Tribuna

Maite aragón

Librera y editora

Migrar o viajar: esa es la cuestión

Como todos los veranos, unos viajan por los estamentos de arriba en clase turista y otros naufragan por los estamentos de abajo en clase migrante

Migrar o viajar: esa es la cuestión Migrar o viajar: esa es la cuestión

Migrar o viajar: esa es la cuestión / rosell

Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro". La cita de Dickinson era el lema con el que sustentábamos nuestra pequeñísima librería de viajes. La frase reinaba en todas partes, en los marcapáginas, en el mural del patio de la librería, en las camisetas que alguna vez hicimos y aún conservo -quedaron algunas tallas infantiles que, cuando las guardé, jamás pensé que el destino las reservara para mis hijas: era una librera legionaria, novia no de la muerte, pero sí de la librería, esa criatura que devora todo tu tiempo-. La cita nos iba que ni pintada porque, como libreros, era bastante difícil viajar. Mi compañero era un claro viajero de sofá y a mí no me llegaban los recursos ni el tiempo para hacer los viajes que anhelaba cuando, subida a los peldaños para alcanzar las baldas altas de una estantería que llegaba al techo, ordenaba la sección y así recorría el mundo entero de la única manera que me era posible: solo con los dedos, como ese juego, tantas veces repetido, de girar un globo terráqueo a ciegas y poner el índice al azar. La sección estaba dispuesta por orden geográfico, primero el continente, luego el país y al final la ciudad. Colocando estrictamente guías, mapas, ensayos de historia o cultura, literatura de viajes y literatura de autores nativos destacables. Este era el orden riguroso que queríamos respetar como librería especializada. Aunque fuera pequeña, eran "35m2 para dar la vuelta al mundo", de eso nos gustaba fardar. Ordenar la sección era constante; los clientes no encontraban lo que buscaban solos y no estaba entonces de moda la espera cortés para ser atendido por el único librero o librera que estaba disponible. Por lo que no hubo más remedio que sacrificar el microcosmos geográfico por el riguroso y práctico orden alfabético, aunque fuera doloroso ver a una ilógica distancia de centímetros a Alemania de Argelia, a Bolivia de Bruselas, a Senegal de Suiza. De pronto los hemisferios se replegaban, como también el ilógico orden económico y político del mundo. Por orden alfabético era menos monstruosa la desigualdad. Europa habría estado más cerca para todos esos que, desesperados, se han lanzado al agua aprovechando la crisis diplomática entre España y Marruecos.

Desde que tengo uso de razón, llevo escuchando historias. Mis abuelas me las contaban. Sus voces eran como el borboteo de agua de una fuente incesante que proviene de lo remoto para contarte quién eres. Una me hablaba del Sáhara, su Arcadia feliz. Su mente desvaída la hacía repetirlas varias veces, pero siempre con la frescura de una niña risueña. Gracias a sus repeticiones las recuerdo, porque tengo una pésima memoria. Ahora es mi padre quien me cuenta las suyas. Siempre quiso volver al Sáhara y llevarme. O buscar juntos en Tinduf al amigo del que le habían llegado noticias que estaba en el campo de refugiados. No dio tiempo. Mohamed murió antes de que pudiéramos hacer el viaje.

Muchas veces siento que el Sáhara es un gran desconocido para los españoles. No tenemos vivencia cotidiana del vínculo histórico, de la responsabilidad sobre su destino. De mi familia he heredado por ellos un gran respeto y empatía. Parece impensable que lleven esperando más de 40 años, casi toda mi vida, un referéndum que no llega y sea la población saharaui el objetivo de las represalias- los vulnerables, los desprotegidos- sobre las que Marruecos inflige su violencia brutal, mientras que el resto del mundo, incluido España, hacemos apenas nada. Lamentable. Mientras colocaba las guías de viajes imponiendo a los países el orden alfabético, imaginaba la utopía ingenua de hacer desaparecer con así las desigualdades geográficas del mundo y, con ello, hacer desaparecer también el drama que inunda las fronteras de los que necesitan llegar a otro país de cualquier manera, a cualquier precio.

Como todos los veranos, unos viajan por los estamentos de arriba en clase turista y otros naufragan por los estamentos de abajo en clase migrante. Otros viajan desde un sofá, a lo Dickinson, por las comodidades que conlleva, porque no les queda más remedio o porque lo prefieren; otros anhelan la posibilidad del viaje que saben que nunca emprenderán o sencillamente, empiezan a caminar sin destino fijo. Este año, más que nunca, queremos dejar atrás el recuerdo de las restricciones, vamos en busca del horizonte abierto, del cóctel y de la hamaca, desaparecer de la ciudad asfixiante. Muchos ya tienen los billetes comprados y las maletas hechas para escapar al paraíso más remoto del carpe diem del que preferiríamos no tener que volver.

El viaje, esa promesa…

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