Tribuna

José María Agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

El astronauta de vuelta

Es como si hubiésemos olvidado el significado de la palabra "humano", término de origen latino que proviene de "humus", que quiere decir precisamente tierra

No recuerdo dónde me tropecé hace tiempo, a propósito de una reflexión que leí acerca de la experiencia del viaje, con la distinción entre viaje horizontal y viaje vertical. El primero es el que consiste en el desplazamiento por el espacio geográfico; el segundo corresponde a ese movimiento interior que conlleva el sondeo de la propia alma. Uno no implica necesariamente el otro, aunque se tiene por verdad indiscutible que si uno quiere abrir la mente tiene que viajar mucho. Pues bien, Ad Astra: Hacia las estrellas, la película del director James Gray estrenada hace unas semanas, es el último exponente de una especie de subgénero cinematográfico que en ciertos casos entraría en el género de la ciencia ficción y en otros no. Llamémoslo -a falta de mejor denominación- el género de los astronautas, es decir, el de las películas protagonizadas por personajes que para desarrollar la acción que se narra han de ir enfundados en sus trajes presurizados y con sus escafandras, y que al tiempo que viajan horizontalmente lo hacen verticalmente. Aquí podemos incluir filmes realizados en los últimos años, como, entre otros, la muy exitosa y galardonada Gravity (2013) de Alfonso Cuarón.

¡Qué lejos queda el destino cósmico de sus protagonistas de aquel al que se entrega el astronauta de 2001: una odisea del espacio! En el clásico de Stanley Kubrick, el protagonista de la última parte del ambicioso filme se entrega consciente y voluntariamente al cosmos. Así, llegado el momento de abandonar la nave que le ha llevado hasta prácticamente los confines del sistema solar, el astronauta -del que, por cierto, desconocemos todo en lo que a su vida personal se refiere salvo su nombre Dave (Bowman)- lo hace de manera fría y sin vacilación aparente, como si nada le vinculara al planeta del que procede y nada que mereciese la pena le aguardase allí. Su ser es la crisálida cósmica que quiere eclosionar en una nueva forma de existencia desarraigada, casi abstracta, al margen de coordenadas espaciotemporales.

Frente a este final, recuperemos para el contraste el desenlace de la mencionada Gravity, película protagonizada, para empezar, no por un hombre sino por una mujer astronauta. Podríamos afirmar sin miedo a exagerar que su conclusión es la opuesta a la de la película de Kubrick. En ésta el hombre concreto se transforma en una entidad cuya dimensión corpórea es mero símbolo de una mutación que va más allá de la forma física. Por contraste, la película dirigida por Alfonso Cuarón termina con el regreso de la astronauta a la madre Tierra, que la acoge en su seno tras caer, arrastrada por su gravedad en una nave de salvamento, en un lago.

La reciente Ad Astra, sin duda, abunda en el mensaje del reconocimiento de lo humano como todo lo que nos vincula a todas las personas en la pertenencia a esa fraternidad que nos define como hijos de la Tierra. Enseñanza que es el precioso poso que queda en el alma tras el viaje vertical que para muchos no es posible sin el viaje horizontal, en ocasiones con la posibilidad de no volver jamás. En esta historia el viajero espacial se parece al Ulises que vuelve a su Ítaca, a la Tierra, que es ensalzada como ese extraordinario lugar, producto de un frágil equilibrio cósmico, preñado de belleza, de la que al final el astronauta McBride reconocerá que forma parte todo lo que conforma la vida humana, especialmente los afectos que la llenan de significado.

Parece que esto es algo característico de esta fase de máxima sofisticación tecnológica que nuestra especie está atravesando; como al personaje de Brad Pitt, nos cuesta reconocer lo evidente: que somos terrestres. Es como si hubiésemos olvidado el significado de la palabra "humano", término de origen latino que proviene de "humus", que quiere decir precisamente tierra.

Las películas que he comentado constituyen una nueva mirada sobre las promesas que antaño parecía encerrar el viaje de nuestra especie al espacio. ¿Es porque hemos dejado de mirar a las estrellas, ocultas por la contaminación lumínica? ¿Porque hemos creado un universo virtual que se plasma en las pantallas de nuestros dispositivos informáticos tras las que es tapada la realidad material? ¿O quizá por ventura, al fin, estamos tomando conciencia, lenta pero imparablemente, de la gravedad de los problemas medioambientales que afectan de manera muy perjudicial a las condiciones de vida de nuestra especie en este planeta, haciendo destacar ante nuestros ojos su inapreciable valor?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios