Elogio de la red Elogio de la red

Elogio de la red

No creo engañarme acerca de la peligrosidad de una democracia directa en la calle; de la presión de multitudes acéfalas que aterrorizan a gobiernos, líderes políticos, jueces, eclesiásticos y medios informativos. El peligro de masas ignaras que rechazan toda intermediación porque han encontrado en las redes sociales un arma poderosa de presión política y cultural. Sin embargo, el estudio de esta alarmante coyuntura que afecta a todo Occidente requiere introducir ciertos matices.

No existe contrapeso más eficaz, frente a los grandes imperios mediáticos que controlan la opinión, moldean nuestro pensamiento y suelen presentarse a sí mismos como progresistas, que los artilugios que pueblan internet: Google, Facebook, Twitter, YouTube y millones de blogs. De hecho, aparecen como el último reducto de libertad de expresión que le queda al ciudadano, pues las enormes corporaciones -dueñas de cadenas de televisión, emisoras de radio, periódicos, agencias de noticias, editoriales, productoras de cine y hasta salas de exhibición que marchan al unísono siguiendo la línea general decidida por el mando-, conscientes de su poder, han identificado la verdad con sus propios intereses. De ahí, la campaña lanzada desde esos imperios contra las redes sociales que están a punto de arrebatarles el monopolio educativo de la información. Redes donde no existe ni "línea general" ni mando alguno, y donde cada usuario ilustrado marca sus propias ideas, busca y compara información de otros y las divulga con entera libertad. Un duelo a muerte, pues, porque un alto poder puede negociar con otros semejantes y llegar a un acuerdo con ellos; lo que no puede ese poder es acordar nada con millones de hombres libres que van cada uno por su lado: sólo le cabe quitarles del todo la libertad. Un duelo en O.K. Corral cuya penúltima batalla ha comenzado ya con vistas a las próximas elecciones para la presidencia de Estados Unidos.

Sin duda estamos ante un enfrentamiento mundial que usa como arma la mentira; si bien, por su tosquedad, los engaños que encontramos en las redes son mucho menos dañinos que los muy preparados infundíos y descréditos que la plutocracia mediática puede lanzar contra un político, una institución, un ciudadano del común o cualquiera que pueda amenazar sus intereses no siempre legítimos. Corporaciones con una enorme capacidad de convencer, que lo mismo inventan de la noche a la mañana otra Doncella de Orleáns para adolescentes devotos de la nueva religión climática, que anuncian como inminente el bombardeo de Teherán por la aviación norteamericana o instruyen en alguna detallada crónica sobre supuestos asesinatos en el Vaticano, tumbas vacías y clubes de pederastas en la Capilla Sixstina. ¿Exagero sobre su influencia? No: he conocido de cerca a catedráticos de Universidad y algún que otro filósofo que leían el periódico representante en España del más importante de los imperios mediáticos progresistas con la unción de un libro sagrado.

A los intelectuales les suele avergonzar hacerse presentes en las redes. Pienso que cometen un error. Si los hombres civilizados de todos los países hablasen de manera regular en internet, aun teniendo tan sólo una docena de seguidores, su presencia sería eficaz y civilizadora. Los propietarios de las grandes corporaciones mediáticas de Occidente son pocos, mientras los hombres libres e ilustrados podrían ser millones en la red; no unidos por una imposible doctrina común o partidista, sino por el tono, la moderación, el civismo y el equilibrio de los mejores. Cada pequeño núcleo civilizatorio en Facebook, Twitter o YouTube quedaría ligado con millones de otros puntos similares formando una auténtica malla digital que aislarse tanto la bruticie de las redes como la manipulación del imaginario colectivo por la plutocracia y sus medias. No lo tengo por una imposibilidad.

Y esa es la cuestión de fondo: no si ganará las elecciones presidenciales de Estados Unidos un impresentable, o bien las ganarán los progres millonarios de la costa Este, sino si en el duelo de O.K. Corral ganarán las redes que pueden hacer posible (sólo posible) una nueva libertad de expresión e información, o bien continuará el monopolio de los imperios. Incluso cabe-juguemos a la esperanza- que esos mismos imperios, ante el muy real peligro que han corrido, comprendan que su deber y su cuenta de resultados son inseparables de la búsqueda de la la verdad. Nada está decidido aún en el reino de la mentira.

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