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Tribuna

Francisco j. ferraro

Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

Apocalipsis tecnológico

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Apocalipsis tecnológico

En un mundo amenazado por múltiples incertidumbre está cobrando relevancia el debate sobre los efectos de la revolución tecnológica en curso, especialmente en el empleo. Un debate en el que participan proyecciones contrapuestas, desde los más pesimistas que temen que los avances tecnológicos provoquen un paro masivo, hasta los que aventuran una arcadia tecnológica, en la que reduciremos el tiempo de trabajo, nos liberaremos de los trabajos rutinarios y más desagradables y se implantará una renta básica para los que prefieran el ocio al trabajo.

En nuestro país parecen ser mayoría los pesimistas, que intuyen los efectos negativos en el empleo del desarrollo de la digitalización (comercio, administración, educación), la robótica (transporte, agricultura, fabricación, cuidado de ancianos y enfermos, asistencia en el hogar) y la inteligencia artificial (transformará a los ordenadores, los coches, las televisiones o los teléfonos móviles en dispositivos inteligentes). Para ello se apoyan en algunos informes de prospectiva, como los de la OCDE o el Foro Económico Mundial, que realizan estimaciones sobre las pérdidas de puestos de trabajo por la automatización y las nuevas tecnologías (hasta un 57% de los actuales empleos se encontrarían en riesgo de automatización en los próximos veinte años según las estimaciones más pesimistas).

Sin duda millones de empleos desaparecerán cuando se apliquen de forma generalizada algunas de las innovaciones tecnológicas en curso, como los coches sin conductor, los diagnósticos médicos automatizados, el internet de las cosas o las aplicaciones de la robótica a las fábricas, al comercio y al hogar. Pero otros cambios tecnológicos de gran importancia se han producido a lo largo de la historia y no se ha reducido el empleo en el medio plazo, pensemos en la mecanización de la agricultura o la informática en las oficinas. Es más, el proceso de transformación tecnológica de los últimos veinte años no sólo no ha provocado disminución de los puestos de trabajo, sino que, según la Organización Internacional del Trabajo, de los 2.523 millones de empleados de 1991 se ha pasado a 3.211 millones en 2015 (un aumento del 42,5% en 25 años), habiendo aumentado el empleo todos los años, incluidos los de la Gran Recesión.

El aumento del empleo a pesar de la incorporación de nuevas tecnologías se produce por diversas razones: 1) Porque las nuevas tecnologías requieren empleados para su invención, desarrollo, fabricación y mantenimiento; 2) porque los puestos de trabajo altamente cualificados vinculados a las nuevas tecnologías aumentan la demanda de servicios y generan otros puestos de trabajo indirectos; y 3) porque las necesidades humanas son infinitas, por lo que las rentas generadas por los aumentos de productividad animarán a nuevas demandas en actividades que hasta el presente no existían o estaban reservadas para elevados niveles de renta.

En consecuencia, si bien se pueden producir episodios temporales de desempleo tecnológico en algún sector o localidad, no parece que existan razones sólidas para temer que el cambio tecnológico pueda provocar un aumento del paro a medio plazo en el mundo. Pero esto no quiere decir que en todas partes ni para todos los colectivos sociales el impacto del cambio tecnológico en el empleo sea irrelevante, pues los nuevos empleos vinculados a las nuevas tecnologías se localizarán más intensamente en aquellos espacios con condiciones favorables para el cambio tecnológico, como son la existencia de espíritu emprendedor, personal cualificado, costes competitivos, un tejido empresarial denso y cualificado que provea de los servicios e inputs necesarios, una sociedad con valores favorables a la innovación y adaptativa a los cambios, un marco regulador y una gobernanza pública que posibiliten la incorporación de nuevas empresas y tecnología, o que cuando menos la dificulte, etc.

Las innovaciones tecnológicas que se produjeron a lo largo del siglo XIX permitieron una revolución industrial en Europa que multiplicó la productividad por cinco, aumentó espectacularmente el nivel de empleo y de renta y, por ende, propició mejoras nutricionales, educativas, sanitarias y sociales que mejoró el bienestar colectivo. En España el impacto de esta revolución fue tardío y de menor intensidad por la resistencia de las instituciones al cambio. En la actualidad nos encontramos en una oleada de nuevas tecnologías que va a cambiar la oferta de bienes y servicios, las formas de producir e incluso la forma de relacionarnos. Esperemos que no seamos tan reactivos al cambio como en el pasado, que no predomine la tensión proteccionista ante el envite de las nuevas tecnologías, y que la reforma educativa favorezca la formación de los jóvenes en las nuevas habilidades y competencias que les permitan participar con solvencia en un mundo global vehiculado por las nuevas tecnologías.

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