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El diálogo, más una necesidad que una virtud

El primero con el que tiene que dialogar el Gobierno es con el PP. Sin él es imposible e indeseable cualquier reforma de calado

EN su esperada presentación del nuevo Gobierno de la nación, el presidente Sánchez afirmó ayer que la legislatura que acaba de empezar será “la del diálogo social, territorial y generacional”. En principio, nadie medianamente civilizado se podría oponer a tal intención. En una democracia, y en la vida en general, los problemas se deben solventar mediante la palabra y el acuerdo, más cuando la coalición gobernante, compuesta por PSOE y Unidas Podemos, no tiene mayoría suficiente para aprobar ni los Presupuestos ni las grandes iniciativas legislativas. Por lo tanto, el diálogo será una continua necesidad para el Ejecutivo, ya que sin él no podrá gobernar. Es decir, al reivindicar el diálogo como praxis habitual de su Gobierno, Sánchez está haciendo de la necesidad virtud.

Sin embargo, la palabra diálogo puede enmascarar acciones políticas muy nocivas para los ciudadanos o territorios. Por ejemplo, mediante el diálogo se puede llegar a diferenciar en algunas autonomías (tal como quieren algunos nacionalistas) entre varios tipos de ciudadanos, o se puede alcanzar un nuevo sistema de financiación autonómica que sea claramente nocivo para la comunidad autónoma andaluza. Está bien que el presidente Sánchez quiera hablar con todos, pero siempre que tenga claras dos cosas. Primero, que el diálogo debe tener como prioridad alcanzar grandes consensos con el principal partido de la oposición, el PP, sin el cual es imposible e indeseable cualquier proyecto de verdadera transformación de España. Y segundo, que dicho diálogo debe ser transparente y que nunca debe enmascarar cesiones a los que quieren aumentar, a su favor, las diferencias entre ciudadanos y territorios.

Por lo demás, está bien que el presidente del Gobierno predique "una España de moderación", no de "crispación" ni "rupturas". También "de puentes de colaboración" que se aleje de los "vetos", la "sobreexcitación" y el "insulto", pero debe empezar a exigiéndoselo a los miembros de su Ejecutivo y en especial al partido de su vicepresidente Pablo Iglesias, Unidas Podemos.

Como buena prueba de su voluntad dialogadora, Pedro Sánchez podría convocar de una vez a los territorios que componen España para cerrar el nuevo sistema de financiación autonómica. Sus esfuerzos no deben agotarse en la anunciada mesa con la Generalitat, sino que deben abrirse al conjunto de las regiones. El diálogo de Sánchez debe ser con todos, no sólo con los privilegiados de siempre.

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