Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Cristianismo, ¿punto final?

Cristianismo, ¿punto final? Cristianismo, ¿punto final?

Cristianismo, ¿punto final?

Se cuenta de Hegel, y lo cuenta Jiménez Lozano en el último tomo de sus Diarios, cómo todas las mañanas de domingo lo despertaba el repique de las campanas de las iglesias; y era un despertar gozoso, pues le aseguraba al filósofo "que la historia seguía teniendo sentido". Esas campanas apenas se escuchan ya, e incluso algunos alcaldes "progresistas" han prohibido su repique. Autoridades hay que están estudiando en estos momentos la expropiación de la Mezquita-Catedral de Córdoba, la Giralda de Sevilla y otros templos conocidos para, digo yo, no molestar a los vecinos con el campaneo. En las grandes urbes multiculturales sólo se permitirán como ruidos religiosos los cantos del almuédano.

Es inútil ocultarlo. En Europa se ha consumado el desplome del cristianismo como creencia, y está llegando a su fin el cristianismo como cultura que sustentaba la personalidad europea. Un proceso que comenzó hace más de dos siglos entre filósofos y científicos para dar origen enseguida a lo que algunos historiadores llaman "la apostasía de las masas". El cristianismo podrá seguir extendiéndose en el África negra, mas si no recupera a la intelligentsia occidental África terminará por seguir la indiferencia religiosa de Europa.

Días pasados, la ciudad en que vivo ha visto numerosas procesiones, coronaciones de imágenes benditas, rezos masivos del Rosario en público, besamanos… Está muy bien. Así son satisfechas muchas sensibilidades cristianas, aunque no creo que sea el mejor camino para atraerse el mundo intelectual que se fue. La Iglesia necesita mirar atentamente su ombligo, porque allí recordará cosas que había olvidado. Recordará, por ejemplo, que unos son los Mandamientos de la Ley de Dios, consecuencia de la Revelación, y otros, los Mandamientos de la Iglesia, productos de la Historia. Y no pueden tener el mismo rango. "Dice el señor: este pueblo se me acerca de palabra, / y me honra sólo con los labios…/ Y el respeto que me muestra son preceptos enseñados por los hombres"(Isaías, 29-13)

Sin duda, un cristiano debe tener presente la revelación que la Iglesia conserva y transmite. Mas aquí se presenta un problema. Dios habla, pero el hombre es limitado en su comprensión, condicionado por su época. Imposible que la Deidad hablase de los genes y del ADN a un profeta hebreo del siglo VI a. C. Así que el profeta debe interpretar, y en la interpretación, por fuerza, puede equivocarse. Dejemos, pues, a los estudiosos que indaguen con libertad sobre los textos sagrados y den opiniones diversas. La interpretación literal de la Biblia que exigía la Iglesia hasta bien entrado el siglo XX alejó de ella a esos estudiosos. Lo cual nos lleva al problema principal: la obligatoriedad de dogmas cerrados e intocables cuando muchos de ellos se proclamaron en épocas bárbaras y acientíficas.

Un científico, ya sea un historiador o un cosmólogo, proclama sus descubrimientos que son aceptados por los colegas y la sociedad culta. Pero esas tesis siempre están abierta a revisiones futuras. Si las definiciones de los dogmas pudieran ser contempladas, revisadas y reinterpretadas, no dudo que muchos científicos regresarían al hogar de un cristianismo olvidado. Va de suyo que existe un núcleo al que el cristiano no puede renunciar, salvo que deje de ser cristiano: la creencia en un Dios padre creador del cielo y la tierra, Jesús como hijos de Dios (signifique eso lo que signifique), su resurrección, nuestra vida eterna y una moral basada en el amor. Si se lee con atención, el Credo no resulta nada irracional. Pero a qué viene todo esto, pensará el lector.

Pues viene a cuenta de que en tiempos de palabreo político desatado es sano preocuparse de vez en cuando de las cosas que importan de verdad. Porque la desaparición del cristianismo en Europa no es sólo el fin de una fe, sino una catástrofe cultural. Escribe Santayana, un no creyente: "Soy hijo de la cristiandad; mi herencia procede de Grecia y Roma, de la Roma antigua y moderna, de la literatura y filosofía de Europa. La historia y el arte cristiano contienen todas mis mediciones espirituales, mi lenguaje intelectual y moral". Quizás, añado por mi parte, haber olvidado esto, consciente y culpablemente, explique la decadencia de la UE.

En la España de los siglos XV y XVI a los judíos bautizados a la fuerza y que seguían en secreto la ley mosaica, se les llamaba judaizantes o criptojudíos. Es posible que a no tardar mucho en la Unión Europea hablemos de un criptocristianismo.

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