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Tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

Profesor de Filosofía del Derecho y Política en la Universidad Pablo de Olavide

¿Maternidad subrogada?

Puede que el temor a desagradar a cierto feminismo y ser etiquetado como enemigo público responda en parte a estas ganas de zanjar con prisas y sin dudas un problema difícil

¿Maternidad subrogada? ¿Maternidad subrogada?

¿Maternidad subrogada?

Ponerse en lugar del otro. No parece complicado. Esa es la propuesta ética que planteó Arthur Schopenhauer. No se trata de una ética tan elaborada como la kantiana, pero sí superior. Su potencial para deliberar sobre retos contemporáneos está aun por explorar.

Siempre me han fascinado aquellos capaces de ofrecer respuestas inmediatas y tajantes a conflictos profundos. Los que se deshacen de las incómodas y tormentosas dudas que jalonan nuestro devenir. Aquellos que cultivan, con denuedo, la descansada costumbre de igualar la resolución de estos asuntos a la espada con la que Alejandro se deshizo del nudo gordiano. Ojalá uno pudiera gozar de esa clarividencia que permite deslindar el bien del mal con la destreza con la que se distingue un jamón de pata negra de un pavo deshidratado. Pobre pavo.

Leo que Ciudadanos ha propuesto regular la maternidad subrogada. Con ella, una mujer gestará en su aparato reproductor el embrión de una pareja. Lo que resulta atractivo de la noticia es que PP, PSOE y Podemos estén de acuerdo en prohibir esta opción reproductiva. El Comité de Bioética también se opuso, junto con algunas feministas. Detengámonos en las razones que se aducen para que se haya dado esta peculiar coincidencia. Se estima que este tipo de maternidad contribuye a que las mujeres se conviertan en vasijas de las parejas que encargan el embarazo. Se afirma que serían las mujeres pobres las que aceptarían por una compensación económica. Para esta posición no existiría el altruismo, sino una mera mercantilización del cuerpo de las mujeres. Incluso se ponen ejemplos de países donde la maternidad subrogada es controlada por bandas organizadas que someten a las mujeres a una terrible explotación. También se aducen razones de tipo emocional, entre la gestante y el feto, y los problemas que se podrían derivar de ello. Finalmente, como me decía una estudiante, la maternidad no puede considerarse un derecho. Probablemente, pueda discutirse.

La contraparte afirma que existen mujeres que ya han sido madres y que están dispuestas a ayudar a otras parejas. Desde esta perspectiva, se señala que la primera motivación de estas mujeres no es económica. Tampoco es absolutamente altruista. Reciben una compensación por el tiempo y molestias que les ocasiona la situación. No obstante, su supervivencia económica no depende de ello y además la llevan a cabo de forma excepcional. Estas mujeres tienen sus propios hijos. Los centros de reproducción realizan una evaluación psicológica y física de las candidatas con el fin de que no se presenten problemas, tanto durante el embarazo como en el nacimiento. Las parejas aducen que existen importantes obstáculos para la adopción. De hecho, la propia adopción también es negocio de mafias que venden a niños, al nivel de aquellos que explotan a las mujeres para que gesten los de otros. Y nadie dice que haya que prohibir la adopción.

Como les decía, quizá lo poco que podamos afirmar con rotundidad es que no hay respuestas simples. No pretendo aportarles una solución, tan sólo trasmitirles mis dudas. Es obvio que buena parte de la sociedad parece no tener problemas para aceptar a un homosexual bailando sobre una carroza el día del orgullo, pero comienza a torcer el gesto cuando se trata de que ese mismo hombre pueda ser padre. Puede que el temor a desagradar a cierto feminismo y ser etiquetado como enemigo público responda en parte a estas ganas de zanjar con prisas y sin dudas un problema difícil. Probablemente, muchos de los partidarios de prohibir esta práctica no reconozcan que vivimos en una globalización capitalista que mercantiliza todo, especialmente los cuerpos de las personas. No parece muy lógico condenar a las mujeres y parejas que realicen un acuerdo con todas las garantías y al mismo tiempo pasar por alto los millones de mujeres que cada día ofrecen su tiempo en trabajos infrapagados. ¿No se trataría de una explotación y mercantilización de los cuerpos de las mujeres? ¿Qué sucede con todo ese tiempo que jamás volverá y que se ofrece a cambio de una contrapartida ridícula? Por no hablar de gran cantidad de mujeres explotadas sexualmente o de la permisividad gubernamental hacia los clubs. No se puede aislar un problema y tratarlo como si nos encontráramos en un mundo presidido por la justicia social, donde no existe la plusvalía o la alienación. Especialmente, si hay personas cuyo propósito es ser padres o madres, lo que puede no ser un derecho, pero sí un acto de amor.

Ahora parece que la eutanasia es lo urgente. Regular la opción de dar vida gracias a la revolución biotecnológica puede esperar. Me temo que el derecho a decidir de las mujeres sobre su cuerpo queda restringido a abortar. Para lo demás, consultar a la ejecutiva del partido de turno o a la feminista televisiva de guardia.

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