Tribuna

José Antonio González Alcantud

Catedrático de Antropología

Vanguardia marroquí

El general francés Lyautey, gran manipulador de la cultura marroquí durante su mandato (1912-1925), había apostado decididamente por el "viejo Marruecos"

Vanguardia marroquí Vanguardia marroquí

Vanguardia marroquí / rosell

Ahhh… la función política del arte": es una frase casi cogida al azar, en el diálogo que tuve con el director del Museo del Arte Moderno de Rabat, inaugurado en 2014, y recogido en el documental Vanguardia marroquí. Tras los pasos del arte contemporáneo en Marruecos, dirigido por mí. Este documental etnográfico fue presentado, con mi "ausencia política", el 7 de junio en la Casa Árabe de Madrid, patrocinado por el Museo Nacional Reina Sofía. El documental, finalizado gracias a la pandemia, que nos ha tenido inmovilizados en nuestras casas, llega en el momento convulso de las relaciones hispano-marroquíes que conoce el avispado lector.

Lo realicé en varias ciudades marroquíes (Tetuán, Arcila, Rabat, Casablanca y Marrakech) a lo largo del 2016, a mitad de camino de la celebración del Marruecos contemporáneo, tanto con la gran exposición celebrada en París, aún bajo el aliento de las primaveras árabes de dos años antes, como con la inauguración del citado museo rabatí, y de la sublevación del movimiento rifeño Hirak, de un año después. Mi rihla o viaje tras el arte contemporáneo del país vecino venía motivado por el deseo manifiesto de presentar su modernidad cultural, en un momento en el que el sultanato jerifiano procedía aceleradamente a modernizar las infraestructuras del país. Por mis estudios previos, sabía que la imagen de un Marruecos eminentemente artesano lastraba su modernidad. El residente general francés Lyautey, gran manipulador de la cultura marroquí y del sultanato durante su mandato (1912-1925), había apostado decididamente por el "viejo Marruecos" conservador, en cuyo contexto incluía las artesanías, y el sistema gremial que las alimentaban. De manera que el arte moderno quedó excluido de la agenda de los colonizadores franceses. Significativo es que mientras el pintor Jacques Majorelle -cuya casa marrakechí alberga en la actualidad la fundación Saint Laurent- ocultaba las técnicas de su arte a los "indígenas", por el contrario, el granadino Mariano Bertuchi, autor del pabellón de Marruecos en la exposición iberoamericana de 1929, aún en pie en el sevillano parque de María Luisa, impulsaba en Tetuán la única escuela de Bellas Artes de Marruecos, procurando habilitar a los marroquíes en el arte del cuadro de caballete, para ellos desconocido.

La vanguardia marroquí de los años sesenta y setenta, apostando por una cultura propia alejada de la vanguardia artística europea, al enfatizar por razones lógicas el problema de la dependencia colonial, acabó enfrentada al sultanato de Hassan II, quien mandó encarcelar a sus partisanos. Estos años "de plomo" está bien ejemplificados en la exposición Trilogía marroquí actualmente en curso en el Museo Reina Sofía. De ella, me quedo el cuadro de Belkahia titulado Torturas, que evidencia el ambiente sórdido creado por el infausto monarca alauita contra rifeños y universitarios, principalmente.

Recuerdo haberme alojado durante las grabaciones de la celebración del cincuentenario de la revista vanguardista Souffles, creada por el poeta Laâbi a finales de los sesenta, en el corazón de medina de Salé, ciudad marcada por el islamismo. Transitaba con el corazón encogido por sus callejuelas inamistosas, y cuando por fin llegaba a la biblioteca nacional de Rabat, sede del encuentro, la modernidad del edificio y de la atmósfera libertaria existente en la reunión me cautivaban. Allí estaban intelectuales y luchadores octogenarios como Melehi, Adonis, Nissabouri, Maraini, el citado Laâbi, y otros de nuevas hornadas.

En Vanguardia marroquí quedan reflejados tres asuntos: la importancia de la llamada "escuela de Tetuán", empujada por los españoles; la relevancia de la vanguardia de los años sesenta; y la significativa la convergencia con las artes populares, de tanta raigambre en Marruecos.

Un año después, fui invitado a hablar en el parlamento europeo del movimiento rifeño Hirak, en plena efervescencia. El ambiente era exultante, aunque en vías de enrarecerse. El influente lobby alauita en Bruselas se infiltró en la reunión, y cuando una periodista comparó la represión de los rifeños con la de los saharauis, varios energúmenos de los servicios de Inteligencia alauíes aullaron. Algo estaba cambiando brutalmente.

Concluyo, de esta experiencia, que las esperanzas que teníamos en la modernidad marroquí, de un Estado capaz de estar a las alturas de su tiempo, circunscrito a las propias fronteras, como casi todos los del mundo, se ve defraudado en la hora presente con movimientos que parecen sacados de fondos telúricos. Incluso la parafernalia del sultán Mohamed VI parece haber retrocedido a las épocas más kitsch de la historia jerifiana. Una sobreactuación y mal gusto que esconden un fracaso de la modernidad. Hemos pasado de lo más alto, hasta el punto de servirnos como modelo la vanguardia marroquí, a lo más bajo y ruin en cuestión de meses.

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