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Tribuna

Juan Torrejón Chaves

Historiador

Miranda, de Venezuela a Cádiz

Réplica de un buque mercante sueco del siglo XVIII en aguas de la bahía de Cádiz. Réplica de un buque mercante sueco del siglo XVIII en aguas de la bahía de Cádiz.

Réplica de un buque mercante sueco del siglo XVIII en aguas de la bahía de Cádiz. / Fotografía de Hans-Josef Artz. Noviembre de 2005

Al mediodía del 25 de enero de 1771, largaban velas desde el puerto de La Guaira la fragata Prins Frederick (Príncipe Federico) y el paquebote Bästa Hopp (Mejor Esperanza), dos buques mercantes de bandera sueca que habían sido fletados por la Real Hacienda de España y despachados desde el puerto de Cádiz para Tierra Firme, transportando tropa veterana del Regimiento de Infantería de Lombardía en prevención de posibles hostilidades de los británicos.

Para el tornaviaje, con licencia del Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela, José de Solano y Bote, a la sazón capitán de navío de la Real Armada y futuro marqués del Socorro, se permitió el embarque de diversos productos, principalmente cacao y cueros de vaca al pelo, y de algunos pasajeros. Entre ellos, Sebastián Francisco de Miranda: un joven nacido en Caracas el 28 de marzo de 1750, hijo primogénito de Sebastián de Miranda Ravelo y Francisca Antonia Rodríguez de Espinosa. El primero, natural de la isla de Tenerife, mercader de lienzos; la segunda, caraqueña, panadera de oficio; y ambos considerados sujetos de baja condición social por la oligarquía criolla.

Desde el año 1764, Sebastián de Miranda estuvo al frente de una compañía suelta de Blancos Isleños que mantuvo a sus expensas; unidad distinguida de entre las existentes por su lucimiento y destreza en las evoluciones y manejo de la armas.

En abril de 1769, tras la creación del nuevo Batallón de Milicias de la Provincia, el Gobernador y Capitán General confirió a Sebastián de Miranda el empleo de capitán de la sexta compañía. Entonces, el comandante del batallón y otros oficiales del mismo, todos ellos criollos prominentes, se dirigieron a José de Solano indicándole el agravio que para ellos significaba tener que alternar con un individuo sin notoriedad; por lo que le solicitaron la exclusión de Miranda del batallón. El Gobernador y Capitán General quiso mediar, pero sus intentos resultaron infructuosos ante la cerrada postura de los mantuanos.

El episodio fue cada vez a más, llegándose incluso a formar causas judiciales. El cabildo de la ciudad, controlado por los criollos

blancos, tomó parte contra el capitán Miranda quien, sí bien contó con el apoyo de los españoles y particularmente de los canarios, se vio impelido a pedir el retiro.

Alcanzó tal magnitud el acontecimiento que el Gobernador y Capitán General hubo de enviar a la corte un grueso expediente, cuya resolución por el Consejo de Indias se demoró casi un año y medio, hasta la emisión de una Real Cédula, despachada en San Ildefonso el 12 de septiembre de 1770, que llegó a Caracas dos meses después. Por la misma, se aprobaba el retiro concedido a Sebastián de Miranda mas guardándosele todas las preeminencias, excepciones, fueros y prerrogativas militares que le correspondían como capitán reformado, con derecho al uso del bastón y uniforme del nuevo Batallón de Milicias de la provincia. El suceso ha sido adecuadamente estudiado por Ángel Grisanti e Inés Quintero, prestigiosos historiadores venezolanos.

La decisión de Carlos III reparó en buena parte la afrenta causada a su padre, pero la humillación inferida debió servir al joven Miranda para constatar la imposibilidad de progresar en una Caracas fuertemente jerarquizada, donde lo fortuito del nacimiento era determinante frente a todo mérito y capacidad. En consecuencia, no debe sorprendernos que determinara abandonar Venezuela y, aprovechando la arribada a La Guaira de los referidos buques a mediados de diciembre de 1770, decidiera viajar en uno de ellos con la pretensión de –según sus palabras– «servir a su Magestad con mi persona en los Reinos de España, según se proporsione mi inclinación y talentos».

Para ello, con gran premura, solicitó certificaciones diversas en las que se acreditasen ser hijo legítimo y de legítimo matrimonio; la calidad y limpieza de sangre de sus padres; la instrucción recibida en primeras letras y estudios de Artes en el Seminario Colegio de la ciudad de Caracas; su buena conducta religiosa y pública, frecuentando los santos sacramentos y sin haber dado mala nota ni escándalo; el estado civil de mozo soltero y libre, no habiendo contraído matrimonio ni celebrado esponsales con mujer alguna, hallándose por consiguiente libre para tomar el estado que le conviniese; así como que no tenía deuda alguna con la Real Hacienda.

Otorgada por el Gobernador y Capitán General la licencia de embarque, y tras el abono a la Real Contaduría de los derechos correspondientes por las fanegas de cacao que llevó consigo, Sebastián Francisco de Miranda dejó su provincia natal a bordo de la fragata Príncipe Federico rumbo a Cádiz.

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