El final de la 'nueva política'

La marcha hacia la irrelevancia de Ciudadanos y el patético declive de Podemos se volvieron a plasmar en las elecciones de Galicia y el País Vasco

En 2015, hace sólo cinco años, el panorama electoral español dio un vuelco espectacular. Lo que desde la reinstauración de la democracia había sido un modelo bipartidista, con el factor corrector que representaron los nacionalismos vasco y catalán, saltó por los aires y nuevos partidos llegaron para hacer -se suponía- una política que nada tenía que ver con la anterior. Fue una consecuencia retardada de la profunda crisis económica iniciada en 2008 y de la agitación social que cristalizó en el movimiento del 15 de mayo de 2011. En las elecciones generales de hace cinco años, Podemos, beneficiario directo del descontento de una buena parte de la izquierda con las siglas que la habían venido representando, obtuvo 69 escaños con su propia marca y diversas franquicias territoriales. Ciudadanos, que nació como una sana reacción ante la deriva totalitaria del separatismo catalán y trasladó al conjunto de España un mensaje moderado y valiente, 40. Hoy de todo aquello empieza a quedar muy poco. La nueva política empezó pronto a parecerse a la vieja y a cometer sus mismos errores. Las dos formaciones que habían llegado para regenerar de raíz la vida pública tropezaron con los mismos personalismos y falta de conexión con la sociedad que reprochaban a sus hermanos mayores. Lo pagaron en las urnas en 2019, aunque, paradójicamente, la formación de Pablo Iglesias ha logrado una cuota significativa de poder en el Gobierno de España. Las elecciones del domingo en Galicia y el País Vasco confirman la deriva hacia la irrelevancia absoluta de Ciudadanos y el patético retroceso de Podemos, del que se aprovechan sólo los nacionalismos radicales. Quizás sea la única lectura nacional clara que se pueda sacar de unos comicios fuertemente condicionados por las realidades autonómicas de las dos comunidades. Parece, pues, que estamos ante una vuelta progresiva al modelo bipartidista, al margen de la evolución que registre finalmente Vox, que todavía es una incógnita. Este fenómeno tendría también una lectura andaluza, donde Podemos se destroza en luchas internas, Ciudadanos se mantiene cohesionado por el pegamento del poder y Vox actúa al mismo tiempo como sostén del Gobierno y como oposición en una curiosa esquizofrenia.

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