Tribuna

César hornero Méndez

Profesor de Derecho Civil de la Universidad Pablo de Olavide

Tiempo de tópicos

Los expertos se usan de coartada y de parapeto en un ámbito, el de la gestión política, en el que es evidente que no sólo su juicio o su parecer han de imponerse

Tiempo de tópicos Tiempo de tópicos

Tiempo de tópicos / rosell

Como era previsible, vivimos tiempos propicios para que reinen, en la conversación privada y pública, los tópicos. Hace años, Aurelio Arteta publicó un par de libros donde ofreció un completo catálogo de estos. Eran los años más virulentos de la anterior crisis, un periodo que como el actual hizo que los tópicos comparecieran por doquier. Señala el filósofo navarro que los tópicos son los lugares comunes, esos espacios verbales conocidos, transitados o frecuentados por todos, donde nos reconocemos, que no dicen nada nuevo sino más bien lo que todos sabemos. Valernos de ellos nos sitúa cómodamente a resguardo, del lado de lo que piensa la mayoría o, en su caso, la minoría en la que hayamos elegido estar (éstas también tienen sus tópicos). En este sentido, no andan lejos de la frase hecha -cuya perversidad en determinados contextos atisbó Joseph Roth-, esas proposiciones prefabricadas y a la mano, disponibles para ser colocadas a poco que la situación lo permita. Los tópicos, en definitiva, nos evitan tener que pensar y son lo contrario de poseer criterio propio. Lo malo es que hay quien trata armado con ellos de enfrentar la realidad. Quien así actúa pretende muchas veces engañarse y, lo peor, engañar al que tiene enfrente, despachándolo con un par de tópicos.

Este uso ventajista de los tópicos es el propio del político, a la postre un tópico encarnado. Al fin y al cabo son herramientas útiles para quien pretende ocultar algo o directamente ocultarse tras ellos. Quienes viven en y de las palabras suelen estar abonados al tópico hasta el punto de que aspiran a que ni siquiera la realidad pueda estropearles el famoso relato. Por ello, se muestran impertérritos cuando ésta, la realidad, los desnuda. Directamente la ignoran, por mucho que se les ponga delante, no contestando a lo que se les pregunta o incluso intentando situarse por encima de ella. Si esto se combina con la exigencia de una adhesión inquebrantable y la condena previa de cualquier crítica, al considerarla una deslealtad, ese político escondido detrás de los tópicos -los de siempre y los ideados por sus asesores- seguramente se sentirá a salvo, incluso cuando los hechos sean tan arrolladores e incontestables como los vividos desde marzo. Para comprobarlo basta haber asistido como sufriente espectador a las innumerables ruedas de prensa gubernativas durante el estado de alarma y sobre todo haberse sentado los sábados ante el televisor para escuchar el monólogo del presidente del gobierno (hasta donde la vergüenza ajena le haya permitido a cada cual llegar).

En estas semanas hemos visto como se ha recurrido a varios tópicos de manera reiterada. De alguno se ocupa Arteta, haciendo lo que corresponde con ellos: desenmascararlos. Ahí están, por ejemplo, los dichosos expertos, con variantes muy oídas estos días del tipo "Según dicen los expertos" o "Consultados los expertos". Se usan de coartada y de parapeto en un ámbito, el de la gestión política, en el que es evidente que no sólo su juicio o su parecer han de imponerse. Si fuese así, como en este tiempo se ha dado a creer, gobernarían ellos y no los políticos.

Pero sin duda los tópicos más vergonzantes son los que tienen que ver con la responsabilidad -no la de la enfermedad en sí sino la que deriva de cómo se ha enfrentado su impacto y sus consecuencias-. Arteta se fija en el manoseado "Todos somos culpables", que sintetiza bien las versiones que han asomado también reiteradamente estos días: "Esto ha pillado a todos desprevenidos" o "Nadie estaba preparado". Hay en ello, como dice nuestro autor, un intento obsceno y alarmante, por lo que tiene de generalización abusiva y de maniobra de distracción, de colectivizar la responsabilidad, con ese "todos" y ese "nadie" aparentemente inocentes. Todos estos tópicos sucumben ante los hechos. Los acaecidos son, por desgracia, tan contundentes, estadísticamente tan rotundos, que de poco o nada vale su ocultación o su manipulación.

Los vivos sobre los muertos es el título de un artículo que Joseph Roth publicó en los años veinte, en su etapa berlinesa. Ahí denunció lo que de perverso puede tener una frase hecha y la hipocresía con la que, en el futuro, los vivos pueden llegar a referirse a los muertos: "sin llegar a distinguir -decía- entre verdad y mentira, y entre la frase por la muerte heroica y esta misma". Lo peor es que entre nosotros hay quien cree todavía que puede esconder, no en el futuro sino ahora, a miles de muertos bajo un manto de tópicos y de frases hechas.

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