Tribuna

Antonio porras nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

Volver al pasado

Volver al pasado, como decía Ortega y Gasset, es como retornar a nuestra condición de primates y empezar a subirnos a los árboles

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Volver al pasado / rOSELL

Parece que eso es lo que, en el fondo, deseamos todos. Que acabe ya esta pesadilla y podamos volver a ser como éramos antes. Retornar al viejo orden perdido, donde era posible salir, entrar, moverse, divertirse y hasta abrazarse.

Esta sensación o ese deseo colectivo de retorno es la causa de la gran oleada de conservadurismo que nos llega: un conservadurismo entendido en su sentido más originario, el de conservar pautas del pasado que hemos perdido con el tsunami de la pandemia. O sea, volver a lo que éramos antes de que comenzara la pesadilla colectiva.

Se percibe de entrada en los comportamientos electorales: las elecciones en Madrid han sido una combinación del efecto chivo expiatorio, que ha abrasado al PSOE, y de retorno al pasado representado por el Partido Popular. Pero se percibe sobre todo en el modo como tratamos de recomponer los muebles tras el desastre. Porque ahora lo que realmente queremos es recuperar lo anterior: nuestro brillante sector turístico, nuestro dinámico sector inmobiliario, nuestros bares, nuestras ferias y fiestas, nuestras puertas abiertas de par en par.

Estrangulado en su inevitable rol de chivo expiatorio, a Pedro Sánchez sólo le cabe ya ponerse de perfil y guardar silencio sobre el duro presente para tratar de sumergirnos a todos en la utopía futurista que ya casi parece que estamos tocando con los dedos: cuando, una vez todos vacunados, nos incorporemos al elevado escenario de la nueva generación verde y digital, con la ayuda del maná que nos va a llegar de Bruselas.

Y por esa misma razón, las minorías políticas más recientes parecen también estar en riesgo de quedar estranguladas. Porque nuestra visión del pasado político viene a ser como el imaginario de un estable bipartidismo más o menos asumido por todos, que ahora parece llamado a retornar. Y allá vamos. O, mejor dicho, ya lo tenemos aquí: tenemos a Grau y Rubio. O a Rubio y Grau. Cada uno de ellos de uno de los dos partidos de siempre. La corrupción asumida y tolerada que de nuevo se nos hace presente; el esperado retorno a los Gurteles y los ERE, tan "añorados", justo cuando casi estábamos a punto de olvidarlos.

Qué importancia tiene ya que, apenas hace una década, nuestro pluralismo político nos asomara a un contexto esperanzado de protesta y regeneración, de crítica y reconstrucción desde dentro de nuestra democracia. Un proyecto de superación de la vieja y asfixiante democracia bipartidista, llena de cuotas, de clientelismos y de corrupciones toleradas: cuando todo estaba bajo el control de nuestros viejos y venerables partidos que ahora tratamos de reflotar. Lo que era nuestro pasado, o sea, esa democracia deficiente que ahora queremos recuperar.

Por eso, frente al proyecto regeneracionista, frente al ideal complejo y problemático de una democracia mejor, parece más sencillo soñar con la pura y simple vuelta al pasado. Y si a ese afán de recuperar el pasado le unimos nuestra inefable memoria histórica, ya lo tenemos: la invocación al tiempo pasado viene a ser una sutil forma indirecta de retornar al mismo. La alegría de tener ya casi superada la pandemia nos impulsa hacia un camino conservador que nos lleva de vuelta hacia otros tiempos que algunos todavía recordamos. Y conviene recordarlo bien: eran los tiempos del desempleo, de la corrupción tolerada, del conservadurismo institucional y de la falta de alternativas.

¿Acaso es que, según los sabios de Bruselas, necesitamos ahora un futuro verde e innovador? Pues no hay problema: a partir de ahora nuestros hoteles turísticos serán verdes, nuestro sector inmobiliario será circular, nuestros desempleados estarán reciclados en la nueva e innovadora Formación Profesional, y nuestra incultura será plenamente solidaria. Volver al pasado, como decía Ortega y Gasset, es como retornar a nuestra condición de primates y empezar a subirnos a los árboles. Pero puede que a lo mejor ni siquiera necesitemos tanto esfuerzo: basta con volver a votar a los que votábamos hace más de una década, y todo estará hecho.

Recuperar nuestro pasado es la mejor forma de desembarazarnos al fin de esta pesadilla colectiva, dejarnos llevar por el bucle melancólico y retornar a una época remota que siempre imaginaremos como mejor. Y quién sabe lo que vendrá después, porque detrás de los fondos Next Generation vendrán los procesos de corrupción contra los que se van a quedar con las correspondientes comisiones. Todo será un eterno retorno, un volver a empezar, un bucle melancólico sin fin que nos sitúa en un puro conservadurismo.

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