Tribuna

José Antonio González Alcantud

Catedrático de Antropología

Lanzarote, el futuro

Lanzarote, el futuro Lanzarote, el futuro

Lanzarote, el futuro / rosell

Lanzarote, sede de la XXXIV Cumbre Ibérica, que tomó el topónimo prestado a un viajero italiano, Lanceloto, que llegó a ella en el siglo XIV, es una isla afortunada. No lo digo sólo por la belleza inigualable de sus paisajes volcánicos. Lanzarote tuvo mucha suerte, sobre todo porque tuvo un defensor en César Manrique (1919-92). Se cuenta en las cartelas de la fundación que lleva su nombre, extendida por varios lugares de la isla, que, al volver de la Guerra Civil, donde combatió en el bando nacional, el joven Manrique subió a la terraza de su casa familiar en Arrecife, y, en un ritual purificador, quemó el uniforme, jurándose que nunca más iría al frente. La vida de Manrique es la de un artista al que le encantaban las fiestas. No hay fotografía en la que no esté rodeado de chicas bien parecidas. En una de sus casas, en particular la que alberga la sede central de la fundación CM, adaptó muy oníricamente las oquedades que dejó una lengua de lava. Cárcavas redondeadas, blancas y luminosas en el interior de lava seca, rinden al visitante a los placeres de la vida golfa. Curioseé en sus libros, y quizás de los que más tenía, amén de arte, eran los referidos a la revolución sexual triunfante. Wilhem Reich, el autor de La Revolución Sexual, creo que lo encontré repetido en varios volúmenes esparcidos aquí y allá.

Manrique tuvo la impresión fundada de que la pequeña isla volcánica estaba siendo avasallada por la especulación urbanística, las basuras y los vehículos. El infierno del desarrollismo y del turismo lo violenta. Entonces decide poner todo su crédito de artista al servicio de una causa estética, que podría pasar por "revolucionaria". Encabezará manifestaciones, proclamas y mítines, haciendo ver que, de no frenar esa ola demoledora, no por una eclosión volcánica sino por la miasma de la modernidad, el fin del paraíso estaba cantando. Resulta conmovedor ver a hermosas jóvenes pop con pancartas al lado de César, reivindicando lo bello. Supongo que, para llegar a este punto, Manrique tuvo que superar las guerras intestinas, de las cuales tenía un buen ejemplo en la "guerra chica" que libraron Teguise y Arrecife a principios del siglo XIX por la capitalidad de la isla. Así se dará a conocer al mundo, CM, no rompiendo nunca con el poder de manera abrupta. De hecho, gran seductor, César siempre será el anfitrión de todos los magnates que pasen por Lanzarote. Morirá absurdamente en un accidente de tráfico delante de su misma fundación, en un cruce que él mismo había denunciado por su peligrosidad.

De resultas de este combate singular Manrique nos dejó paisajes alucinantes como el de Haría, verdadero oasis bíblico con un palmeral salpicado de pequeñas viviendas de blanco inmaculado, el del Jardín de Cactus, o el del monumento al Campesino, o el de las cuevas volcánicas de su fundación. O, finalmente, los Jameos del Agua, sitial de la Cumbre Ibérica. Lugares todos en los que modeló como arquitecto-escultor el paisaje natural, realzando su belleza.

La elección de Lanzarote para la reunión fraternal de los gobiernos de Portugal y España tiene un significado. Es una frontera con el Magreb y el Sáhara, frente a unas riquezas marinas disputadas entre varios actores de la geopolítica. Quizás con este gesto quieran dar la impresión ante la UE, en una de sus llamadas regiones "ultraperiféricas", que no van a ceder terreno. Puede, o debiera, ser.

Por lo demás, en Lanzarote estableció casa el gran transiberista del momento José Saramago. Portugués vinculado a Andalucía, en 1986, cuando fueron admitidos los dos países en la CEE, manifestó reticencias hacia el entusiasmo europeísta. Hombre de procedencia popular, habiendo ejercido profesiones manuales, sabía que Europa significaba emigración de españoles y portugueses pobres en busca de nuevos horizontes. Pilar del Río, su compañera, cuida con veneración la fundación establecida en el pequeño pueblo de Tías, en el otro extremo de Lanzarote. Pilar contaba en la biblioteca del premio Nobel, el pasado verano, que acababa de firmar una declaración pidiendo justicia para uno de los muchos problemas que acucian al mundo. La atmósfera no traiciona a Saramago, es de compromiso frente a lo injusto.

Un paisaje soberbio se contempla desde los enormes farallones volcánicos de Lanzarote. Abajo vemos dibujarse la Graciosa a vuelo de pájaro, esa islita donde las calles del pequeño pueblo de pescadores que hace de capital aún son de arena de duna. Todo resulta irreal, pues nos enseña lo que fue, pudo ser y no es. En la convulsión de un mundo en crisis, de sonámbulos, irreal, Lanzarote, por su misma irrealidad, es el sitio adecuado para establecer nuevos nexos de fraternidad peninsular. Allá sus archipiélagos, llamado en conjunto Macaronesia, expandidos por el Atlántico, convierten a lo ibérico en africano, y le dan afortunado vuelo geocultural. No me cabe duda de que Manrique y Saramago a buen seguro estarían de acuerdo en la necesidad de fortalecer el eje ibérico, cultural y político, frente a las amenazas que se ciernen. Por los senderos de lava camina la sombra del otro Lanzarote, héroe medieval, blandiendo valores ancestrales, como la libertad. Sirva de advertencia para quienes piensen minusvalorar la fuerza de la libertad ibérica aquellos versos del romance homónimo del caballero Lanzarote: "combátense de las lanzas, / a las hachas han venido".

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