trabajo ágil, eficiente y competitivo. Cada crisis nos regala charlas en las oficinas de empleo, impartidas por funcionarios públicos con puesto de trabajo asegurado, en las que se publicita el autoempleo -a finales de siglo- o el emprendimiento -ahora- como la nueva realidad laboral incontestable. Todo se resume en un inadmisible, si no tienes trabajo, búscate la vida. Perdón, emprende.

Al emprendimiento se le han unido los evanescentes conceptos de start up y economía colaborativa. Y sobre todo ello, el de las ideas disruptivas. El problema está en que hay muy pocas que lo sean. La imprenta se inventó una vez y la informática otra. Y entre ambos hechos pasaron cinco siglos.

Es indecente engañar a quienes han puesto toda su creatividad, su impulso, su intelecto y sus afanes en hacer realidad una idea para convertirla en empresa. Hay que hablarles claro, no para desanimarles sino para advertirles de la dureza del camino. No se coronan las cumbres transitando autopistas sino veredas de cabras. Y el éxito empresarial exige sortear infinidad de dificultades.

Uno de los grandes errores de quienes se aventuran por el duro camino de fundar una empresa es el de confundir idea y negocio. Creer que cualquier aplicación de móvil se hará imprescindible en nuestras vidas y obviar cuántas han desaparecido, sólo en el último año. No hace falta irse mucho más atrás. Una empresa exige rentabilidad, a las ideas les basta con ser brillantes. Son magnitudes diferentes que aunque no se excluyen, se debaten en ámbitos distintos.

Las ideas sólo son negocios potenciales. Para que una idea se convierta en algo rentable hay que trabajarla hasta conseguir crear una estructura viva que sea capaz, no sólo de producir el bien u ofrecer el servicio que habíamos concebido, sino de distribuirlo, comercializarlo y generar beneficios. La rentabilidad es, en esencia, una magnitud muy sencilla de calcular. Se trata de que los ingresos generados sean capaces de cubrir la financiación más los intereses, amén de los costes de producción y los gastos generales. Una vez que un negocio gana su primer céntimo sería rentable. Pero el mercado exige mucho más. Los beneficios generados deben revertir generosamente en quienes asumen el riesgo de ponerlo en marcha. No se trata de devenir siempre en multimillonarios pero sí de premiar convenientemente el esfuerzo y la inversión.

Por eso, lanzarse a emprender requiere recorrer el largo y duro camino que va desde la idea al negocio rentable. Hay que descartar que nuestra idea ya esté funcionando mediante un análisis profundo del mercado. Si no existe, podremos iniciar el trabajo y estudiar aquellos productos o servicios que por ser parecidos al que hemos diseñado serán nuestra competencia. Sólo así podremos distinguirnos. El mayor desafío será diferenciarnos de aquellos que por ser similares, puedan convertirse en sustitutivos. Y además, buscar la financiación, establecer una red de distribución y convencer a nuestros potenciales clientes de que nosotros somos la solución a sus problemas. Sólo de este modo podremos tener algo que ofrecer al mercado con garantía de viabilidad y quizás también, de éxito. Sin embargo, algunos reducen este duro camino a un simple lema publicitario: "¡Emprende, joven!".

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