Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Malditos abuelos

En este mundo "natural" todo discurre más lentamente, porque la lentitud no es un defecto de la vejez, sino una de sus más preciosas cualidades

Malditos abuelos Malditos abuelos

Malditos abuelos / rosell

Ser abuelo o abuela no es una categoría sociológica, sino vital. Ser pensionista sí que lo es. Los abuelos, mientras no son pensionistas, siguen siendo reconocidos como interlocutores en el mundo real. Un estatus que cambia cuando el abuelo se jubila. Permítanme unas referencias personales. Hace unos días, para una consulta médica, he vuelto al hospital donde he trabajado durante más de 40 años. Me ha atendido cortésmente una joven doctora a la que yo no conocía, ni ella había oído hablar de mí. Tampoco pareció interesarle mucho mí ridículo intento de presentación. Resolví el asunto y me marché con el rabo entre las piernas. Me acordé de la premonición que tuve en aquel acto de despedida que mis amigos me hicieron en el hospital el día de mi jubilación: "Algunos elogios solo se dicen en la jubilación y en los funerales. Aunque solo en la jubilación son verdaderamente de cuerpo presente". Tras la visita, caminé por los pasillos como si fuese invisible, cómo un zombi social, buscando la salida. Para aquel hospital en el que había transcurrido más de la mitad de mi vida, yo ya estaba muerto.

Todavía, cuando me encuentro por la calle con algunos colegas más jóvenes y me preguntan ¿cómo te va?, nunca les digo la verdad, pues un caso particular no hace verano, pero, tras escucharles, pienso en cual puede ser el futuro de un país o una institución (como mi viejo hospital) en el que la mayor aspiración de la gente es jubilarse. No, no me malinterpreten. La jubilación es una formidable conquista social, especialmente ahora en la que la esperanza de vida media (años 2019) de las mujeres es de 86,2 años y de los hombres de 80,9 años. Un éxito que encierra en sí mismo la semilla de su perdición pues en los comienzos del siglo XX el sistema de pensiones era muy rentable para los estados, ya que la mayoría de los pensionistas morían antes de cobrarlas. Esto no quiere decir que entonces no hubiera viejos. La gente confunde esperanza de vida con longevidad. Los humanos somos, entre los primates, los más longevos. Siempre ha habido viejos y siempre ha habido abuelos y abuelas. Lo que no había eran pensiones. Pero aquellos abuelos no eran una pesada carga para la sociedad sino el resultado del éxito evolutivo de la especie humana y también su garantía. Durante decenas de miles de años los abuelos tuvieron la doble función de, por un lado, mantener la memoria de la tribu, y, por otro, liberados ya de las exigencias reproductivas, ayudar a las hijas y a los hijos a sacar adelante a los últimos nietos. Fue esta cooperación, entre otras muchas, el resultado de un hallazgo en la evolución de la especie humana. Hoy, con una altivez ignorante creemos estar liberados de la llamada de la naturaleza. Pero la naturaleza como los ríos su cauce, en los momentos más insólitos impone unas leyes que, más allá del bien y del mal, han servido para que los humanos hayamos llegado hasta aquí. Ahora, expulsados del mundo real, como personalmente tuve oportunidad de comprobar en mi breve paseo por los pasillos del hospital, los abuelos pensionistas tienen la oportunidad de volver a un mundo natural, por así decirlo, al que apenas podían acceder mientras permanecían aherrojados en aquel mundo real. Y en este mundo "natural" todo discurre más lentamente, porque la lentitud no es un defecto de la vejez sino una de sus más preciosas cualidades. Un mundo en el que la amistad y la buena conversación sustituyen con ventaja a la agónica competitividad del mundo real y en el que la ayuda a los hijos y a los nietos, devuelven a los humanos, ya abuelos, a una situación primigenia, tan bien descrita por la antropóloga Kirsten Hawkes en las familias Hadza, una tribu africana de cazadores recolectores del norte de Tanzania, que es conocida como la hipótesis o teoría de las abuelas. Una teoría puesta a prueba y ratificada en numerosas ocasiones, la última durante la crisis del 2008, en la que fueron los abuelos y abuelas los que salvaron de una catástrofe humanitaria a toda una generación de jóvenes. Pero, sobre todo, devuelve a los viejos a un mundo en el que, retirados de la primera línea, se pueden permitir, desde el distanciamiento, pensarlo sin cancelaciones ideológicas y sin plazos. Maimónides, ya en el exilio y fallecido su padre y su hermano de los que siempre había vivido, tuvo que ponerse a trabajar como médico. Su fama se extendió por todo Egipto y en sus memorias se quejaba amargamente de que el trabajo no le dejaba pensar. Con la jubilación, con las pensiones, los humanos modernos hemos podido recuperar la gestión del tiempo, de ese tiempo que tanto echaba de menos Maimónides. En contra de lo que algunos creen los viejos no representan el pasado sino el futuro de los jóvenes. Son los viejos modernos, los únicos capaces de desacelerar el futuro. De pensar lentamente el mundo de las futuras generaciones, tal como las monjas de clausura rezan por los que no lo hacen, con el noble empeño de salvar sus almas. ¿Les parece poco? ¡Y luego dicen que las pensiones son caras!

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