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Tribuna

Javier González-Cotta

Editor de Mercurio

Italia, la venganza del sur

Italia, la venganza del sur Italia, la venganza del sur

Italia, la venganza del sur

La pandemia está borrando lo que a muchos nos gusta tanto: observar los mapas, seguir con el dedo la geografía política que delimita regiones, naciones, continentes. No existen ni países ni marcas fronterizas que impidan el viaje del virus por el mundo. El contagio es hoy por hoy el pasaporte mundial que se le expide a toda la humanidad.

Recuerdo en la niñez, recluido en casa como asmático crónico, que entretenía mis largos días observando, entre otros sencillos placeres, las banderitas que como sellos filatélicos llenaban fila por fila las páginas supletorias de los viejos diccionarios escolares. Por eso siempre me han fastidiado los buenrollistas que piden abolir fronteras y banderas. Sólo confiamos en la Utopía de Tomás Moro y defendemos la sentimentalidad de nuestras amadas banderas.

No sin implacable asombro, visto está que el virus no conoce ni territorios ni fronteras en su infecta propagación. Nos lo repite el presidente Sánchez en sus ya escénicas alocuciones por la tele (los amigos lo equiparan con el bolivariano Aló Presidente). Pero habría que matizar que, en cierto modo, el virus sí que está levantando las fronteras que levantaron la ruindad y los bajos instintos. Pensemos si no en Italia.

Todos sabemos que en el norte de Italia la pudiente Lombardía es hoy una mara de apestados. De Roma hacia el sur de la bota transalpina el virus parece mostrar mayor indulgencia con los repudiados terroni de antaño. Dícese por el término terroni los menestrales del sur que en su día emigraron en masa a la industriosa Italia del norte desde Nápoles y los pueblos y ciudades de Campania, Puglia o Calabria. En concreto los napolitanos eran los apestados, literalmente.

En el magnífico documental Diego Maradona de Asif Kapadia, que explora el auge y la caída del mito argentino en Italia, oímos cómo los ultras -y no ultras- de los equipos norteños (Milán, Inter, Torino, Juventus) recitaban sus madrigales a los jugadores del Nápoles de Maradona y a su hinchada color celeste. Los llamaban la escoria de Italia, y les gritaban sucios y apestados, y pedían que el Vesubio arrojara su cíclica lava purificadora sobre la infecta Nápoles y, a ser posible, sobre toda la vergüenza nacional del sur del país.

A finales de febrero (antes de que la muerte promulgara su edicto en Italia), en un partido entre el Brescia y el Nápoles, los seguidores del primero, que viven en la segunda urbe más populosa de la Lombardía, pidieron con simpáticos pareados que el coronavirus infectara también a los napolitanos.

Hace unos días ha cumplido 75 años el inefable Franco Battiato, quien se halla recluido en Milo, a los pies del otro volcán Etna, en su Sicilia natal. Hemos recordado la letra en español de Cuando era joven, una de sus canciones incluida en el disco Ábrete Sésamo. "Íbamos a tocar/ a las salas de la Lombardía./ Y había un ambiente excepcional/ los domingos a medida tarde./ Y en aquellos salones/ se divertían bailando/ obreros y sirvientas./ Y había pasado así otra semana". Battiato, que dice ser "un africano" del Mediterráneo, se fue a Milán con 20 años a probar fortuna en Lombardía, sede del emporio musical italiano.

Ahora nadie baila ya, ni siquiera evocándolas, en las salas de la Lombardía (las de Milán, las de Brescia, las de Bérgamo), convertidas hoy, como en el caso de Bérgamo, en los morideros donde yacen los infortunados del norte. En ellos yace también la vanidad de una Europa suficiente, que se creyó inmortal o que nunca iba a morir bajo el negro redoble de tambor de la baja Edad Media en tiempos del primer Sforza.

En su día, a finales de los 80, se hizo posible la venganza del sur de Italia contra el norte cuando el hasta entonces anodino Nápoles ganó por dos veces el Scudetto. Y ahora uno se pregunta si existe cierta vendetta o su parecido, tal vez silenciosa o reprimida, por parte de los injuriados del sur de Italia a quienes se les llamó escoria, sucios y apestados (tanto en el ayer lejano como en el temprano hoy de Brescia).

Incluso uno se pregunta si existen listas evocadoras de abuelos, de viejos que formaron parte en su día de aquella gran emigración formada por los asquerosos terroni y que ahora, con fatal ironía, han ido a morir en la tierra promisoria de los ricos y limpios lombardos. Por eso el virus fulmina fronteras propias y ajenas a la vez que las repone de forma manifiesta o callada, haciendo expurgos, según lotes de prejuicios entre unos y otros. Y todo ello pese al pasaporte mundial que la calamidad nos ha concedido.

Italia, por su caso específico, da pie a pensar en la venganza silenciada del sur, como si sus regiones saldaran ahora cuentas pendientes. Por no hablar de España y del recelo fronterizo que separa a sus dichosas taifas. Ni el virus las mata.

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