Tribuna

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA

Ex presidente de la Junta de Extremadura

23-F/14-F

Los independentistas se han radicalizado hasta límites intolerables en un país democrático y sus discursos presagian un futuro negro para la estabilidad democrática

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Se acerca un nuevo 23-F. Se cumplirán cuarenta años de la intentona golpista protagonizada -que no liderada- por el ex teniente coronel Antonio Tejero. Como en otras ocasiones, tendremos la oportunidad de enterarnos de la comida que en algún restaurante servirá de argumento para ensalzar la imagen del golpista. Y muchos demócratas nos escandalizaremos ante semejante desfachatez.

Pero antes de esa fecha conmemorativa, asistiremos a otros espectáculos tan degradantes o más que el descrito más arriba. Los medios de comunicación nos informarán día a día de las elecciones autonómicas en Cataluña. No veremos a gente comiendo, pero sí a delincuentes condenados y encarcelados en prisiones catalanas que transmiten la sensación de que para los independentistas presos, esas cárceles son una extensión de las sedes del gobierno de la Generalitat y que los Junqueras y compañía gozan de un status que abarca los privilegios de su antigua condición de dirigentes políticos: sin horarios ni límites para su vida en la cárcel y, a diferencia del resto de presos, recibiendo y despachando con todos sus acólitos en las celdas-despachos, prolongación de las instituciones democráticas catalanas. Y ahora, gracias a la desobediencia con que los gobernantes independentistas catalanes se recrean, se les vuelve a conceder el tercer grado para que ejerzan como si fueran políticos en activo, con todas las prerrogativas que tenían en su cargo anterior. Que esos beneficios no hayan sido cuestionados, criticados o contestados por ningún medio de comunicación en Cataluña indica que el independentismo totalitario ha conseguido el silencio cómplice de esos medios y el seguimiento ciego de quienes irán a los mítines de los tercergradistas a aplaudirles y a animarles para que sigan dirigiendo el proceso desde sus privilegiadas celdas- despachos. En los mítines de los partidos independentistas aparecen como estrellas fulgurantes que animan a sus seguidores a continuar con el ataque al sistema desde dentro del sistema. Nada más salir a la calle lo primero que hicieron fue acercarse a un micrófono para gritar: "Que nadie se equivoque. Lo volveremos a hacer". No sé a quién podían dirigir sus amenazas. No sé quién puede estar equivocado con respecto a las intenciones de quienes en esta campaña electoral siguen demostrando que los independentistas se han radicalizado hasta límites intolerables en cualquier país democrático, y en sus mítines y discursos plantean cuestiones que presagian un futuro negro para la estabilidad democrática, sea cuales sean los resultados. La presencia de Otegi, portavoz de Bildu, y la imitación en estos días de la kale borroka lo dice todo.

Resultados que, por lo que se intuye por los sondeos, conducen a Cataluña a dos escenarios: 1. Un Gobierno independentista de ERC y JuntsXCat (JxC) apoyados parlamentariamente por la Candidatura de Unidad Popular (CUP) y con la abstención políticamente activa de En Comú Podem. Desde el primer minuto de constituido el nuevo-viejo Gobierno republicano iniciaría la construcción de la República Catalana Independiente. 2. Un Gobierno tripartito de ERC-PSC-En Comú Podem, con la abstención políticamente activa de JxC y la CUP. Esta fórmula supondría focalizar toda la actividad política de Cataluña en la negociación de un referéndum pactado para poder ejercer el "derecho a la autodeterminación" del pueblo de Cataluña.

Ambas opciones alternativas de gobierno supondrían una radicalización antidemocrática en la vida política, social y convivencial entre ciudadanos de Cataluña que, unido a una acción de Gobierno de la Generalitat, claramente pro-República Catalana Independiente en la primera hipótesis, y pro-proceso soberanista en la segunda, con supuesta búsqueda de fórmulas pactadas para un referéndum sobre la autodeterminación con el Gobierno de la España democrática que sería totalmente inviable y generaría la descomposición de toda nuestra estabilidad democrática y constitucional en Cataluña y en el resto de España.

El conjunto de la ciudadanía de Cataluña decide el 14-F su futuro. Las mujeres y los hombres de Cataluña lo harán bajo su exclusiva responsabilidad. Será su democrática decisión, y nadie puede eludir personalmente la responsabilidad directa del significado y la transcendencia política de su voto. No hay espacio para ser "comprensivos" con las teorías de "no sabían las consecuencias de lo que hacían al votar a tal o cual opción". Ya que no se han unido en una única candidatura los partidos no independentistas, deberían ser los ciudadanos no independentistas los que unieran sus votos alrededor de una única opción que consiguiera eliminar cualquiera de las dos posibilidades de gobierno que señalé más arriba.

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